Yoga Journal Spain N.96 — Julio-Agosto 2017

(Greg DeLong) #1

julio-agosto 2017


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Paramahansa Yogananda a América en
los años 20, el número de seguidores de la
disciplina se fue incrementando de forma
estable hasta convertirse en un fenómeno
de expansión durante las últimas décadas
del siglo XX. Según el último estudio con-
ducido por Yoga Journal y Yoga Alliance,
en el año 2012 había 20.4 millones de
yoguis en Estados unidos, creciendo hasta
los 36 millones en 2016. En España, el
Yoga, prácticamente inexistente hasta los
años 70, ha experimentado el mismo
fenómeno. Un estudio del 2014 mostraba
que el 12.3% de la población entre 18 y 65
años practica Yoga, por delante del ski
(9,92%) o del surf (3,66%). Las cifras a
nivel mundial son muy dispares, pero las
más moderadas hablan de 500 millones
de personas que lo practican en el mundo.

Las últimas décadas del siglo pasado
también han sido testigos del impresio-
nante resurgir del Camino de Santiago.
El Camino había caído en el olvido desde
el siglo XIV. Tras seis siglos de esplendor
como ruta de peregrinación Católica, las
pandemias, el cisma de la Iglesia en
Europa y la llegada del Humanismo
como nueva corriente ideológica hicieron
entrar a la ruta espiritual en el silencio.
Y así ha permanecido, hasta que la gente
ha sentido la necesidad de caminar otra
vez.
Hasta finales de la década de los 80 el
número de peregrinos que llegaba a San-
tiago no empezó a remontar. Para hacer-
nos una idea, en el año 1979 llegaron a
Santiago de Compostela ¡13 peregrinos!
En las últimas décadas el Camino ha con-
quistado al mundo de nuevo. Según la ofi-
cina del peregrino, en 1986 llegaron 2.491
peregrinos. En el 2016 se registraron
277.913 llegadas a Santiago. Al igual que el
Yoga, el Camino se ha descubierto
como una práctica universal, abierta a
peregrinos de cualquier cultura, reli-
gión o nacionalidad.
Según los datos de la oficina del pere-
grino, en el año 2015 peregrinos de 153
países del mundo llegaron a Santiago. Un
dato impresionante si pensamos que
actualmente existen 194 países.

una forma más ligera, más libre. ¡Igual
que el Yoga!

Historia de dos caminos
abiertos al mundo
Muchas veces he pensado que el Yoga y las
peregrinaciones son respuestas de Oriente
y Occidente a la misma necesidad: trans-
cender lo conocido y explorar nuevos
terrenos siguiendo la intuición de que hay
algo más. Hacerse preguntas sobre lo des-
conocido parece inherente al ser humano,
por lo que el nacimiento de ambas prácti-
cas se pierde en los orígenes de la historia.
Hace más de 5000 años, en el valle del
Indo lo hacían mediante el movimiento
hacia el interior, buscando la quietud,
accediendo a estados de calma mental que
les permitían viajar a nuevas dimensiones
de sabiduría espiritual. Mientras en Occi-
dente parece ampliamente aceptado, por
los restos arqueológicos encontrados en la
zona, que los celtas ya hacían peregrina-
ciones hace miles de años siguiendo la Vía
Láctea , que coincide con el paralelo 42 y
la ruta del Camino Francés, para llegar a
lo que se pensaba era el fin del mundo en
Finiesterre. Esta ruta, conocida como la
ruta de las Estrellas, fue un viaje iniciático
para exploradores de lo desconocido
mucho antes de su cristianización y explo-
sión en el Siglo IX.
Finisterre estaba inundada de ritos,
leyendas, piedras mágicas, monumentos
megalíticos, historias de sanadoras...
todo alrededor de la adoración al sol que
moría en el mar. En Europa los pueblos
sentían la existencia de algo que daría
sentido a la vida y buscaban respuestas
caminando y mirando al cielo, lo mismo
que en India lo hacían meditando y
mirando hacia adentro.

Pero es el momento presente de ambos
Caminos lo que mejor demuestra que son
respuestas atemporales a necesidades
espirituales universales. Desde la salida
del Yoga de la India hacia Occidente a
finales del siglo XIX de manos de Swami
Vivekananda, el mensaje comenzó a
atraer a pensadores de Inglaterra y Esta-
dos Unidos. Más tarde, con la llegada de

tomarme un respiro en mi búsqueda den-
tro de las shalas. ¡Y voilá, de nuevo la iro-
nía! Desde mi primer trabajo como guía,
el Camino de Santiago se mostró como un
camino de Yoga. Los primeros peregrinos
a los que acompañé eran un grupo de
yoguis que se venían a practicar atraídos
por la espiritualidad y la quietud del
Camino... ¡desde California!

Durante los meses de verano, obser-
vaba a los peregrinos y me sorprendía ver
cómo se iban liberando de los miedos e
inseguridades del primer día. Cada vez
caminaban más solos, cada vez caminaban
más en silencio y ¡cada vez sonreían más!
Escuchando historias de peregrinos llega-
dos de cualquier parte del planeta, me di
cuenta que la gente hacía el Camino por
las mismas razones que muchos llega-
mos al Yoga: la necesidad de explorar, de
buscar espacio y un poco de silencio en la
mente. También empezaba a percibir en el
peregrino la misma valentía y capacidad de
renuncia que requiere adentrarse en el
mundo del Yoga. La práctica nos enseña a
encontrar la comodidad dentro de la inco-
modidad a base de la discipilina de la prác-
tica y a renunciar a nuestra vieja manera
de ver las cosas. El peregrino renuncia a
muchas cosas al ponerse a caminar. La
primera y más evidente, al nivel de confort
que hemos adquirido en nuestra sociedad.
Renuncia, al menos temporalmente, a su
coche, su sofá y todo lo que en teoría nos
hace la vida “más fácil”. También renuncia
a lo que conoce y a la “seguridad” de su
entorno, para volverse un extraño que está
siempre en movimiento. Y el resultado
inesperado ante esta aventura que se
caracteriza por la falta de comodidad, el
cansancio, las agujetas, las ampollas y
otras bendiciones parecidas, ¡es que nunca
he visto a la gente reírse tanto y tan libre
como los he visto en el Camino! Así, mien-
tras caminaba con ellos, me dí cuenta de
que el Camino es un salto a la incerti-
dumbre del cambio y del movimiento
continuo, utilizando para empezar el
cuerpo como instrumento, lo cual siempre
tiene un efecto sobre la mente y nos lleva a
percibirnos a nosotros mismos y la vida de
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