El Mundo - 05.11.2019

(WallPaper) #1
EL MUNDO. MARTES 5 DE NOVIEMBRE DE 2019
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OPINIÓN i


UNOS estudiantes acamparon en la Gran
Vía de Barcelona y anunciaron su propó-
sito de permanecer allí hasta lograr la
emancipación de los «países catalanes».
O hasta que acudan los padres para lle-
várselos a casa arrastrados de una oreja,
lo que suceda primero.
Estos estudiantes con cara de decir jolín
tienen publicadas sus necesidades en ta-
blones colocados para instigar la solidari-
dad. No puedo burlarme demasiado por-
que, en su situación, yo pediría un sillón de
masaje, un barman con pajarita disponible
las veinticuatro horas y un doble para po-
der ausentarme sin que nadie se diera
cuenta: Russell Crowe serviría. Pero las pe-
ticiones de estos estudiantes, recogidas por
Pablo Planas, tienen un gran valor porque
trazan un retrato generacional de ese ar-
quetipo al que supongo que se refieren
cuando dicen millennial y que nos empuja
cada vez más a vivir nostálgicamente en lo
que Zweig llamaba el mundo de ayer.
De lo que piden se infiere que el admi-
nículo de primera necesidad es el teléfono
móvil, incluyendo en el concepto cargado-

res y conexión wifi. Porque, por más que
una revolución exija grandes sacrificios,
sin conexión wifi no nos vamos a quedar,
de qué sirve comportarse con heroísmo
por la patria si la épica no puede compar-
tirse en esa cosa del Instagram donde las
modelos publican selfies para comunicar
la nueva de que se han depilado. O de que
han dejado de hacerlo, impelidas por el
empoderamiento femenino.

Lo más revelador es la dieta. Hombre,
todavía no está la cosa como para exigir-
les que se alimenten de ratas, como en
Stalingrado. Pero qué cosa maravillosa es
que pidan a la sociedad civil una provi-
sión constante de ensaladas de pasta, hu-
mus y embutidos veganos. Son chicos
que han aprendido a comer en el Star-

bucks, que de hecho deben de haberlo
aprendido todo en el Starbucks, que ofre-
ce wifi gratis y una repostería vegana y
barbas hipster y un póster de Greta
Thunberg allí donde los bares de barrio
tienen el del Atleti.
En la actualidad, una ardilla vegana
puede recorrer el mundo sin pisar el
suelo saltando de un Starbucks a otro.
De hecho, lo único que los estudiantes

acampados tenían que buscar fuera del
Starbucks era la gran aventura política
de su tiempo para ser vivida en pandilla.
Para conservar intacto el señuelo utópi-
co, conviene no reparar en la contradic-
ción que un nacionalismo decimonónico
plantea con su vocación de clichés hu-
manos globales.

IRRITADITA, la prensa socialdemócrata
declara que para saber cuántas naciones hay
en España solo es preciso leer la
Constitución. Una irritación con fundamento,
porque la Constitución dice que la única
nación es la española. Y dice también que en
España hay nacionalidades. Nadie sabía en
1978 qué quería decir nacionalidad. Hasta
2001 los académicos de la Lengua estuvieron
trabajando con denuedo para que la
Constitución, en este punto, no colgara de la
brocha semántica. Y, al fin, en ese año
parieron el ratoncito: «Comunidad
autónoma a la que, en su Estatuto, se le
reconoce una especial identidad histórica y
cultural». Es decir, nadie en España sabe
todavía lo que es una nacionalidad.
Las investigaciones proseguirán (no hay
asunto más candente), pero las esperanzas de
que la situación cambie son escasas. El
problema profundo no está en la palabra sino
en la que presuntamente atenúa. Se dice que
nacionalidad es el eufemismo de nación, al
que obligaron las circunstancias de la
transición a la democracia. Pero el problema
no está en el eufemismo. Ningún eufemismo
atenúa el significado: en esa región no opera.
Para que la portavoz Lastra lo entienda: no por
llamarle invidente mejora el ciego su visión. El
problema de nacionalidad es nación.
Tomemos el caso seminal de Cataluña.
Seminal también porque Prat de la Riba, uno
de los fundadores del catalanismo, escribió un
libro llamado La Nacionalitat catalana. Pero

Prat de la Riba no definió el ente nacionalidad
sino las condiciones a partir de las cuales la
nacionalidad catalana podía ser adquirida.
Una condición era el amor a lo que eran:
catalanes. La otra era el odio a lo que no eran:
españoles. Para ser nación y dispensar
nacionalidad el odio es preciso. Pero el
proyecto xenófobo no cuajó porque la mitad
de Cataluña no accedió nunca al odio. Ni
siquiera hoy los haters procesistas son
mayoría. Y si el odio no, la lengua tampoco.
Hay una coincidencia general en que el rasgo
nacional distintivo de Cataluña es la lengua,
catalana por supuesto. Uno de los fraudes más
impresionantes de nuestro melodrama.
¿Nación a causa de una lengua que no es la
lengua materna de la mayoría de los catalanes
y que los catalanes usan minoritariamente?
¿Alguien imagina que España chuleara de ser
nación por la lengua y el castellano no fuera
lengua materna ni de uso de la mayoría de la
población? Y respecto a la última de las
inexorables condiciones que caracterizan a la
nación y sus nacionales, la voluntad de ser:
¿alguien puede tomársela en serio habiendo
catalanes como yo?
Sí, nacionalidad fue ideado como
eufemismo. Pero de región. Para que lo
entienda Lastra: en la Constitución hay ciegos
e invidentes.

Odio, lengua, ser


Sí, ‘nacionalidad’, fue ideado
como eufemismo. Pero de
‘región’. Para que lo entienda
Lastra: en la Constitución
hay ciegos e invidentes

AL ABORDAJE


DAVID
GISTAU

¡QUIA!


ARCADI
ESPADA

IDÍGORAS Y PACHI


Sacrificios


LA decisión de EL MUNDO de cerrar algu-
nos contenidos de su página web ha sor-
prendido a muchos lectores habituales, al
menos por los comentarios que hemos re-
cibido quienes trabajamos en el periódico y
han llegado al diario por todos los canales.
La sorpresa se entiende porque EL MUN-
DO no avisó a sus usuarios que desde un
día determinado no podrían leer algunos
contenidos si no pagaban. Y claro, han lle-
gado algunas críticas porque a nadie le gus-
ta que le cambien las costumbres.
EL MUNDO no es el primer periódico
que establece un modelo Premium de sus-
criptores, ni siquiera en España. En la
prensa anglosajona –Estados Unidos, Rei-
no Unido, Australia...– lleva años implanta-
do y, en algunos casos, con éxito.
El ejemplo más citado es The New York
Times. Una muy buena estrategia está con-
siguiendo trasladar sus lectores del papel
a la edición digital y logrando nuevos sus-
criptores online. Aunque es cierto que el Ti-
mes no es un modelo porque Estados Uni-
dos es otro mundo en cuanto a la prensa se
refiere. Siempre recuerdo aquella reunión

convocada en 2008 por el Senado para que
los principales medios –impresos y online–
explicaran a los responsables de hacer las
leyes en Estados Unidos la crisis por la que
ya pasaba la prensa y qué soluciones pro-
ponían. Los senadores –el establishment
político– eran absolutamente conscientes
–y así se refleja en las actas– de que la de-
mocracia de su país no podía permitirse el
lujo de tener una prensa débil. No me ima-

gino algo similar en los políticos españoles.
De todas formas, aquellos eran tiempos
anteriores a Donald Trump y, sobre todo,
cuando Facebook no era más que un re-
cién nacido divertimento social.
En España, como decía, ya hay inicia-
tivas de suscripción en las ediciones di-
gitales, y de todos los modelos: desde los

que permiten leer un número de noticias
al mes hasta los que cierran determina-
dos contenidos, pasando por el mecenaz-
go o el sistema de socios. Pero este pe-
riódico ha sido el primero de los conside-
rados grandes que ha tomado la
iniciativa de la suscripción.
Vendrán los demás porque, en definiti-
va, el pago en las ediciones digitales no es
más que restituir a la empresa periodísti-

ca la razón de su ser desde que práctica-
mente existen los periódicos: conseguir
los ingresos por sus dos fuentes tradicio-
nales: la publicidad y los lectores. Vivir de
una sola es un milagro y de ninguna, una
utopía. Con todos sus errores, a usted, lec-
tor, le compensa que la prensa siga con vi-
da y fuerte. @vicentelozano

LA TIERRA MEDIA


VICENTE
LOZANO

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