El Mundo - 24.10.2019

(Marcin) #1
EL MUNDO.

HOJA Nº (^24) P A P E L JUEVES 24 DE OCTUBRE DE 2019
a «la tensión», la loa con un
«no hay trabajadora que
haya trabajado más en el
aula», y remata: «Cuando
crea que no me porto de
manera correcta, dígamelo
o ignóreme».
Esos mismos días él
vuelve a las andadas y ella,
cumpliendo con lo que
Lorente le ha pedido, le echa
en cara esa bipolaridad. «La
verdad es que no creo que
sea capaz de mirarla a la
cara mañana. Espero que
alguna vez me perdone
todos los maltratos», le
escribe de nuevo Lorente,
supuestamente arrepentido.
«Aquí ya empiezan los
mensajes raros», le dice A.
a la perito de Igualdad.
Comienza la cascada de
correos de su jefe, en plenas
vacaciones, porque «me
reconcome esperar a enero
para decírtelo», escribe él.
En uno de ellos, Lorente
«refiere de nuevo la
vergüenza por el maltrato
ejercido», le adjunta una
Guía del acoso en el
trabajo, «por si quiere
denunciarle», y le dice que,
«en caso contrario, en
enero empezamos desde
cero». A. comienza a
«preocuparse por el tono
íntimo, con referencias
familiares, a supuestas
persecuciones
institucionales o temas
íntimos de terceras
personas».
Lorente, en definitiva,
comienza a cruzar líneas
rojas hacia la persona, no
ya hacia la trabajadora. La
insinuación sexual también
se dibuja. El profesor,
pretendidamente
atormentado, le cuenta de
forma confusa que en el
pasado ayudó a «una
amiga» que «sufría malos
tratos» y que ella «empezó a
quitarse el traje de baño» y
que él vio que «tenía
hematomas en el pecho y
las caderas». Le escribe a A.:
«Doce años después, yo me
he convertido en esa
persona que odié tanto, que
maltrató físicamente a mi
amiga. Y aunque yo no te he
pegado físicamente, muchas
veces los maltratos
psicológicos son mil veces
peores». De nuevo, la
victimización: «Ahora que
sabes mejor lo que
realmente ha pasado, si
quieres me perdonas, me
ignoras o simplemente me
E N P O R T A D A
«Estoy coladísimo por ti».
«Espero que me perdones
todos los maltratos».
«No creo que mañana sea
capaz de mirarte a la cara».
«Tendrás ganas de darme
un puñetazo por lo cabrón
que he sido contigo».
«Si quieres me perdonas o
me das un puñetazo en la
cara, cualquier cosa me
parecerá bien». «Si te veo
sufrir me muero». «Te doy
las llaves de mi casa». «Te
va a pasar algo que te va a
retorcer de dolor». «Llevo
23 años esperando a la
mujer de mi vida». «Estoy
delante de tu portal, sólo te
pido cinco minutos».
El último día que A.
estuvo bajo la autoridad de
su jefe en la Universidad
Complutense (Madrid), el
29 de marzo de este año, la
mujer, ya medicada a diario,
aterrada sólo con la
perspectiva de salir de casa,
anulada psicológicamente y
recién separada de su pareja
–como suele suceder a las
víctimas de estas
situaciones–, escribió lo
siguiente para sí misma:
«Ese día, aunque intento
escaquearme, él tiene
mucho interés en que
hablemos porque dice que
en 10 minutos me va a
quitar mi estado depresivo.
Me dice que el día que me
trajo la caja de guantes y yo
le di las gracias, le gustó
mucho cómo se las di. Que
cuando se fue a casa, en la
cama, se dio cuenta de que
estaba coladísimo por mí.
Babeaba por la comisura de
los labios, me daba un asco
tremendo. Cuando llegué a
casa no sabía cómo
reaccionar, estaba muda,
muerta de miedo,
impotencia, temblor de
saber que el lunes tenía que
verle. Ya no he vuelto».
Finalizaba ahí el
«tormento» de dos años
sufrido por A., trabajadora
de la facultad de Medicina
de la Complutense y
víctima de acoso, según el
meticuloso informe de
67 páginas y una decena
de entrevistas emitido el
29 de julio por la Unidad
de Igualdad del centro, a
cuyo contenido ha tenido
acceso Papel.
POR QUICO ALSEDO
ILUSTRACIÓN:
ULISES CULEBRO
INDE
FENSA
EL “TOR-
MENTO”
DE A.
EN LA UNI-
VERSIDAD
“Lobo con piel de cordero”. Todo empezó a ir mal el día que le dio
las gracias a su jefe por llevarle una caja de guantes. Después
vendrían dos años de maltrato que incluyen una visita a su casa,
amenazas, mensajes de madrugada, comentarios íntimos...
Un informe interno de la Complutense detalla el caso de A.
El órgano recomendaba
sancionar al docente,
Laureano Lorente, profesor
de Cirugía, pero la
Complutense se ha limitado
a dar traslado de los hechos
a la Fiscalía de Madrid y a
remover a otro lugar a la
trabajadora, pese a que el
presunto acosador admitió
el maltrato en los mensajes
entre ambos y que en sus
maniobras en torno a ella,
aparentemente
atormentado por acosarla
–en la clásica estrategia de
palo y zanahoria–, le llegó a
enviar una Guía sobre el
acoso en el trabajo para que
ella se defendiera de él.
Lorente sigue en su puesto
de trabajo y niega la mayor:
sostiene que simplemente
manifestó una mujer de la
limpieza.
Todo ello consta en el
meticuloso informe, en
realidad un perfecto manual
de cómo acosar en el ámbito
laboral. ¿Qué sucede dentro
de la mente de una mujer
acosada? Ésta es la historia
de A. y el profesor Laureano
Lorente, tal y como la
recogió la Unidad de
Igualdad de la Complu.
A. se incorpora a su
nuevo trabajo, como
interina, en febrero de 2017.
De entrada, Lorente, que
lleva de manera totalmente
personalista su «cortijo», le
dice que no hable con nadie:
«Podrían pensar que entre
nosotros hay un lío».
A. va a ser la única
ayudante del profesor con
los materiales del Aula, y
esa suerte de vasallaje, en
un ambiente muy cerrado
pronto deviene en lo
claustrofóbico: se
acostumbra a desayunar en
los vestuarios para no
desairar al profesor.
Primer aviso: coincide
apenas unas semanas con
otra trabajadora que lleva
y termina declarando más
tarde a la Unidad de
Igualdad, respecto de A.:
«Me hizo la vida imposible
porque quería quedarse a
solas con ella».
Un mes después, A. ya
está en el exacto molde de
su ex compañera: es a ella a
quien Lorente no habla, a
quien inflige el llamado
maltrato de hielo, que
consiste en bañarla en
silencio. Es ella la que se
toma «un lorazepam» antes
de fichar. El trayecto hacia
la anulación ha comenzado.
Pone el contexto la
psicóloga forense Ana
Gutiérrez Salegui, para la
que el caso de la
Complutense es «de libro,
de manual»: «La primera
reacción es siempre de
desorientación, la víctima
no sabe qué pasa. Luego
viene la incredulidad, se
niega a creerlo. Tras esto
llega la evitación, tratar de
rehuir el contacto, y también
el cambio de imagen: la
mujer intenta desprenderse
de aquello que cree que
genera el problema: su
atractivo físico. En esta fase,
das un puñetazo en la cara,
lo que hagas me parecerá
bien, aunque sólo sea por lo
que te he ofendido durante
estos meses».
El día de vuelta de
vacaciones, él no aparece.
Dice que «va a intentar
recuperarse, y que si no se
da de baja y busca
tratamiento». Ella le
contesta que no quiere líos,
sólo «trabajar siete horas y
volver a casa». Él, que de
pronto se empeña en que le
trate de tú y no de usted, la
obliga a hacer con él cada
mañana unas charlas, tête à
tête, que llama «sesiones de
comunicación entre los
dos». «A mí se me ponían
los pelos como escarpias»,
declara luego A. a la perito.
«La tensión de la
mandíbula, ya no sabía
cómo apretar los dientes,
pero me vi obligada a
hacerlo. Sentía gran
autoridad sobre mí.
Todos los días, a las siete,
cuando llegaba, estaba
esperándome para tener la
sesión de comunicación».
«Él cerraba la puerta del
aula y a mí me sudaban las
manos, las axilas y todo» en
sesiones que «a veces se
alargaban más de una
hora», y en las que al final
«quien hablaba ese día le
hacía una pregunta al otro
para ver si le había
escuchado». En la primera
sesión él le habla de «un
club nocturno al que van
chicos jóvenes».
Él cuelga de pronto en su
armario, para que ella lo
vea, una foto plastificada de
una imagen que ella había
subido previamente a las
redes sociales de Laura
Luelmo (la joven violada y
asesinada en Huelva en
diciembre pasado),
sustituyendo el No es no
por la frase Si me quieres,
por qué me maltratas. A.
escribe entonces: «Llevo
unos días que apenas me
arreglo, el simple hecho de
que él me pueda ver
atractiva me da asco. En
cuanto llego por las
mañanas al vestuario me
quito la barra de labios».
Ella sólo quiere
desaparecer. Cuenta
después: «Aunque
trabajaba de espaldas a él,
sentía sus ojos clavados
en mí».
Ella le habla todo el rato
de «mi pareja, mi pareja»
es muy exigente con su
forma de trabajar, que en
realidad trataba de motivar
a su subordinada.
«Está obsesionado con
ella porque es una chica
muy mona, muy vistosa»,
declaró a la Unidad de
Igualdad un ordenanza.
«Es un lobo con piel de
cordero», dijo una ex
trabajadora. «A mí me ha
dado dentera con las
estudiantes, está con las
chicas que se le cae la
baba, el tío asqueroso»,
haciendo años su mismo
trabajo y observa cómo
el profesor ni siquiera se
dirige a ella.
La mujer, que vuelve de
una baja por depresión y se
toma «una pastilla» cada día
antes de trabajar, no soporta
una nueva bronca de
Lorente: se coge otra baja
–personal de la
Complutense admitirá luego
que varias trabajadoras
anteriores han pedido
traslados por «sentirse
incómodas con él»–
también, la indefensión de
la víctima queda aprendida:
sabe que no hay solución.
El acosador se muestra
arrepentido, le hace ver que
la culpa ha sido de ella, que
ha hecho las cosas mal, o
simplemente se victimiza
él... Pero es sólo una
estrategia para volver a la
carga».
En diciembre, meses
después, mediante un
whatsapp, el profesor le
pide a A. perdón por sus
«malas caras», que atribuye





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