El Mundo - 24.10.2019

(Marcin) #1

EL MUNDO. JUEVES 24 DE OCTUBRE DE 2019
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DEPORTES
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MIGUEL A. HERGUEDAS MADRID^
En los primeros días de la primavera
de 1940, un futbolista guipuzcoano
de 25 años tomó una bicicleta en la
ciudad francesa de Hautmont. Huía
de las bombas nazis. Siguió rumbo
sur, como miles de refugiados que
cargaban sus colchones en carros o
se cubrían en las cunetas del fuego
aéreo de los Stukas. Su destino era
Burdeos, considerada entonces una
ciudad abierta, en cierto modo prote-
gida del peligro acechante. Sin em-
bargo, tras 800 kms. pedaleando, el
joven futbolista decidió seguir hasta
Irún, donde atravesaría la frontera.
Allí fue interceptado por las tropas de
Franco, que le enviaron de inmedia-
to al Batallón de Trabajadores de Mi-
randa de Ebro. Ya había entrado ju-
nio. El sol despuntaba en una nueva
España de plomo y la vida del futbo-
lista pendía de un hilo. Apenas 11 me-
ses después, Marcial Arbiza Arruti
disputaba su primer partido de la Co-
pa de España con el Real Madrid.
«A mi padre le salvó el fútbol», con-
cluye Javier Arbiza, el hijo menor del

delantero, desde su casa de San Se-
bastián. «Siempre estuvo muy agra-
decido al Real Madrid, porque le ha-
bía salvado la vida. Le consideraba
un club señor», añade este donostia-
rra de 75 años, último depositario de
la asombrosa peripecia vital de su ai-
ta, relegada durante demasiado tiem-
po al olvido. Ni siquiera la muerte, en
1992, sirvió para rescatar la memo-

ria de este ariete «muy goleador y
muy intuitivo», cuya fugaz etapa en
Chamartín (17 goles en 19 partidos
de Liga entre 1941 y 1943), quedó
truncada por las lesiones.
La lucidez de Javier a la hora de
pormenorizar cada detalle ilumina la
conversación. «En San Mamés le lla-

maban rojo, porque tuvo que huir de
los alemanes, pero nada de eso. Des-
de luego que era un hombre de fuer-
tes convicciones políticas, aunque to-
talmente alejado del socialismo y de
cualquier tentación revolucionaria»,
sostiene Arbiza. Nacido en 1914 en
un caserío de Urnieta, el joven Mar-
cial fue enviado a Bayona a cursar el
bachillerato antes de completar, ya
en Bélgica, estudios superiores. Su
trabajo en una fábrica acerera de Haut-
mont lo conciliaba con los goles en el
modesto club de la ciudad. De modo
que el eco de los obuses en España
quedaba demasiado lejano. Ajeno a
las reclamaciones de alistamiento,
prosiguió con el balón hasta que los
aviones de Hitler empezaron a masa-
crar suelo francés. No quedaba otra
que escapar. De Hautmont a Burdeos.
De Burdeos a Irún. Y de Irún, a la fuer-
za, a Miranda de Ebro.
En aquella primavera de 1940, los
vencedores de la Guerra Civil utili-
zaban el concepto de Batallón de Tra-
bajadores como eufemismo para re-
ferirse a sus campos de concentra-
ción. «Nos hablaba de las penurias
alimentarias y las ratas que pulula-
ban a su alrededor», comenta Javier
sobre aquel infierno de su padre tras
las alambradas. Este sucinto testimo-
nio lo desarrolla Román Fernando
Labrador, uno de los mejores inves-
tigadores de las instalaciones repre-
soras franquistas. Hace dos décadas,
el historiador burgalés abrió las ca-
jas del Archivo Militar de Ávila, que
acumulaban polvo desde 1939. Un
material riquísimo en detalles sobre
aquel régimen de terror. «Los casti-
gos físicos despiadados se sumaban
a unas condiciones higiénicas real-
mente penosas, donde la sarna, la tu-
berculosis y los piojos campaban a
sus anchas», apunta Labrador.

A un paso de la carretera general
y de la estación de tren se levantaban
los barracones del campo de Miran-
da. Según los gerifaltes locales, las
instalaciones debían acoger a 1.200
trabajadores, aunque los estudios de
Labrador multiplican la cifra hasta
los 2.810, en penosas condiciones de
hacinamiento. «En proporción, una
cama para 90 presos». De modo, que
tras ser transportados hasta allí en
«vagones para el ganado», los reclu-
sos iniciaban su lucha por la supervi-
vencia. Y Marcial encontró una vía.
Todo cambió cuando Patxi Gam-
borena, entonces entrenador del Ala-
vés, se presentó en Miranda. Cono-
cía a Arbiza de una breve etapa pre-
via en Vitoria y acudía con los coman-
dantes Pinedo y Molina, directivos
del club albiazul, como padrinos pa-
ra el salvoconducto. «Cuando se en-
teraron de que era futbolista, que po-
día venir bien al Alavés, lo alimenta-

ron a chuleta limpia», desliza Javier
sobre aquella feliz rutina, con trasla-
dos de Miranda a Mendizorroza. De
campo a campo. De la esclavitud al
fútbol. Para evitar represalias, cam-
bió de apellido y jugó como Arruti.
Si Gamborena fue «una figura de-
cisiva en su reciclaje», el otro prota-

gonista esencial de esta historia fue
Pablo Hernández Coronado, secre-
tario técnico del Real Madrid y ma-
no derecha del presidente, Antonio
Santos Peralba. «Don Pablo fue un
hombre polifacético, de los que supo
mantenerse en toda situación», apun-
ta Julián García Candau, autor del
clásico El deporte en la Guerra Civil.
«Durante la contienda fue el directi-
vo que sostuvo al Madrid como enti-
dad. Poco después, en la sombra, se
hizo con los mandos del club», aña-
de el veterano periodista.
Hernández Coronado tenía una op-
ción directa sobre los futbolistas del
Alavés, que ejercía por entonces de
filial blanco. Necesitaba fortalecer
una plantilla destrozada por la gue-
rra y el exilio. A las órdenes de Paco
Bru, el debut de Arbiza con el Real se
produjo el 11 de mayo de 1941, en los
octavos de la Copa de España. Ano-
tó el primer gol ante el Celta (2-2) y
una semana des-
pués, dos más en Vi-
go, que no evitaron
la eliminación (3-2).
El primer revés de
aquella época tan di-
fícil sobre el verde.
«Por entonces, el
equipo del régimen
no era el Madrid, si-
no el Atlético Avia-
ción», subraya Gar-
cía Candau. Y es
que, pese a la brega
de Marcial, los blan-
cos aún tardarían más de una déca-
da en alzar el título de Liga. «La his-
toria cambió a partir de 1943, con la
llegada de Bernabéu. De hecho, Her-
nández Coronado salió del club en-
frentado con Don Santiago». Pero an-
tes, el carismático directivo había sal-
vado ya la vida de Marcial Arbiza.

Del campo de


concentración


a Chamartín



Arbiza, delantero del Madrid en los 40, salvó la


vida tras ser liberado de las garras franquistas


«Cuando vieron que
era futbolista, lo
alimentaron a chuleta
limpia», cuenta su hijo
Javier, junto a una fotografía de su padre. ARABA PRESS

Javier Arbiza, en su domicilio de San Sebastián, enseña un ejemplar del diario Marca con la imagen de su padre, Marcial Arbiza Arruti, tras un partido con el Real Madrid. ARABA PRESS

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