julio-agosto 2017
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Camino, además, nos ofrece el sitio per-
fecto para poner en práctica algo que es
difícil de experimentar desde la esterilla.
Cada día en movimiento constante, cada
noche un albergue nuevo en un pueblo
diferente, compartiendo con gente a la
que puede que volvamos a ver al día
siguiente, o no. El día a día del Camino
no nos deja apegarnos a nada. El Camino
nos hace pasar por todas las emociones y
sensaciones: llorar, reír, frustración,
rabia, calma, felicidad... hasta la euforia
loca por encontrar una fuente o una chi-
menea, según la época del año. Podemos
llegar a sentir el espectro entero de sensa-
ciones. Y todo pasa y todo se disuelve;
porque el Camino es el mejor sitio para
experimentar la impermanencia, el
continuo cambio.
Y así la mente aprende poco a poco a no
juzgar tanto los acontecimientos como
buenos o malos. Así, disfrutamos de los
buenos momentos sin engancharnos a
ellos y pasamos por los momentos com-
plicados sin pelear. Y entonces empeza-
mos a practicar la otra gran lección
yoguica: aceptarlo todo sin juzgar bajo
nuestros viejos parámetros mentales de lo
que nos gusta y lo que no. Cuando segui-
mos caminando aunque la mente se queje
porque llueve o hace calor, y muchas veces
no nos queda otra opción porque estamos
en mitad de la nada, aprendemos a ignorar
un poco los mensajes de queja de la mente
y a caminar con los retos. Vamos per-
diendo miedos y ruido en nuestros pensa-
mientos; ganando libertad al no reaccionar
a los mensajes de la mente con la intensi-
dad a la que está acostumbrada.
Así empezamos a vivir el momento pre-
sente de una forma más plena. Cada día, y
es una sensación generalizada de los pere-
grinos, pensamos menos en el pasado o en
el futuro, y empezamos a disfrutar de
momentos “inútiles” del presente. Este es el
principio de la magia en cualquier camino
espiritual, vivir en el momento presente, y
el Camino nos lo da sin que hagamos otra
cosa que caminar.Por esto el Camino funciona para los
Yoguis, los budistas, los sufistas y en gene-