Expansión - 14.10.2019

(Steven Felgate) #1

Opinión


34 ExpansiónLunes 14 octubre 2019


E


s aparentemente muy delga-


da la línea que separa nacio-


nalismo y patriotismo. En sus


declinaciones más modernas, el so-


beranismo es una especie de tertium


genus que mezcla elementos de uno


y otro, a veces con el ingrediente


añadido del independentismo y


otras, con una pizca de rencor an-


tieuropeo.


En países como Italia y España,


hablar de orgullo patrio para algunos


es sinónimo de blasfemia. Ya sabe-


mos: el pasado todavía pesa mucho,


más allá de lo razonable, y la asimila-


ción de un sentir patriótico (por mo-


derado que sea) con simpatías de ex-


trema derecha, es algo casi automá-


tico en la opinión pública.


Hoy la cuestión se hace aún más


enrevesada pues, en realidad, el con-


cepto de “patria” ha ampliado tre-


mendamente sus confines. Más allá


de España está Europa.


Ambos nombres evocan unas de-


limitaciones territoriales, políticas y


culturales, y lo mismo ocurre con to-


dos los países que conforman la


Unión Europea.


No es sencillo comprender con el


corazón (y no sólo con el puro racio-


cinio) que, por un lado, tenemos una


“patria chica”, que es nuestro Estado


miembro de origen, y, luego, una pa-


tria más grande, hecha de diversidad


y variedad, que nos incluye a mu-


chos más.


Algunos tenemos unas complica-


ciones añadidas, y más de una “pa-


tria chica”, toda vez que la vida nos


ha brindado la oportunidad de amar


(y vivir) profundamente otros paí-


ses, distintos de nuestra tierra de ori-


gen.


Sin embargo, el pudor nos ha po-


dido y el sano orgullo de pertenencia


a uno o más entornos culturales, po-


líticos, territoriales, ha sido desterra-


do de los argumentos políticamente


correctos.


Con la necesaria complicidad de


los separatistas que han enturbiado


la idea de patria, moldeándola a su


microgusto, y con la inevitable cola-


boración de los esclavos (o malicio-


sos utilizadores) del pasado reciente


de un país, el patriotismo se ha ido al


garete y su desaparición crea mons-


truos y distorsiones históricas.


La tierra que se avergüenza de sí


misma, la patria que no ha superado


(aun sin olvidarlo) su pasado, no es


capaz de infundir un sano orgullo en


sus habitantes ni de establecer reglas


claras para los que quieren conver-


tirse en nuevos ciudadanos.


Una tierra –sea esta una nación o


un continente– que no establece de-


rechos y obligaciones, no puede ser


un buen lugar de acogida para nue-


vos habitantes, y contribuye a la


merma del sentir positivo de perte-


nencia de los que ya están dentro de


las fronteras.


Guste o no guste el país en otros


muchos aspectos, indudablemente


Estados Unidos es el referente mo-


derno en cuanto a integración y mul-


ticulturalidad. En la página web ofi-


cial del Gobierno, en el apartado de


naturalización de ciudadanos, con


consueto pragmatismo se describen


escuetamente los pasos a seguir para


obtener el ansiado estatus.


Entre ellos, un examen de educa-


ción cívica, una prueba de lengua y,


por último, la asistencia a la ceremo-


nia de juramento. Dos líneas son su-


ficientes para describir dicho acto


solemne, y enseguida el texto reza li-


teralmente: “Después de convertirse


en ciudadano estadounidense ten-


drá nuevos derechos y obligacio-


nes”, y se enumeran ambas catego-


rías.


La Europa que no sabe gestionar


la emergencia migratoria, es la otra


cara de la moneda, es el ejemplo del


desorden ideológico y práctico. Tan-


to la acogida indiscriminada como el


cierre de fronteras son reacciones


igualmente absurdas y equivocadas.


El problema, que sigue manifestán-


dose como un goteo diario, aunque


los medios de comunicación le dedi-


quen menos espacio, no se resuelve


con proclamas electoralistas.


Espíritu comunitario


El patriotismo europeo, sumado al


nacional, debería empujarnos a fijar


las reglas estrictas de pertenencia, de


acceso a la residencia en el entorno


comunitario. Orgullosos del (am-


plio) lugar en el que vivimos, debe-


ríamos organizar un sistema de de-


rechos y obligaciones muy firmes


que sirvieran de mensaje definitorio


del espíritu comunitario: es un orgu-


llo formar parte de Europa y de cual-


quiera de sus Estados miembros, pe-


ro hay normas comunes éticas, cul-


turales y jurídicas que respetar.


Pertenecer a una comunidad no es


un estado pasivo de disfrute exclusi-


vo de derechos. Significa colaborar


para que ese entorno se mantenga y


mejore, aportando elementos cons-


tructivos, incluso desde la diversidad


de origen.


Giuseppe Mazzini y Stefan Zweig


combinaron de manera excelsa el


amor para sus tierras de nacimiento,


con el fervor europeísta. En momen-


tos distintos, quisieron superar el pa-


sado conflictivo del Viejo Continen-


te, para proyectarse hacia el futuro


de Europa.


A este propósito, cabe mencionar


un escritor contemporáneo que apa-


siona a muchos lectores por el mun-


do, y que es protagonista de una pe-


queña anécdota personal. Hace unos


veinte y pico años, en mi casa llegó


un fax para mi padre. Eran unas po-


cas líneas en inglés, escritas a mano.


Cogí la hoja, la leí y me fijé en la fir-


ma: era de Abraham B. Yehoshua.


Había leído unos cuantos libros su-


yos, le admiraba mucho y pedí a mi


padre si podía conservar ese fax cual


reliquia. Me dijo que sí, y sigo tenién-


dolo entre mis documentos más pre-


ciados.


Pues bien, a raíz de las recientes


elecciones en su país, el escritor is-


raelí ha demostrado una vez más su


clarividencia y su coraje, al afirmar


que judíos y musulmanes sufren de


un exceso de memoria. De esta ma-


nera, el pasado sigue contaminando


el presente, ha afirmado. La conta-


minación del presente por fantas-


mas del pasado es lo que nos inhibe a


la hora de decirnos patriotas y de te-


ner más coraje, mucha más valentía


para construir una Europa abierta


pero tremendamente sólida en sus


reglas.


¿Podemos decirnos patriotas?


Abogado


Marco


Bolognini


A


yer, domingo 13 de octubre,


el Papa Francisco canonizó a


John Henry Newman, el


ilustre presbítero anglicano (1801-



  1. que se convirtió al catolicismo


y fue nombrado cardenal por León


XIII en 1879. Que esta gran figura de


la Iglesia sea ahora un santo nos llena


de alegría especial a los que estudia-


mos en el colegio que lleva su nom-


bre, Cardenal Newman, y que fue


fundado por los hermanos cristianos


irlandeses en Buenos Aires en 1948.


Entre los excelentes profesores que


tuve en el Newman sobresalió Jorge


Luis García Venturini, filósofo católi-


co, liberal y conservador, que los estu-


diantes admirábamos por su atractiva


personalidad, su sabiduría y su enor-


me capacidad para enseñar como se


debe; es decir, entreteniendo. Y así,


mientras nos fascinaba con relatos y


conjeturas sobre el presente y el futu-


ro de la tecnología, lograba que estu-


diáramos a Jacques Maritain.


García Venturini, que había naci-


do en Bahía Blanca en 1928 y moriría


en Buenos Aires en 1983, utilizó, qui-


zá por primera vez en español, la an-


tigua palabra kakistocracia, o el go-


bierno de los peores. Lo hizo en un


artículo titulado “Aristocracia y de-


mocracia”, que fue publicado en


1974 en el diario porteño La Prensa,


del que fui corresponsal en Madrid.


Desde un liberalismo cristiano, Ven-


turini subraya la compatibilidad en-


tre democracia y aristocracia, por-


que esta última es el gobierno de los


mejores, no como la oligarquía, que


lo es de unos pocos. Y deplora la “pe-


ligrosa tendencia de nuestro tiempo


de mediocrizar, de igualar por lo más


bajo, de apartar a los mejores, de


aplaudir a los peores, de seguir la lí-


nea del menor esfuerzo, de sustituir


la calidad por la cantidad. La verda-


dera democracia nada tiene que ver


con esas módicas aspiraciones. No


puede ser proceso hacia abajo, mera


gravitación, sino esfuerzo hacia arri-


ba, ideal de perfección. El cristianis-


mo y el liberalismo, cada uno en su


momento, fueron grandes promoto-


res sociales, pues quebraron estruc-


turas excesivamente rígidas e hicie-


ron que los de abajo pudieran llegar


arriba. En tal sentido fueron dos


grandes procesos democráticos. Pe-


ro ninguno de sus teóricos abogó por


la mediocridad ni renunció al ‘go-


bierno de los mejores”.


Terminaba mi profesor diagnosti-


cando como “una lástima” el predo-


minio del “populismo actual, que no


es democrático sino totalitario, abju-


ra del ideal aristocrático y entroniza


a los inferiores”. Venturini no era un


enemigo de la democracia, al contra-


rio, la defiende, pero en el sentido de


Rousseau, que respaldó “la aristo-


cracia electiva, convencido de que


del sufragio surgirían los mejores,


aunque reconoce que el procedi-


miento puede fallar”.


Claro que puede fallar, lo sabemos


muy bien. Pero al menos el cardenal


John Henry Newman, que dio nom-


bre al colegio porteño donde enseñó


Jorge Luis García Venturini tanto y


tan bien, es, desde ayer, santo de la


Iglesia Católica.


Kakistocracia


Carlos Rodríguez


Braun


La contaminación del


presente por fantasmas


del pasado nos inhibe


para decirnos patriotas


Desde un liberalismo


cristiano, Venturini señala


la compatibilidad entre


democracia y aristocracia


Rousseau respaldó


“la aristocracia electiva,


porque del sufragio


surgirían los mejores”

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