EL MUNDO.
HOJA Nº (^22) P A P E L MARTES 5 DE NOVIEMBRE DE 2019
E N P O R T A D A
Nueva canción.
El cantautor
malagueño
presenta mañana
‘Tabú’, un tema
de sonido urbano,
acento flamenco
y ritmo latino con
el que intenta
romper con su
imagen clásica y
seducir al público
global al calor del
éxito de Rosalía
ERASE
UNA VEZ
EN LOS
ANGE-
LES
español más exitoso de la
década con más de 1,7
millones de discos vendidos,
1.350 millones de escuchas
en Spotify y 2.580 millones
de visualizaciones en
YouTube) y que no tiene
dudas sobre el potencial en
EEUU de su nueva canción,
Tabú, que sale mañana.
«El objetivo de esta
canción y de venir hasta
aquí es abrir mercados,
En su primera noche en
Los Ángeles, soñó que
había una manifestación en
la calle y que entraba en un
restaurante. Entonces se
encontró con una
publicista y se dijo, «Ah, ya
sé por qué estoy aquí, iba a
reunirme con ella». La
saludó, pero ella respondió:
«Perdona, he quedado con
otro artista». Él insistió:
«Que no, que has quedado
conmigo. Soy Pablo. ¡Pablo
Alborán!». Pero ella insistió
en que estaba con otro
músico que tenía unas
canciones muy buenas.
«Que no coño, que esas
canciones son mías, que
has quedado conmigo». Y
de pronto desde la
manifestación tiraron una
piedra que rompió la
cristalera del restaurante.
Cuando despertó, Pablo
Alborán volvía a ser el
músico español de más
éxito en la última década,
pero tardó un instante en
recordar qué hacía bajo el
edredón blanco del Hotel
Mondrian, nueve plantas
sobre Sunset Boulevard,
con las luces lejanas de la
gran ciudad enmarcando
su ventana.
Con las dudas y la
incertidumbre borboteando
en el subconsciente como
un alka-seltzer comenzaba
un viaje de tres días a la
ciudad de los sueños que es
el primer intento serio del
guitarrista, pianista y
cantante de darse a conocer
en el mercado anglosajón.
Estrella de la canción
melódica en España y en
varios países como
Portugal, Chile, Argentina y
México, es tan poco
conocido en EEUU que en
la sede central de Warner
Records, su compañía
discográfica, casi ninguno
de los empleados sabe nada
de él. A uno le recuerda a
Luis Miguel. A otra, a
Alejandro Sanz. «¿Y de
verdad es tan popular?»,
insisten en preguntar.
El que le conoce bien es el
más importante de todos los
trabajadores de Warner, su
presidente, Tom Corson,
que se deshace en elogios
hacia Alborán, que repasa
sus logros de memoria
(Alborán es el músico
llegar a sitios donde antes
no he estado, que gente
nueva me descubra, aunque
sea para olvidarme en la
siguiente canción, pero que
sepan lo que hago al
menos», dice Alborán. «Esto
no es el principio ni el final
de nada. Yo llevo 10 años,
algunas cosas han
funcionado y otras no, a
veces me deprimía más y
otras menos...». Divaga,
recuerda el día que
preparando este viaje
promocional y estratégico
se puso tan nervioso en una
cena que al final se sentó en
la acera. «Y me iba por la
patilla, pero era muy feliz de
ver a mi equipo tan
ilusionado, y lo que menos
soporto es que me doren la
píldora, que me vendan la
moto, pero ellos creen que
es posible de verdad que
suene en EEUU», continúa,
hablando sin parar.
«Lo importante cuando
sacas una canción diferente
es que ocurran cosas
diferentes, buenas o malas»,
añade. Y Tabú es diferente.
Ritmo sincopado latino,
producción electrónica
urbana al gusto de las
tendencias actuales y una
invitación al baile, una
incursión en terrenos
modernos para este Pablo
Alborán que ha pasado una
década pareciéndose un
montón a Pablo Alborán, un
artista de corte clásico que
ha desarrollado su carrera
con el ritmo tradicional de
álbum-gira.
Más importante que todo
ello, Tabú es un dúo con una
pujante estrella de Warner
para el público adolescente,
Ava Max, que canta su parte
en inglés. Entre una Lady
Gaga millennial y una Billie
Eilish que besuqueara a
chicos buenorros y
mostrara el escote en sus
vídeos, esta cantante de
aspecto siniestro celebra la
excentricidad y la
marginalidad en sus singles.
¿Qué hace la hija de unos
emigrantes albaneses de
Wisconsin en una canción
de Pablo Alborán?, se han
preguntado muchos fans del
malagueño. Abrir mercados,
amigos míos.
Día 2. Tras cuatro o cinco
atascos, el coche de Uber
aparca en la puerta de la
recién inaugurada oficina
central de Warner, situada
en uno de esos barrios de
Los Ángeles que parecen
sobrevivir a duras penas a
un cataclismo. Por dentro, el
edificio es una chulada con
suelos de hormigón pulido.
Pablo, que supervisa cada
detalle de su carrera «de
una manera obsesiva»
desde que tuvo una mala
experiencia con su
descubridor y primer
manager, tiene una reunión
en la que muestra varias
canciones nuevas. «Lo que
más me gusta es que estás
probando cosas nuevas», le
dice Brenda Palacios,
supervisora de A&R, el
departamento responsable
de la parte artística en la
discográfica. «Lo que
necesita la prensa de EEUU
es ver que eres también una
persona tan espontánea».
Por la tarde ensaya con
Ava Max en un local mejor
dotado que la mayoría de
estudios de grabación que
hay en España. «En la
media hora que hemos
estado ahí podríamos haber
hecho un disco», exclama
Alborán, encantado con la
sesión, que ha ido bastante
natural, nada que ver con
aquel ensayo que hizo con
Demi Lovato en 2011
cuando el equipo de ella
coreografió hasta el último
gesto que iban a hacer
ambos en una actuación en
los Grammy Latinos.
«Ava Max es igual que yo,
tiene también el cable un
poco pelado», dice riendo.
«Está un poco loca también.
Yo es que soy muy payaso».
¿Cuánto? «El otro día fui a
una boda en un patinete de
Cabify con una amiga
porque no llegábamos a
tiempo. Le dije ‘Mira, a
tomar por culo’, teníamos
que atravesar la Gran Vía y
había una manifestación y
ella decía, ‘Pero Pablo, qué
hago con los tacones’. ‘No te
preocupes, tú pones un pie
aquí y el otro así suelto’, y
haciendo equilibrio
llegamos genial. Vale que
la gente nos miraba, que
nos paró hasta Manel
Fuentes, que pasaba por
allí... O sea que un poquito
loco sí que estoy».
Antes de cenar se escapa
a ver el atardecer sobre el
Pacífico con el núcleo duro
de su equipo que le
acompaña a todas partes, «y
como gilipollas acabamos
abrazándonos todos
después», porque Pablo es
de mucho abrazo, cada vez
que te ve, con esos brazacos
de cantautor cachas que se
ha puesto, y también de
llorar, que por la noche en la
cama «pensaba en que
estaba en Los Ángeles y en
la oportunidad que supone
esto y es que yo lloro mucho
de emoción, lloro más de
emoción que de pena».
En la cena habla de su
próximo álbum, que va a
coproducir por primera vez
y que está previsto de
manera muy provisional
que se publique en
noviembre de 2020, «un
disco bastante fresco, muy
suelto, porque quiero que
tenga cosas muy diferentes,
algunas más reconocibles
en mi música pero también
alguna que otra ida de
pinza», dice, y avisa: «Estoy
con ganas de divertirme y
de sorprender, sin importar
tampoco mucho la
respuesta. Además, es un
buen momento para
experimentar, por ejemplo
para mezclar sonidos
orgánicos con la electrónica,
que me mola mucho».
Los que han encontrado
en su música lo que Albert
Rivera en el olor del perro
Lucas, ese grado superlativo
de lo adorable, no dejarán
de encontrar sus baladas
mulliditas, pero tendrán que
aprender a aceptar que el
chico quiere mambo.
¿Incluso, quizá, reguetón?
«Quiero probar ritmos
latinoamericanos, pero no
forzosamente reguetón»,
aclara, para probable alivio
de su fandom. Y entre Tabú
y ese futuro quinto disco es
probable que salgan nuevas
canciones, todo dependerá
de cómo funcione este
single que no va a apoyar
con actuaciones salvo un
par de excepciones.
Porque este estudiante
frustrado de Filosofía sin
tatuajes, sin piercings, sin
apenas vello corporal y con
el mismo peinado desde que
debutó, canta más que nada
sobre las relaciones entre
las personas y sobre
«reconectar» con las
emociones, «aunque
POR PABLO
GIL LOS ÁNGELES
FOTOS: CARLOS GARCÍA POZO
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72 HORAS
CON EL ‘NUEVO’
PABLO ALBORAN
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