Cine Premiere N.274 – Julio 2017

(Kiana) #1
xiste un James Bond para cada generación (y para todos los
gustos). Para muchos, Sean Connery fue el mejor. Pero para
nosotros, los que crecimos en los 70, el 007 más carismático,
o si se quiere, emblemático, fue Roger Moore, fallecido el pasado
23 de mayo. O al menos el más querido: le dio al agente al servicio
secreto de su majestad las cualidades gráciles, sofisticadas y humo-
rísticas que ninguno de los otros actores logró imprimirle –ni Pierce
Brosnan, que lo intentó–, haciendo que hasta los niños conectára-
mos con James Bond.
Fue el que interpretó al personaje en más películas (siete en
total); el que protagonizó las últimas versiones originales escritas
por Ian Fleming, y también el de más edad: se puso el esmoquin a
los 45 años y lo abandonó a los 58. Moore fue ese agente maduro
que enamoró a toda una generación –y que tuvo a algunas de las
Chicas Bond más hermosas, como Jane Seymour, Barbara Bach,
Lois Chiles, Carole Bouquet y a la mismísima Grace Jones–.
Sin embargo, también fue una actor alivianado y versátil. Tras
iniciarse después de la Segunda Guerra Mundial en la carrera del
modelaje, promocionando artículos tan variados como ropa y pasta
dental, divagó entre varios roles menores hasta que por fin alcanzó
notoriedad en la TV. Interpretó al enigmático Simon Templar –alias
El Santo– en una serie en la que se anticipaba a un personaje pre-
Bond: un agente inglés galante, flemático e irónico. Muy parecido
fue también su rol en The Persuaders!, serie de culto de los 60, en
la que hizo dueto con el estadounidense Tony Curtis. Ambos encar-
naron a dos playboys millonarios en aventuras europeas con autos
de lujo. Con esos rasgos repetidos, todos los caminos conducían a
Bond, como si Moore se hubiera preparado desde el inicio para en-
carnarlo. Su debut llegó en 1973 con Vive y deja morir y de ahí ya no
dejaría al agente en 12 años.
Según contó en su autobiografía, fue por un trauma de la niñez
que le tenía miedo a las armas. Su nula habilidad para disparar fue
un problema serio en los rodajes de la saga de James Bond: una
mezcla de persistencia –y trucos de cámara– lo ayudaron a salir
adelante. Sin embargo, el esfuerzo lo llevó a la rutina y la rutina lo
llevó al encasillamiento. Cuando en 1985 terminó el rodaje de 007:
En la mira de los asesinos, decidió no actuar durante los siguientes
cinco años.

ROGER

OOREM

El agente más afortunado


Lo que siguió fue una sucesión de películas olvidables que inclu-
ye: Fire, Ice and Dynamite (1990); Bullseye! (1990) –considerada una
de las peores comedias de la historia; The Quest (1996) –cinta de
artes marciales que lo puso en improbable dupla con Jean-Claude
Van Damme–; y una aparición especial en Spice World (1997). A
cambio, se convirtió en embajador de la UNESCO y de la UNICEF:
viajaba a los puntos más recónditos del planeta, llevando educación
y alegría a niños sin recursos. Moore era un tipo jovial, pero su tra-
bajo para las Naciones Unidas lo llenaba más que cualquier película.
¿La carrera de un actor puede (o debe) anclarse en un solo per-
sonaje? Para nada. De hecho, los expertos coinciden en que el gran
atributo de Moore fue que nunca se tomó demasiado en serio y
que desarrolló una asombrosa capacidad para la risa, lo que le per-
mitió revolucionar a su personaje más icónico. “Siempre me dijeron
que para triunfar se necesitaba perso-
nalidad, talento y suerte en par-
tes iguales”, confesó alguna vez.
“Discrepo con eso. En mi caso,
fue 99% suerte”. Moore nunca
fue un actor brillante y él lo sabía.
Pero justo ahí, en esa modestia
inteligente y en su generosidad,
es que reside la grandeza de su
legado. Se le extrañará.
–Miguel Cane

E


INSIDER


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FOTO: NEWSCOM
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