National Geographic Spain - 11.2019

(Steven Felgate) #1

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El sexismo cotidiano


es un factor.


La otra sombra, aún más negra, que se proyecta sobre las ciencias y el
mundo académico es el acoso sexual. El fenómeno del #MeToo ha traído
al primer plano a las supervivientes de agresiones sexuales y ha puesto el
foco sobre las vejaciones y la intimidación. Y hay motivos para creer que
esas situaciones están más extendidas de lo que hemos empezado a vis­
lumbrar. Cada vez hay más datos que confirman las experiencias particu­
lares de las mujeres. Cuando Kathryn Clancy, de la Universidad de Illinois,
y sus colegas encuestaron a más de 660 científicos a propósito de sus ex ­
periencias en el trabajo de campo, el 84 % de las científicas jóvenes refirie­
ron haber sufrido acoso y el 86 % hablaron de agresiones. El estudio fue uno
de los primeros que sacaba a la luz la verdadera dimensión del problema.
La física Emma Chapman, titular de una beca Dorothy Hodgkin de la
Royal Society que investiga en el Imperial College de Londres, quedó tan
afectada por el acoso al que la sometió un colega de mayor estatus durante
su estancia en el University College de Londres que se convirtió en acé­
rrima defensora de las mujeres que se ven en las mismas circunstancias.
«De pronto me vi trasplantada a una cultura de lo más incómoda», dice,
una cultura en la que la ausencia de formalismos degeneraba en abrazos
forzados e intrusiones en la vida privada.
La investigación del caso culminó en una orden de alejamiento de dos
años de duración contra el denunciado. A Chapman se le pidió que firmase
un acuerdo de confidencialidad, mientras que su acosador mantuvo su
puesto. «Es rarísimo que se produzca un despido», me dice. Pese a todo se
considera afortunada, porque en casi todos los casos que conoce la mujer
puede dar por liquidada su carrera profesional si se atreve a hablar.
Chapman calcula que un centenar de mujeres han acudido a ella desde
que se implicó en el Grupo 1752, un modesto colectivo británico que trabaja
por la erradicación de las conductas sexuales impropias en el mundo
académico. Su caballo de batalla es convencer a las universidades de que
defiendan a las víctimas en vez de tapar la conducta de los culpables.
Es una visión que comparte la microbióloga australiana Melanie Thom­
son, también víctima de acoso sexual. Thomson afirma haber visto en
2016 cómo el astrofísico Lawrence Krauss, entonces radicado en la Uni­
versidad Estatal de Arizona, manoseaba a una mujer durante un congreso.
«Ella respondió con un codazo», recuerda. Thomson cursó una queja
oficial y en 2018 la universidad de Krauss confirmó que había infringido
su política de acoso sexual. El problema no se restringe a unos cuantos
hombres como estos, añade Thomson. «Es inmenso. Y en el ámbito cien­
tífico, particularmente insidioso».

EL PERIODISTA CIENTÍFICO Michael Balter, que informa sobre casos de
acoso sexual y ha adoptado un papel de defensa de las víctimas, dice que
este comportamiento persiste en parte porque «la ciencia está muy jerar­
quizada: el jefe del laboratorio o el director del instituto acumulan mucho
poder. Democratizar la ciencia y atenuar esas relaciones de poder permi­
tiría avanzar hacia la corrección de un gran número de lacras».
Explica Balter que investigar una denuncia por acoso significa meterse
en un zarzal normativo, con lo cual muchos casos de conducta inapropiada
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