52 NATIONAL GEOGRAPHIC
ALICE
URUSARO
KAREKEZI
ABOGADA
DE DERECHOS
HUMANOS
La mayoría
de los
muertos:
hombres.
La mayoría
de los huidos:
hombres.
La mayoría
de los presos:
hombres.
¿Quién
dirigirá
el país?
hija de una familia que huyó de la persecución tutsi en 1959, Emma Furaha
Rubagumya recuerda a su abuelo cantando las cuarenta a su padre por
matricularla en el instituto en vez de casarla. Su abuelo, dice, temía que
no hiciesen de ella «una buena mujer» si seguía estudiando en lugar de
casarse y tener hijos. Hoy Rubagumya tiene 52 años y está en su primer
mandato parlamentario. Electa en 2018, dirige la Comisión de Asuntos
Políticos y Género. Su abuelo, fallecido en 1997, no vivió para verla ocu
pando el escaño, pero sí llegó a conocer a su marido y sus tres hijas.
Recuerda que, en aquellas discusiones acerca de sus estudios, su madre
nunca intercedía en su favor porque «tal como era la sociedad de entonces,
jamás se le habría ocurrido llevarle la contraria a su suegro para defender
a su hija». Pero hoy, añade, «¿me imagina usted callando si alguien dice
que mis hijas no deben estudiar? ¿O imagina a mis hijas callando si alguien
les dice que no estudien? Incluso muchas mujeres del campo le dirían hoy
que [...] la educación de sus hijos es lo que más les importa del mundo».
Justine Uvuza dirigió la sección legal del Ministerio de Género y Pro
moción de la Familia con la misión, entre otras cosas, de identificar leyes
que incurriesen en discriminación de género para enmendarlas o abolirlas;
por ejemplo, la que prohibía a las mujeres trabajar de noche. Otra ley no
solo impedía a las mujeres acceder al cuerpo diplomático, sino que consi
deraba a la mujer «parte del patrimonio» del hombre que se convertía en
diplomático. Las parlamentarias defendieron leyes contra la violencia de
género que tipificaron como delito la violación dentro del matrimonio,
como también modificaron la legislación sucesoria en 2016 para que las
viudas sin hijos pudiesen heredar las propiedades del marido.
Los cambios del posgenocidio fructificaron en gran medida gracias a la
ausencia de hombres, pero también «obedecieron a una visión política»,
afirma Karekezi. Las mujeres fueron recompensadas por negarse a ocultar
aquellos hombres –algunos de su propia familia– que habían participado
en el genocidio y por declarar en contra de sus violadores. Las políticas en
favor de las mujeres, dice Karekezi, también reconocieron el papel preco
lonial de estas en la toma de decisiones, cuando los reyes del país eran
asesorados por sus madres y las mujeres del medio rural mantenían unidas
las comunidades mientras los hombres salían a apacentar el ganado.
LOS VALORES Y LAS EXPECTATIVAS DE RUANDA en lo relativo a la mujer, al
menos en la esfera pública, han cambiado en apenas una generación.
Conforme más mujeres como Rubagumya alcanzan altos puestos guber
namentales, a la conformación de leyes y políticas se suma su efecto ins
pirador. Agnes Nyinawumuntu, de 39 años, preside una cooperativa de
160 productoras de café en las verdes colinas del distrito de Kayonza, en
el este del país. Antes del genocidio, relata, la lista de actividades vedadas
a las mujeres (para empezar, el cultivo de café) era interminable. «Solo nos
dejaban hacer una cosa: gestar y criar». Ahora tiene cinco hijos y, aunque
su marido también trabaja en el sector agrícola, los suyos son los ingresos
principales de la familia. Ver mujeres en el Parlamento, dice, «nos llena de
confianza y orgullo. Veo que si me esfuerzo, podré llegar lejos. Por eso
algunas de nosotras hemos llegado a liderar nuestras comunidades».
Nacida en Tanzania
como refugiada,