El Mundo - 24.10.2019

(Marcin) #1
EL MUNDO. JUEVES 24 DE OCTUBRE DE 2019
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OPINIÓN i


SERÁ una de las palabras del día. La
exhumación de Franco pone fin a una
anomalía democrática, lo del Valle era una
anomalía que se debía corregir, hemos vi-
vido cuarenta años de anomalía, etc. La
idea de que la sepultura del dictador es al-
go anómalo, algo que no sucedería en nin-
gún otro país, se ha convertido en el gran
mantra para justificar su exhumación. El
problema es que se trata de un argumen-
to falaz, cuyo éxito apunta a cuestiones
más amplias. Porque no se trata solo del
debate sobre Franco: en la España de 2019
no hay mejor argumento de autoridad que
el de que algo es bueno porque es normal
en países de nuestro entorno.
Señalar normalidades y anomalías
siempre es un poco tramposo. En primer
lugar, porque se suele sostener en compa-
raciones parciales e interesadas. Uno de-
cide con qué países y en qué temas hacer
la comparación para que le dé el resulta-
do que quiere obtener. En políticas de me-
moria, postulamos que la normalidad es
lo que se hace en Italia o Alemania y no lo
que se hace en Inglaterra –esa estatua de

Cromwell ante el Parlamento–. O que las
diferencias de origen, naturaleza, efectos
y duración entre el régimen franquista y
los de Hitler y Mussolini importan menos
que sus similitudes. O que un monumen-
to a un dictador del siglo XX es una ano-
malía democrática pero no lo son las ca-
lles con nombre de espadones del XIX, o
las estatuas de monarcas absolutos. Bajo
comparaciones supuestamente objetivas

se esconden criterios que, como mínimo,
convendría aclarar. Pero, sobre todo, el ar-
gumento es tramposo porque infantiliza
el debate. La pregunta que deberíamos
plantear no es qué opción es la normal, si-
no cuál es más deseable. Se puede deba-
tir si la política de memoria de la Transi-
ción fue más deseable que otras alternati-

vas posibles. Se puede tener un debate
serio sobre si la exhumación de Franco es
deseable por estas razones, o no es desea-
ble por estas otras. Pero decir que solo
hay una solución normal y que las demás
son anómalas –y, por ello, necesariamen-
te malas– es rebajar el debate al nivel de
un patio de instituto; como si fuéramos
adolescentes cuya única preocupación es
imitar lo que hacen los demás. No solo es

un sinsentido suponer que lo anómalo es
malo –todos los avances sociales y políti-
cos que hoy valoramos fueron en su mo-
mento grandes anomalías– sino que da fe
de una cultura profundamente insegura.
Puestos a buscar anomalías españolas,
apunten esta: la de un país obsesionado
con su propia normalidad.

ANTEAYER, después de que saliera la
primera información en El País sobre su
voluntad de crear un nuevo partido político,
intercambié unos mensajes con Manuel Valls.
Tenemos una buena relación, es un político de
raza y cualquier ser pensante debe
agradecerle que evitara un gobierno
independentista en Barcelona. Pero creo que
sus planes son un error. Los demócratas
españoles precisan unidad, rassemblement,
para decirlo en francés. El capricho narcisista
debe quedar en manos del
nacionalpopulismo, los auténticos
especialistas. El error de Valls lo cometieron
antes todos aquellos que hace unos meses
abandonaron Ciudadanos. La inmadurez de
Albert Rivera y el equipo dirigente del partido
fue notoria al negarse a sí mismos la
posibilidad de ejercer el poder, de evitar que
el gobierno de España, por activa o por
pasiva, estuviera en manos de los
nacionalistas y de limitar desde la mesa del
Consejo de Ministros el aventurerismo
político y la falta de escrúpulos de Pedro
Sánchez. Pero la misma inmadurez cabe
imputársela a los que se fueron del partido sin
luchar. Se trata del tipo de actitud,
exactamente, que convierte a los partidos
políticos en organismos inertes. El juego de
las mayorías y las minorías es consustancial a
la democracia y lo que distingue a la política
del deporte. Cuando las minorías, que son por
definición estados transitorios, desaparecen
de un partido político se da algo parecido a lo

que supondría la desaparición de la oposición
en un parlamento. O sea la esterilización de la
democracia. La renuncia a luchar es aún más
absurda en nuestra época, cuando tanto ha
crecido la capacidad de la discrepancia para
organizarse y difundir las propias ideas y, por
lo tanto, para hacerlas prosperar algún día.
El debilitamiento de Ciudadanos es una
grave desgracia. Es el único partido laico de la
política española y lo es aún más desde que se
liberó de la excrecencia nacionalcatólica que
ha acabado desovando en Vox, ese Palmar de
Troya de la derecha. Frente a los papas ciegos y
las papisas calvas, Cs sigue siendo la mejor
posibilidad de que las decisiones políticas
puedan tomarse algún día en razón de la
evidencia, que es lo contrario de tomarlas en
razón de los mitos que dominan la
conversación española. Valls debió formar
parte de Cs y debió luchar por hacer valer su
talento y su rara experiencia. Tenía, además, la
bella plusvalía de su condición de extranjero,
que fue desde el principio la identidad
paradójica y sarcástica de Ciudadanos. Y que
no se limitaba, desde luego, a su combate
contra el nacionalismo, sino que abarcaba
todos los frentes de la guerra cultural.
No debe de saber Valls todavía por qué a
Errejón le llaman más que nunca en el milieu
el suma cero.

Cs, aún


Manuel Valls debió
formar parte de Cs
y debió luchar por
hacer valer su talento
y su rara experiencia

¡QUIA!


ARCADI
ESPADA

TAL VEZ recuerden a Suso de Toro. Fue
uno de los susurradores orgánicos de Za-
patero en los tiempos en que la socialde-
mocracia decidió que España era discuti-
ble y discutida. De hecho, Suso de Toro
fue quien acuñó el término «ciudadela de
la extrema derecha» para penalizar la re-
sistencia electoral de Madrid a la hege-
monía socialista que se había arrogado la
corrección de una Transición fallida, así
como la victoria ucrónica en la Guerra
Civil. Asombra comprobar cuánto dispa-
rate actual empezó con Zapatero.
No vayan a creer que a Suso de Toro
le fue mal con la ciudadela mordoriana.
Al revés, fue el Gobierno de Aznar el
que le concedió nada menos que el Pre-
mio Nacional de Narrativa, que él acep-
tó pese a venir pringado de fascismo


  • Pecunia non olet–. Hablamos, por su-
    puesto, de los tiempos en que el PP era
    capaz de cualquier cosa con tal de ha-
    cerse perdonar el pecado de existir en el
    lado equivocado de la historia.
    Me han enviado una interesante inter-
    vención de Suso de Toro en una televi-


sión catalana. Allí, en las televisiones ca-
talanas, existe un género que gusta mu-
cho al público, el de los españoles invita-
dos a poner a parir a España y a simpati-
zar con el independentismo, como si eso
diera a la causa una legitimación espe-
cial: ¿Veis?, hasta ellos se odian. Siempre
encuentran, sobre todo en la izquierda, y
no forzosamente pagados por Roures,
voluntarios para hacer esa función que

por añadidura perpetúa la asociación de
ideas España/fascismo. A la acreditación
de la violencia, que ya es general en el
independentismo después de esta sema-
na de testarla en el circuito de pruebas
de las barricadas, De Toro añadió una
teoría novedosa. Juro que dijo esto: que
el poder de Madrid lo controla una casta

genéticamente deteriorada por la endo-
gamia. Es decir, unos humanos de peor
calidad –Untermensch– que los su-
perhombres nacionalistas. Señores es-
pectadores, en el supremacismo nacio-
nalista acaba de ser introducida la euge-
nesia, el desprecio genético del enemigo,
su deshumanización y su condición de fi-
nal de raza, de forma que nos precipita-
mos hacia cosas como la esterilización

de mesetarios. Genetismo, argumentos
eugenésicos, aprobación de la violencia
urbana y del acoso cotidiano a ciudada-
nos incorrectos de las nuevas SA... El
poder eximente que tiene la palabra iz-
quierda jamás dejará de asombrarme:
desactiva hasta las analogías nazis y las
hace pasar por progresismo.

AL ABORDAJE


DAVID
GISTAU

CIUDAD ABIERTA


DAVID JIMÉNEZ
TORRES

RICARDO


Eugenesia


Los anómalos

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