Yoga Journal Spain N.96 — Julio-Agosto 2017

(Greg DeLong) #1

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julio-agosto 2017

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Repite esta secuencia de 3 a 5 veces tal cual o como parte de una
práctica más larga para abrir el chakra corazón y sentir compasión.

1 Empieza en la postura de la montaña con las manos juntas en
el corazón. Inhala y alza los brazos al cielo. » 2 Exhala y pasa las
manos por detrás de la espalda. Entrelaza los dedos. Inhala y rota
hacia fuera los hombros mientras elevas el corazón. Apóyate firme-
mente con los pies y presiona los nudillos contra la tierra. » 3 Exhala
para doblarte hacia delante. Dobla los codos ligeramente intentando
que las palmas no dejen de tocarse. » 4 Inhala, suelta las manos, y
enérgicamente alza los brazos mientras bajas las caderas a la postura
de la silla. » 5 Expira y dóblate hacia delante en flexión de pie hacia
delante. Termina inhalando para regresar a la montaña.

DURANTE MI ADOLESCENCIA en Dayton, Ohio,
en los ochenta, hice de todo de las cosas
«americanas» por antonomasia: fui anima-
dora, bailarina de ballet, y gimnasta. Y aún
así, sabía que no era la mujer americana
ideal. No me parecía a ella en nada. Su ima-
gen en los medios –blanca, súper delgada–
no se reflejaba en mí, una chica negra de
constitución atlética. Nuestras diferencias se
reforzaban por todo lo que tenía que aguan-
tar en el día a día. Continuos comentarios de
mi entrenador de gimnasia como: «Mete ese
culo, Chelsea», me hacían sentir fracasada –
sin quedarme otra que tener que andar en el
cuerpo de una chica negra–. Y cuando via-
jaba a competiciones de animadoras, las
chicas que salían en las portadas de las revis-
tas de competiciones no se parecían a mí.
No me sorprendía, pero ya sabía desde muy
pronto que eso no estaba bien.
Como adolescente tratando de conse-
guir el tipo de cuerpo ideal y convencional
de animadora, adquirí un trastorno ali-
menticio –uno que arrastré durante toda la
secundaria y que incluso regresó ya de

adulta. De hecho, la primera vez que fui a
una clase de yoga, fue porque quería perder
peso. Acababa de terminar mis estudios en
el Teachers Collage de la Universidad de
Columbia, y el agobio de trabajar como
profesora en una escuela pública, combi-
nado con mi relación inconsciente con la
comida, me hizo engordar mucho. Así que
cuando escuché que el yoga con calor me
haría adelgazar, me dije, «¡Apúntate!»”
Pero debo decir que no fue amor a pri-
mera vista –¡me desmallé!–. No estoy
segura de que pasó, me desperté y tenía
toallas frías en la frente. Todavía no sé
cómo pude volver, pero como siempre tuve
una actitud muy persistente, lo hice.
Tuve mis escarceos con el yoga durante
un tiempo, siempre motivada por los bene-
ficios físicos. Pero en 2004, una amiga muy
cercana fue asesinada violentamente. Ahí
fue cuando de verdad me metí en el yoga:
Sabía que algo más estaba pasando durante
la práctica física, y quería aprovecharlo
para superar aquella trágica pérdida.
Empecé a meterme en la meditación y des-
cubrí el Kashi Atlanta ashram, donde
tiempo después acabé convirtiéndome en
profesora de yoga certificada.
Empecé a usar el yoga como herra-
mienta para descubrir el efecto que la pér-
dida de mi gran amiga estaba ejerciendo
sobre mí, y me enseñó a usar esta práctica
como un modo de sentir con el propósito
de curar. El yoga me hizo reflexionar acerca
de cómo trataba a mi cuerpo –las formas
en las que me aceptaba o no me aceptaba a
mí misma– y empezó a transformarme.

Me volví más consciente y cariñosa con-
migo misma, y me di cuenta de que el yoga
no era para adelgazar. Ahora uso el yoga
para descubrir y entender las experiencias
que me da la vida, incluidas aquellas que
me hacen sentir excluida.
Por ejemplo, pese a llevar ya 10 años
enseñando yoga, a los alumnos que llegan
por primera vez les sigue sorprendiendo que
yo sea la profesora. Quizá tengan arraigado
el prejuicio de que alguien con el nombre de
Chelsea no deba parecerse a mí. Quizá es
porque nunca han visto a una profesora de
yoga que no fuese blanca y delgada. Cuando
alguien se marcha de la clase antes de empe-
zar, a veces me pregunto si es por quien soy,
o por mi apariencia. Cuando extiendo la
esterilla y ocupo el sitio del profesor, ¿se dan
cuenta repentinamente de que están en la
clase equivocada o de que no soy la profesora
adecuado para ellos? Y hay alumnos que se
quedan en clase, y al final me dicen cosas
como, «¡guau, qué buena profesora eres!»
A lo largo de mi práctica, me he dado
cuenta de que no se trata de mí; no es un
reflejo de quién soy yo como profesora de
yoga. Lo que realmente revela es lo necesa-
rio que es contar con oportunidades para
conectar. Porque, por cada persona que sale
de mi clase, hay docenas de otras que no se
parecen en nada a mí que se quedan para
escuchar lo que tengo que decir y para
compartir sus historias. Por eso mi tristeza
y frustración se centran más en aquellas
personas que se fueron –una oportunidad
perdida de conexión y del último propósito
del yoga, la unión–.

CHELSEA


JACKSON ROBERTS
ATLANTA,GEORGIA

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ABRE TU CORAZÓN


ESTILISMO: JESSICA JEANNE EATON; PELUQUERÍA/MAQUILLAJE: BETH WALKER; TOP: ALO; SOSTÉN: LULULEMON; MALLAS: TITIKA

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