Yoga Journal Spain N.96 — Julio-Agosto 2017

(Greg DeLong) #1
julio-agosto 2017

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evistayogajournal.net

«TE HARÍA FALTA ALGO DE YOGA».
La primera vez que escuché esas palabras,
mi respuesta fue, «Ni de coña».Soy un tío.
Veterano de guerra. No tengo pantalones de
yoga. No necesito yoga en mi vida.
La sugerencia me la hizo tres años mi
amiga Anna, quien llevaba enseñando desde
hacía un año. Afortunadamente, ella supo
hacer algo más que simplemente mandarme a
la esterilla, estando yo en un estado nada
receptivo. Me dijo, «Vale, ¿y qué me dices de
algo de meditación?»Yo había leído algo sobre
los beneficios de la meditación. Sabía que
Steve Jobs meditaba. Gandhi me molaba.
Total, que le dije a Anna que lo intentaría, y
me explicó que el objetivo de sentarme no era
suprimir todos mis pensamientos y trascender
a otro plano. Simplemente me enseñó a estar
presente. Al cabo de un par de semanas me
empecé a sentir más relajado, y ya no tenía
que meterme un puñado de Benadryles con
whiskey para poder dormir.
Aunque la meditación me estaba ayu-
dando, aún andaba regular. En 2004, fui gra-
vemente herido durante mi servicio en el
ejército americano en Irak. Al final perdí
ambas piernas por debajo de la rodilla y tuve
que someterme a 35 operaciones. En aquella
época Anna me enseñó a meditar. Justo estaba
en medio de otra operación en mi pierna dere-
cha, y esta era especialmente compleja –tanto
física como emocionalmente–. El resto de mis
operaciones y recuperaciones habían sido en
el Walter Reed National Military Medical Cen-
ter, donde era uno más de los muchos tíos

pasando por situaciones similares. Pero esta
vez me vine a casa para la rehabilitación, y me
sentí desvalido. No tenía el apoyo del resto de
veteranos como lo había tenido siempre en
Walter Reed. Además, todas las cosas que me
ayudaron a sobrellevar las heridas de guerra
invisibles cuando regresé de Irak habían sido
actividades físicas, y ahora no podía hacerlas.
Todo era un no puedo: no puedo escalar, no
puedo jugar al golf, no puedo coger a mi hija
en brazos. Nunca entendía cómo podían suici-
darse 22 veteranos al día –hasta entonces–. Yo
nunca tuve tendencias suicidas, pero por pri-
mera vez entendí que alguien pudiera tenerlas.
Anna sabía que todavía no estaba bien, y
por eso me insistió: «Deberías hacer yoga».Al
final cedí y me comprometí a dar tres clases
privadas con ella. La meditación parecía estar
funcionando. ¿Por qué no probar con el yoga?
Al día siguiente, Anna me enseñó Tada-
sana, como postura base sobre la que parten
todas las demás. Aunque suena bastante sen-
cillo lo que hicimos, aquella primera práctica
fue horrible. Me acababan de dejar volver a
llevar mi prótesis de pierna derecha, pero aún
me dolía después de la operación. Y encima
del dolor, Anna me decía cosas como, «Enraí-
zate para crecer», y yo solo podía pensar, ¿qué
coño significa eso? ¡No siento los pies!»
Yo normalmente lo pillo todo muy
rápido, pero con el yoga era malísimo. Me fui
de allí pensando que no volvería en la vida.
Pero al día siguiente, Anna me llamó para
ver cuándo hacíamos la siguiente clase. Me
había comprometido a tres clases con ella, y
un compromiso es un compromiso. La
segunda vez fue igual de duro. Pasamos a
guerrero I, y mis prótesis se clavaban por
detrás de las rodillas, donde todavía tenía
ampollas de mi primera clase de yoga. Estaba
tan frustrado que me senté y le pregunté:
¿Puedo probar esto sin mis piernas?»
Esto no era fácil para mí –nadie me ve sin
mis piernas–. Pero estaba tan cabreado de no
poder hacer yoga que se me fue la vergüenza, y
me quité las prótesis. Y allí estaba, sobre mis
rodillas en guerrero I, con Anna detrás de mí
pensando probablemente cómo narices iba a
hacer para enseñarme ahora. Yo seguía

diciéndome, soy un guerrero. Puedo hacer
esta postura. Y en ese momento, mientras
buscaba cómo colocar las caderas en la pos-
tura correcta, mentalmente reproduje la
entrada de Anna que no había entendido el
primer día: «Enraízate y crece».Me imaginé
raíces creciendo hacia abajo por todo mi
cuerpo hacia la tierra.
Yo soy un tío. Disparo con armas. Como
carne. Soy bastante machote. No soy nada
hippy alternativo ni nada de eso. Pero lo que
pasó en aquel momento me iluminó por den-
tro. Mientras me enraizaba en la esterilla,
pude sentir literalmente cómo la tierra me
mandaba un rayo de energía por todo el
cuerpo. Empecé a llorar. Era como si la tierra
me estuviera diciendo, «Dan, ¿dónde has
estado los últimos 10 años?»”
A partir de ahí no dejé de hacer yoga. Al
final de la tercera práctica ya estaba apuntado
a mi primera formación para profesor.
Como no era de sorprender, a mis colegas
del ejército les ha costado un poco entender
mis nuevos hábitos yogui. En la cultura militar
demuestras tu amor riéndote del otro. Y des-
pués de mi primera formación como profesor,
un montón de tíos me preguntaban que qué
pasaba con el yoga.”
Después fui a un evento de golf con varios
militares, y uno de mis colegas me dice,
«Tronco, pareces como más ligero. ¿Es por el
yoga?» Le dije que sí, y le pregunté si quería
saber más. Después del evento, fuimos a casa
a por una cerveza, y no os voy a mentir –me
sentía como un padre a punto de tener una
charla sobre sexo con un hijo–. Afortunada-
mente, fue él quien sacó el tema de nuevo, y
empecé a pillar mis libros y a enseñarle
muchas cosas que había leído y que me habían
ayudado mucho. Le miré a la cara para ver si
lo estaba pillando, y enseguida noté que algo
malo iba a salir de su boca.
«¿Va todo bien?»,le pregunté.
Me mira y me dice, «No. No va bien. Hace
dos días, mi mujer me encontró metido en el
armario con una pistola en la boca. Estaba a
punto de apretar el gatillo. Luego vi a mi hija».
Aquello me tocó. No supe responder. Solo
pude decirle: «te haría falta algo de yoga».

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DAN NEVINS
PONTE VEDRA BEACH, FLORIDA


ESTILISMO: JESSICA JEANNE EATON; CAMISETA: KOZM; PANTALÓN: EL DEL MODELO
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