El Mundo - 30.10.2019

(Sean Pound) #1

EL MUNDO. MIÉRCOLES 30 DE OCTUBRE DE 2019
18


OTRAS VOCES
i


NACÍ EN MÁLAGA, en 1983. Nunca he te-
nido otra nacionalidad que no sea la españo-
la. Mi lengua materna es el castellano. Mis
ancestros escaparon de Sevilla en 1391, des-
pués de las matanzas incitadas por Ferrán
Martínez, y se instalaron en el norte de lo que
hoy es Marruecos durante más de quinientos
años. Mis abuelos regresaron a España en la
década de los cincuenta del pasado siglo. Era
su destino natural. Eran judíos sefardíes; en
hebreo, significa españoles. Yo también lo
soy, español y judío, judío y español.
Nunca he sufrido episodios de discrimina-
ción legal o institu-
cional por ser judío.
He sido objeto de
comentarios y chas-
carrillos clásicos en
el imaginario colec-
tivo que, poco a po-
co, se van diluyendo
en el tiempo. ¿Por
qué tenéis todos tanto dinero? (¡ojalá!) ¿Cómo
metes a seiscientos judíos en un 600? ¿cómo es
que eres judío si no has nacido en Israel? Nada
grave. He tenido y tengo amigos de toda condi-
ción y origen, y todos muestran respeto, inclu-
so admiración, por el devenir de los judíos du-
rante la historia.
Sí he sido asaltado, en cambio, ante otras pre-
guntas que me competían aún menos ¿Por qué
hacéis con los palestinos lo mismo que los na-
zis hicieron con vosotros? ¿Te parece bien que
asesinen niños? ¡Esa tierra no es vuestra!
Esto tampoco sería grave si las sinagogas y
los colegios judíos en España –y en toda Eu-
ropa– no estuvieran protegidos con fuertes
medidas de seguridad. O si no se fomentara
la discriminación contra los judíos usando a

Israel como pretexto. Sí, siempre se ha ofre-
cido la misma respuesta para justificar estos
problemas: Israel.
Ciertamente, muchas personas con las que
me cruzo creen que soy israelí y que mi país no
es España, sino Israel. La mayoría se acoge a
esta creencia errónea sin ninguna mala inten-
ción. En este sentido, si hacemos algo de intros-
pección, es comprensible que piensen así.
Quizás, a los judíos españoles, nos ha falta-
do cierta pedagogía para explicar que podemos
tener –como, con todo el derecho, tienen mu-
chos otros ciudadanos españoles, franceses o
alemanes– varias lealtades, compartidas y com-
patibles, una sola lealtad, o ninguna. Que haya-
mos salido a defender en tromba a Israel cuan-
do ha sido atacado y, en cambio, con otros
asuntos nacionales hayamos mostrado, como
colectivo, a lo sumo, un perfil bajo, tampoco ha
ayudado a esclarecer estos conceptos.
Llegados a este punto es necesario explicar
que, para medir el impacto que supuso el naci-
miento de Israel para la mayoría de los judíos
en todo el mundo (también hay judíos antisio-
nistas o que no tienen vínculo o apego alguno
a Israel) habría que juntar, a la vez y en un mis-
mo evento, la independencia de los Estados
Unidos, la abolición de la esclavitud y la lucha
por los derechos civiles. Es imposible arrancar,
de la mayor parte de los judíos, esa vincula-
ción, ese sentimiento de dignidad y de orgullo
ante semejante gesta («uno de los aconteci-
mientos más extraordinarios de la historia»,
que escribió Josep Plá) en la que sus semejan-
tes, perseguidos y casi exterminados, lograron
su autonomía política, no sin dificultades, en
una tierra que nunca olvidaron y que siempre
consideraron su cuna ancestral.
Es normal y comprensible, pues, que exis-
ta cierta distorsión sobre mi nacionalidad o
mi lealtad. Pero esta confusión no debe lla-
mar a engaño; muchos la utilizan con objeti-
vos perversos.
Que pinten Free Palestine! en la puerta de la
sinagoga de Barcelona (el pasado 4 de sep-
tiembre) no responde a un malentendido ino-
cente. Responde, por el contrario, a unas mo-
tivaciones similares a las que llevaron a los
ataques terroristas en un colegio de judío de
Toulouse en 2012 (cuatro muertos, tres de
ellos niños), en el museo judío de Bruselas en
2014 (cuatro muertos) y en el Hypercacher de
París en 2015 (cuatro muertos).
Atentados que además quedaron en un se-
gundo plano gracias a la aplicación de una
responsabilidad colectiva, normalizada y je-
rarquizada para atemperar agresiones contra
judíos. Así ha vuelto a suceder en el último
atentado contra una sinagoga, el pasado 9 de
octubre, en la ciudad alemana de Halle. A es-
te respecto, en estas páginas, David Gistau ha
descrito este fenómeno con una claridad ate-
rradora: «Los muertos volvían a ser judíos por

encima de cualquier otra cosa, no alemanes,
no convecinos europeos».
Tampoco son inocentes, y mucho menos
humanitarias, las iniciativas propuestas por el
movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y
Sanciones contra Israel), aupado a los ayunta-
mientos de toda España por formaciones de la
izquierda regresiva –en la atinada definición
de Ana Soage, profesora de Ciencias Políticas
en la Universidad de Suffolk–.

SE PUEDE, y es sano, criticar las actuaciones
del Gobierno de Israel de turno como se puede
criticar, y también es sano, cualquier actuación
de cualquier Gobierno de cualquier país del
mundo. Acabáramos. La crítica es necesaria y
casi siempre ayuda a mejorar y a controlar los
excesos y los erro-
res de los que to-
man las decisiones.
Lo que es insosteni-
ble, porque las nor-
mas de convivencia
y tolerancia que nos
hemos establecido
a través de siglos de
sangre y dolor no lo permiten, es que se haga a
los judíos de todo el mundo, independientemen-
te de donde hayan expedido su pasaporte, res-
ponsables colectivos de lo que haga Israel o,
aún peor, protagonistas de mitos oscuros que
aún perviven en la conciencia de todos los es-
tratos de las sociedades modernas.
Es insostenible, también, que tenga prohi-
bida la entrada a una ciudad un deportista,
una cantante, un científico, o simplemente un
ciudadano ordinario, por el mismo hecho de
ser israelí. Este fenómeno concreto se llama
discriminación, y así lo han determinado de-
cenas de sentencias en los tribunales españo-
les tras los recursos interpuestos, entre otros,
por la organización Acom, contra mociones
municipales que llamaban a crear «espacios
libres de apartheid israelí».
En los mismos términos se lo expresé al
presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el
pasado mes de agosto.
Está normalizado que, en sociedades li-
bres, los judíos vivan bajo protección; que los
muertos judíos queden relegados a un segun-
do plano y que se les responsabilice colecti-
vamente por lo que sucede en Oriente Medio.
En suma, este –definido por Gistau– «aparta-
miento del judío en el sentido de pertenen-
cia», sigue latente, y no debería ser así. De lo
contrario, aunque sean –seamos– ciudadanos
iguales de España, Francia o Alemania, nun-
ca dejarán de ser «el otro».

Elías Cohen es abogado, secretario general de
la Federación de Comunidades Judías de Espa-
ña y profesor de Relaciones Internacionales en
la Universidad Francisco de Vitoria.

Es insostenible que se haga
a los judíos de todo el mundo
responsables colectivos
de lo que haga Israel

El autor denuncia


la pervivencia de oscuros mitos antisemitas en las


sociedades contemporáneas y señala la anomalía


que supone que en regímenes democráticos


los judíos deban vivir bajo protección.


A FONDO iANTISEMITISMO


Los judíos


siguen siendo


«el otro»


ELÍAS COHEN


Que pinten ‘Free Palestine!’
en la puerta de la sinagoga
de Barcelona no responde a
un malentendido inocente

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