El Mundo - 14.11.2019

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EL MUNDO. JUEVES 14 DE NOVIEMBRE DE 2019
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OTRAS VOCES


LAS ELECCIONES del domingo (un grandísimo
error y una enorme irresponsabilidad de nuestra clase
política) han reforzado los extremos y han hundido el
centro político, además de haber fragmentado aún mu-
cho más nuestro Parlamento. Bien es verdad que los
muchos errores estratégicos cometidos por el ya ex pre-
sidente de Ciudadanos Albert Rivera (cuya dimisión le
honra aunque sea por lo infrecuentes) explican, en gran
medida, la debacle sufrida por su partido. Pero también
han existido otros muchos factores desencadenantes de
este escenario que convendría no olvidar porque no van
a desaparecer fácilmente por hábiles que sean las estra-
tegias políticas que se desplieguen a partir de ahora.
Aunque ciertamente la torpeza de nuestros represen-
tantes pueden agravarlos, como ha sucedido en este ca-
so. La dialéctica amigo/enemigo, la polarización e infan-
tilización del discurso político, la incoherencia que su-
pone el rechazo a las propuestas inconstitucionales del
adversario pero nunca a las del posible socio (ya se tra-
te de Vox, Bildu, ERC o quien sea) no han ayudado na-
da. Como no ha ayudado la ligereza con la que nuestros
políticos parecen dispuestos a desgastar la democracia
liberal y sus instituciones en un momento tan delicado.
En este escenario, siempre ganan los más radicales.
Porque no olvidemos que hay un malestar creciente
con las democracias liberales que se agudiza a medida
que se revelan cada vez más incapaces de afrontar los
enormes desafíos que ya tenemos encima, desde la de-
sigualdad, la demografía, la cuarta revolución industrial
o la crisis climática. Esta tendencia es evidente no sólo
en España sino en todos los países de nuestro entorno
y suele traducirse en un voto de descontento ya sea a la
izquierda radical (como ocurrió en su momento en Es-
paña con Podemos) o a la ultraderecha (como ocurre
ahora con Vox). Ni entonces había tres millones de es-
pañoles comunistas ni ahora hay tres millones y medio
de españoles fascistas. Pero deberíamos empezar a en-
frentarnos de una vez con las disfunciones y los sínto-
mas de agotamiento del
modelo de la Constitu-
ción de 1978 e identificar
sus problemas y las refor-
mas necesarias que hay
que abordar si no quere-
mos que millones de ciu-
dadanos decepcionados
se lancen en brazos de
opciones ultras, demagogas y populistas. Con los con-
siguientes efectos negativos sobre nuestro bienestar,
nuestra convivencia y nuestra propia capacidad para
afrontar unos retos muy complejos. Ahí tenemos el
ejemplo de Cataluña para ver a dónde se va por el ca-
mino del populismo radical, infantil e irresponsable.
En todo caso, esta marejada de fondo no evita que el
desastre de Ciudadanos tenga algunas causas endóge-
nas que conviene destacar, sobre todo en la medida en
que se puedan corregir en el futuro. La más evidente, a

mi juicio, es haber renunciado a servir de partido bisa-
gra y, por tanto, de constituir un auténtico centro políti-
co, privando de utilidad al voto de su electorado. Un
electorado probablemente no demasiado amplio cons-
tituido por aquellos ciudadanos a los que la expresión
veleta no les suena nada mal, y que prefieren girar a la
izquierda o a la derecha según las circunstancias para
apoyar en todo caso un programa reformista desde el
centro, evitando tentaciones extremistas. Pero también
habría que hablar de la profunda incoherencia entre el
discurso de la regeneración y la lucha contra la corrup-
ción y el aval a los gobiernos del PP en Madrid, Murcia
y Castilla y León, que ha propiciado situaciones tan su-
rrealistas como el apoyo de Cs –que está gobernando
en Madrid en coalición con el PP– a la comisión de in-
vestigación sobre Avalmadrid, comisión que afecta di-
rectamente a la presidenta Díaz Ayuso para después
oponerse junto con el PP a que ésta comparezca. Por no
mencionar que estas alianzas reforzaron al PP en un
momento de extrema debilidad cuando la estrategia de
Rivera pasaba por sustituirlo. Son cosas que no pasan
desapercibidas a un votante crítico como los de Cs.
Efectivamente, el afán de sustituir al PP (tan similar
por cierto al que llevó en su momento a Podemos a blo-
quear el Pacto del Abrazo en 2016 y a intentar el sor-
passo al PSOE) cegó a Rivera y su núcleo duro estos úl-
timos meses. La razón es muy sencilla: el partido esta-
ba totalmente dominado por un único líder obsesionado
con las encuestas que le prometían que tenía al alcan-
ce de la mano lo que él deseaba: la Presidencia del Go-
bierno. Por supuesto, el líder controlaba todos los me-
canismos de poder internos, empezando por el más im-
portante, la decisión de incluir a alguien en puestos de
salida de las listas electorales o de decidir quién podía
acceder a un cargo público. Lo mismo cabe decir de los
fichajes estrella –algunos disparatados– directamente
por Rivera sin conocimiento de los responsables de los
equipos a los debían liderar o en los que se tenían que
integrar. Con este liderazgo había pocos incentivos pa-
ra disentir y criticar las decisiones de Rivera, y los úni-
cos que podían permitírselo eran los que podían pagar
el peaje correspondiente por tener una carrera profe-
sional alternativa: no demasiados como hemos visto.
La reforma de los Estatutos del partido en 2017 acen-
tuaron aún más ese carácter presidencialista. La forma
de funcionamiento de los órganos de gobierno en estos
meses (con unanimidades y votaciones de la Ejecutiva
abrumadoramente favo-
rables a las propuestas
presidenciales) ponían
de relieve este grave pro-
blema. Al concentrar las
decisiones estratégicas
en sólo una persona y re-
validarlas la Ejecutiva
del partido casi sin dis-
cusión se generaba el
riesgo típico de los hiper-
liderazgos o cesarismos:
los errores del líder pue-
den llevarse a toda la or-
ganización por delante,
puesto que él o ella siem-
pre pueden decir –como
ha sucedido en Cs– que
todos estaban de acuer-
do y que las decisiones
eran colectivas. Con el corolario de que tampoco hay
ninguna posibilidad de una corriente de opinión distin-
ta, al menos dentro de la organización.
También hay otro aspecto que merece destacarse. La
implantación de un sistema de primarias más o menos
dirigidas (es decir, donde se pretende que salga el can-
didato de la dirección pero con el voto de los afiliados)
llevó en Ciudadanos a escaramuzas que llegaron a in-
tentos de pucherazo como ocurrió en Castilla y León,
ganadas finalmente por un candidato que no era el del
aparato. Es difícil medir el coste de imagen que esto su-
pone para un partido que ha hecho de la regeneración
una de sus banderas. Por último, me gustaría referirme
a la falta de cauces de participación de las bases, afilia-
dos, cargos y simpatizantes –incluidos los expertos que
se ofrecían a echar una mano al partido al menos en los
primeros tiempos– no ya en la toma de grandes decisio-

nes estratégicas sino incluso en asuntos nimios. Todo
se dirigía desde el pequeño núcleo de Madrid muchas
veces con total desconocimiento de la realidad regional
y local. El rosario de dimisiones de cuadros y cargos del
partido en pueblos y provincias expresa este malestar.

DICHO DE OTRA manera, si la falta de contrapesos
y de cauces internos de participación es letal para los
sistemas democráticos también lo es para el buen fun-
cionamiento de los partidos y exactamente por las mis-
mas razones. Concentrar la toma de decisiones en una
sola persona y más en tiempos muy convulsos política-
mente no es una buena idea. Los equipos cuanto más
plurales y diversos más capaces serán de enfrentarse
con problemas complejos que exigen diversos puntos
de vista y muy distintos talentos. La independencia de
criterio –que salvo honrosas excepciones como la de
Luis Garicano ha brillado por su ausencia en Cs en es-
tos últimos meses– es esencial para aportar ideas y opi-
niones contrapuestas y para evitar el mesianismo que
acaba por identificar partido y líder como un todo indi-
soluble. Nos queda todavía por aprender en España (y
no sólo en los partidos sino en todas las instituciones)
que la lealtad a la organización no es sinónimo de su-
misión absoluta a quien la representa o encarna en un
momento dado y que la libertad de crítica es perfecta-
mente compatible con la lealtad al proyecto y a las ideas
que deben de trascender a las personas concretas que,
por excepcionales que sean, siempre son sustituibles.
La pregunta ahora es si sigue quedando espacio pa-
ra un partido de centro liberal ya sin aspiraciones de
sustituir a uno de los grandes partidos sino de cumplir
con la función originaria de Cs, que era ayudar a reali-
zar las grandes reformas institucionales pendientes que
no estaban ni están en la agenda del bipartidismo y sin
las cuales nos arriesgamos a que nuestro sistema polí-
tico se desintegre en un mosaico de partidos antisiste-
ma, cantonales, testimoniales o simplemente incapaces
de ponerse de acuerdo. Es fácil imputar al adversario la
culpa del avance del voto antisistema pero quizá debe-
mos reflexionar más sobre la herencia que ha dejado el
bipartidismo que ha gobernado en España los últimos
40 años y que ha preferido no afrontar reformas incó-
modas y muy necesarias (como la relativa a la cuestión
territorial o al sistema electoral) o se ha refugiado en ba-
tallas culturales e identitarias que han dividido a la ciu-
dadanía simplemente para ganar votos.

No tengo dudas de que un partido como Cs es im-
prescindible, aunque ahora toque reconstruirlo casi des-
de los cimientos y devolverle su sentido original. Se tra-
ta de reconstruir nada menos que un partido de centro,
reformista, moderado, ilustrado, liberal, europeísta, pro-
bablemente inevitablemente pequeño pero imprescin-
dible. Hará falta recuperar el talento, la ilusión y el en-
tusiasmo perdidos, y no será fácil. Queda por delante
una travesía del desierto más o menos larga, pero si de
algo podemos estar seguros es de que necesitamos co-
mo argamasa de nuestra democracia un partido de cen-
tro capaz de virar a su izquierda y a su derecha y de
proponer reformas largamente pospuestas. Sobre todo
ahora que arrecia el vendaval populista.

Elisa de la Nuez es abogada del Estado, coeditora de ¿Hay
derecho? y miembro del consejo editorial de EL MUNDO.

El afán de sustituir al PP cegó
a Rivera; el partido estaba
dominado por un único líder
obsesionado con las encuestas

JAVIER OLIVARES

La autora aboga por


una refundación de Cs para que vuelva a


ser un partido de centro, reformista,


moderado, ilustrado, liberal, europeísta y


probablemente inevitablemente pequeño.


TRIBUNA iPOLÍTICA


Ciudadanos


y la tragedia


del centro


ELISA DE LA NUEZ

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