E
n una carta de 1207, el papa
Inocencio III dirigió unas du-
ras invectivas contra aquellos
templarios, “que abandonan al
Señor y se alejan de la pureza
de su orden”, pues “son tan des-
enfrenados en su orgullo que no
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de Roma, que por sus favores no ha cesado
de acariciar a los hermanos de la caballería
del Temple”. Y unas líneas más adelante los
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Décadas después, el trovador francés Guiot
de Provins en su Biblia satírica describía a
esos mismos caballeros diciendo: “Limpias
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es. Y así es la orden más grande y querida.
Pero dos cosas se les grita y se les reprochaLOS BANQUEROS
DE DIOS
LA LEYENDA DEL TEMPLE VIENE ALIMENTADA DESDE HACE SIGLOS POR DOS ASPECTOS
FUNDAMENTALES: LA BRAVURA MILITAR DE LOS FREIRES Y EL DESCOMUNAL EMPORIO
ECONÓMICO QUE TEJIERON POR MEDIA EUROPA. LAS CAUSAS Y PROCESOS QUE
FAVORECIERON LA ADQUISICIÓN DE TANTA RIQUEZA SIGUEN SIENDO OBJETO
DE DEBATE ENTRE ESPECIALISTAS. TAMPOCO FALTAN QUIENES HAN VISTO EN ESE
ENVIDIADO ESPLENDOR FINANCIERO LA RAZÓN PRIMORDIAL DE SU PERSECUCIÓN Y
DISOLUCIÓN POR LOS PRINCIPALES PODERES DE LA ÉPOCA.
JUAN JOSÉ SÁNCHEZ-OROmuchas veces: Que son codiciosos lo repi-
ten todos, y que su orgullo ostentoso es”. A
principios del siglo XIV, el trovador Rostaing
Berenguier de Marsella iba un poquito más
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maba que “su orgullo es tan grande que no
se les puede mirar directamente a los ojos”.
Otro poema anglo-normando denunciaba
que “los templarios son los hombres más
prácticos, y ellos ciertamente saben cómo
arreglárselas. Pero aman los peniques de-
masiado. Cuando los precios son altos, ven-
den su trigo en lugar de dárselo al pueblo”.
Ostentación, orgullo, avaricia y codi-
cia aparecían en el siglo XIII como señas
de identidad y censura pública contra una
milicia religiosa que nació alardeando de
pobreza, hizo gala de ella durante sus orí-genes a principios del siglo XII, pero cien
años más tarde, era diana de la recrimina-
ción popular. Una parte de la reputación
y admiración hacia los freires comenzó a
ponerse en entredicho, sobre todo, por la
acumulación de riquezas sin parangón que
habían cosechado en ese tiempo. Un autén-
tico imperio económico con tentáculos en
Occidente y Tierra Santa a cuyo patrimonio
de encomiendas, granjas y propiedades di-
versas, repartidas por media Europa, había
que sumar su capacidad para administrar
capitales y gestionar muy lucrativamente
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ello convirtió a estos monjes guerreros en
auténticos “banqueros” medievales con in-
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haciendas de todos los estratos de la socie-