24 NATIONALGEOGRAPHIC
Después de una década
siendo la principal voz
jordana en defensa de
la accesibilidad, Aya
Aghabi, de 28 años,
falleció en agosto de
este año. Dependiente
de una silla de ruedas
tras el accidente de
tráfico que le dañó
la médula espinal,
descubrió mientras
estudiaba en Berkeley,
California –un precoz
nodo de los derechos
de las personas con
discapacidad–, que ir
en silla de ruedas no
tenía por qué significar
perder independencia.
En un país donde los
discapacitados se
topan con obstáculos
por doquier (como en
el templo de Hércules
de Ammán, en una
foto del pasado mayo),
Aghabi fue consultora
de accesibilidad a
tiempo completo y lanzó
el sitio web Accesible
Jordan. Su trabajo
sigue proporcionando
guíasonlinepara que
jordanos y turistas
discapacitados puedan
explorar el país.
JORDANIA
PALADINA DE LA
ACCESIBILIDAD
Alineada con el Partido Ennahdha, Maalej recuerda haber sido silenciada
durante las dictaduras laicas de Bourguiba y Ben Ali. Buscó con denuedo
un centro educativo donde le permitiesen llevar el pañuelo y acabó matri-
culándose en un colegio cristiano. «Nuestra voz era débil, casi inaudible».
Hoy quiere hacerse oír. Cree que la igualdad en la sucesión hereditaria va
en contra de la sharía, la ley islámica, y ve en ella un «asunto secundario»
metido con calzador en el debate político por «burguesas» que no la repre-
sentan. El islamismo, como toda ideología política, no es monolítico, sino
que hay diferentes sensibilidades. Meherzia Labidi es diputada por el Partido
Ennahdha y fue viceportavoz del Parlamento. Como Maalej, Labidi lleva
pañuelo y recuerda la represión religiosa que le negó la voz antes de la revo-
lución, pero hasta ahí llega la similitud entre ambas mujeres.
Labidi, que se define como posfeminista, cree que las tunecinas deben
escucharse entre sí: «Pienso que lo que necesitamos en Túnez, y en todo el
mundo musulmán árabe, es recuperar nuestra voz al margen de estas dos
tendencias, la ultrasecular y la ultrarreligiosa». Se enorgullece de lo mucho
que ha avanzado Túnez en materia de derechos de la mujer y se congratula
de que el país esté debatiendo asuntos tan nucleares como la igualdad suce-
soria. Túnez vuelve a ser un ejemplo para el resto del mundo árabe. «Allí
donde avanza la democracia, avanzan los derechos de la mujer, porque pode-
mos hablar, podemos hacer –añade–. Sin embargo, en los espacios donde
no existe la democracia, por muchos cambios que se hagan en favor de las
mujeres, ellas seguirán bajo el yugo de la autoridad: del Gobierno, del pre-
sidente, del rey, de la figura que encarne la autoridad. Por eso son cambios
que no se inculcan, que no se asimilan, que se quedan en la superficie. Lo
que estamos haciendo es muy difícil: intentamos penetrar en el tejido social».
Para Labidi, el «legado universal» del feminismo es el puente capaz de
unir a las mujeres que ocupan los extremos opuestos del espectro del acti-
vismo, como Hamida y Maalej. Y eso pasa por que las mujeres occidentales
no hablen por ellas. «Dicen que deberían darnos libertades, pero no se nos
permite expresar lo que queremos. ¿Esto es libertad? ¿Esto es feminismo?»,
se pregunta. Labidi tiene un mensaje para las feministas occidentales: «Por
favor os lo pido: dejad de hablar en nuestro nombre y por nosotras; cada vez
que habláis por mí, sofocáis mi voz».
Labaki, la cineasta nominada a un Óscar, cree también en el poder y la
necesidad de que las mujeres cuenten su propia historia. Sus tres películas
–empezando por la primera, Caramel, una cinta de 2007 ambientada en un
salón de belleza beirutí que explora la vida de cinco libanesas– indagan en
temas universales relacionados con el patriarcado y las lacras sociales como
la pobreza. Labaki cuenta que Caramel nació de su «obsesión personal» con
el examen de estereotipos de las libanesas como «mujeres sumisas incapa-
ces de expresar su identidad, incómodas con su cuerpo, temerosas de los
hombres, dominadas por ellos» y la realidad más compleja de las mujeres
fuertes que ella veía a su alrededor, empezando por sus propias familiares.
«En cierto modo sentí que estaba buscando mi propia tranquilidad –dice–.
¿Quién soy yo en medio de tantos estereotipos?». En su última película, Cafar-
naúm (2018), Labaki puso el acento en los niños de la calle. «Los arrastramos
a nuestras guerras, a nuestros conflictos, a nuestras decisiones, y los hemos
sumido en un enorme caos», declara. Empezó a preparar la película en 2013
y en parte se inspiró en la desgarradora imagen del pequeño Alan Kurdi,
tendido sobre la arena de una playa turca a la que fue arrastrado por la marea
tras perecer ahogado cuando huía con su familia de la guerra de Siria. La
imagen, dice, fue un punto de inflexión.
Labaki recibe como un cumplido el comentario que le hacen llegar muchos
de sus espectadores: afirman percibir que hay una mujer detrás de la cámara.
«Eso no quiere decir que mi visión sea mejor que la de un hombre. En abso
luto. Solo que es una visión diferente, una experiencia diferente».
En 2016 se presentó a las elecciones municipales de Beirut, pero perdió.
«En un momento dado te conviertes en activista aunque no quieras –dice–.
Para mí ya no es cuestión de elección: es mi deber. No sé si acabaré en polí
tica o simplemente haciendo presión para que cambien determinadas cosas».
¿Cómo ponemos en marcha el auténtico cambio?, se pregunta Labaki. «Yo
quiero hacer las cosas a mi manera y desde mi plataforma, valiéndome de
mi voz, porque a veces tienes más voz que cualquier político, y resuena con
mucha más potencia desde una película, un discurso o un vídeo corto que
desde un atril político –declara–. No puedo quedarme en los límites de hacer
otra película más. Hay que ir más allá [...]. Tengo que usar mi voz en este
sentido y empezar a trabajar en serio». j