Yoga Journal Spain N.96 — Julio-Agosto 2017

(Greg DeLong) #1
julio-agosto 2017

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evistayogajournal.net

LA PRIMERA VEZ QUE RECUERDO CON
CLARIDAD sentirme avergonzada de mi
cuerpo, fue con 12 años y en una reu-
nión para perder peso con mi madre
(quien no había pasado de 45 kilos en su
vida), esperando ansiosamente a que
me tocara el turno para pesarme.
Cuando llegó el momento, aguanté el
aliento y me posé delicadamente sobre
la báscula. ¡Había perdido más de
medio kilo! ¡Por fin! Pero cuando me
bajo, y todavía con la sonrisa, me topo
con una cara con la que no contaba, y
totalmente fuera de lugar: mi profesora
de matemáticas de sexto. Sentí una ola
de calor recorrerme todo el cuerpo, con
unas ganas locas de salir corriendo. Ya
era suficientemente humillante ser la
persona más joven de toda la década en
asistir a una reunión. Pero encontrarme
con alguien a quien tendría que ver el
lunes en el colegio, ya era el colmo.
Estaba petrificada y muy disgustada.
Me llevó décadas quitarme la ver-
güenza que sentía por mi tamaño. Al
igual que mucha gente, mis padres se
educaron valorando la delgadez, y eso
es lo que me transmitieron. Cuando

trataban de camelarme para que per-
diera peso, me contaban historias de lo
dura que era la vida para los gordos. Y
en parte no les faltaba razón, aunque no
fuese por los motivos que ellos preten-
dían: hay mucha discriminación contra
los gordos.
A medida que fui avanzando en el
colegio y la universidad probé miles de
dietas (65 en total), y también empecé a
hacer yoga. Alguien me lo recomendó
como remedio para mis migrañas cróni-
cas, y pensé que no había nada que per-
der. Me encantó. Fue la primera vez que
probaba una práctica de movimiento por
razones distintas a la pérdida de peso.
No tenía que estar constantemente pen-
sando cuántas calorías debía quemar, así
que seguí volviendo. Pero aun así, me
quedaba al fondo de la clase tratando de
pasar desapercibida.
Luego, a mitad de mis veinte, algo
inimaginable sucedió. Durante una
clase de por la tarde estábamos solas la
profesora y yo, así que por primera vez
puse la esterilla en el medio de la sala. Y
de repente aparecieron 10 chicas del
equipo de fútbol de la universidad, que
llegaban tarde. Pensé en cómo salir de
ahí pero no había escapatoria. Allí
estaba, tratando de que no se me saliera
la tripa de la camiseta, y fingiendo que
tenía la seguridad de ponerme la ropa
de deporte ajustada que llevaba. Y ellas
allí, todas esbeltas y tonificadas,
luciendo mallas y tops que parecían
hechos para ellas. Estaba enfadada por
lo fácil que les resultaría el yoga.
Pero no fue así. Resulta que estaban
delgadas y en forma, pero carecían de la
flexibilidad y coordinación que requiere
el yoga. Empezamos practicando una de

mis posturas favoritas –una flexión de
pie hacia delante con las piernas abier-
tas– y de pronto dice la profesora,
«Mirad cómo lo hace Anna. Hacedlo
así».Creo que no me he sentido más
orgullosa en toda mi vida. Alguien
estaba fijando la atención en mí por
mostrar mi cuerpo y hacer mi postura.
Aquello me enseño algo básico: que era
capaz de estar presente en mi cuerpo y
responderle, que sentirme conectada
con mi cuerpo y no odiarlo era posible,
y que el yoga estaba jugando un papel
fundamental en llegar a ese punto.
Mi trabajo con la aceptación de mi
cuerpo llegó casi una década después de
mi primera clase de yoga. Pero el yoga
estuvo trazando la senda todo el rato,
preguntándome qué sentía en mi cuerpo
en el momento presente. Empezaba a
percatarme de cómo podría ser una rela-
ción positiva con mi cuerpo. El yoga y la
aceptación de mi cuerpo trabajaban
mano a mano para cambiar mi historia
de «Yo contra mi cuerpo», a una relación
amable y comunicativa con él. Fue cam-
bio drástico de los pensamiento que tuve
durante décadas, del tipo «me odio», o
«mejor estaría muerta».Durante mucho
tiempo había asociado perder peso a la
felicidad. Me empecé a preguntar si real-
mente era cierto. ¿Y si decidiese estar
feliz ahora mismo?
Aceptar tu cuerpo no solo empieza
por cambiar la mentalidad. También
surge de tu propio cuerpo, de algo tan
sencillo como sentir los pies en el suelo
o el culo en la silla. Una vez que empie-
zas a escuchar a tu cuerpo, este puede
guiarte hacia un cambio duradero. El
truco consiste en estar en paz contigo
mismo, sin importar el tamaño.

ANNA


GUEST-JELLEY
NASHVILLE, TENNESSEE

L


ESTILISMO: JESSICA JEANNE EATON; PELUQUERÍA/MAQUILLAJE: BETH WALKER; TOP: MODEL’S OWN; MALLAS: LINEAGE; SOSTÉN: OLD NAVY


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