EL MUNDO. JUEVES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2019
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OPINIÓN i
HASTA LA fecha, el Brexit ha cumplido
una única función: dividir y enfrentar a los
británicos. Eso sí, la ha cumplido a con-
ciencia. El choque actual entre el poder le-
gislativo y el ejecutivo es la punta de un
iceberg cuyas fisuras se extienden en todas
direcciones. Un diputado conservador dio
fe de ello el martes en la BBC, después de
que el Parlamento votara para impedir que
Boris Johnson fuerce una salida sin acuer-
do de la UE. El diputado contó lo sucedido
en una reunión celebrada esa misma ma-
ñana entre el primer ministro y aquellos
compañeros de partido que iban a votar
contra el Gobierno. La reunión derivó en
recriminaciones mutuas de deslealtad e hi-
pocresía: Johnson acusaba a los rebeldes
de minar su estrategia negociadora con la
UE, de no respetar la autoridad de quien
acaba de ser elegido líder del partido y de
traicionar la voluntad del pueblo. Los rebel-
des le reprochaban que mintiera sobre la
negociación con la UE, que llevara al país
al abismo por oportunismo político, que
hubiese torpedeado durante años al go-
bierno May y que amenazase ahora con
purgar a quienes actuaban exactamente
como lo había hecho él.
El resultado: Reino Unido se asoma a
unas elecciones a cara de perro que, pase
lo que pase, resolverán muy poco. Lo pro-
longado de este proceso hace que ya no
se enfrenten opiniones sino agravios. No
es algo exclusivo de los conservadores –la
desesperante falta de liderazgo de Corbyn
y los laboristas en esta crisis refleja, tam-
bién, las divisiones dentro de la oposi-
ción– y tampoco hay fin a la vista. Porque
no deberíamos hacernos ilusiones en
cuanto al efecto que tendría un hipotético
segundo referéndum. Su celebración su-
pondría un golpe letal para la confianza
en las instituciones de muchísimos britá-
nicos. Sería el mayor vivero de antipolíti-
ca que hayamos visto en Europa occiden-
tal en muchas décadas.
Esta es la gran paradoja de los movi-
mientos rupturistas anclados en el nacio-
nalismo. Plantean una lucha entre una na-
ción unida y sus enemigos externos –apo-
yados, si acaso, por una minoría de
frívolos quintacolumnistas–, pero su efec-
to real es minar los lazos dentro de esa
propia comunidad, ahondar en las bre-
chas existentes y crear otras nuevas. Y
uno se pregunta si los objetivos concretos
verdaderamente lo merecían; si muchos
no deberían haberse planteado ese «¿ha-
bría valido la pena?» que Prufrock repite
melancólicamente en la conocida obra de
Eliot. Al igual que en el poema, la devas-
tadora respuesta es que no.
DESDE hace seis años el Partido Popular
ha soportado la acusación de que destruyó
pruebas que demostraban la financiación
ilegal del partido, al borrar la información
que contenían dos discos duros
pertenecientes a su tesorero Luis Bárcenas.
La acusación se basaba en declaraciones
del propio Bárcenas, ya inmerso en una
investigación sobre el origen de su
patrimonio. El PP admite que borró los
discos, pero que lo hizo en estricta
aplicación del protocolo previsto para los
empleados que dejan de serlo. Ayer se hizo
pública la sentencia que absuelve al partido
del delito de destrucción de pruebas. El
juez establece que Bárcenas –cuyo
testimonio era el único indicio– había hecho
declaraciones contradictorias sobre el
asunto y, en consecuencia, su testimonio no
es fiable. Nadie sabe qué información había
realmente en aquellos discos.
La peor condena que el PP podría haber
recibido por este asunto afecta a su crédito
moral. Y empezó a hacerse efectiva desde el
primer día en que se publicaron las
sospechas del juez. Para hacerse una idea
cabal de cómo se publican ese tipo de
sospechas en la prensa de referencia basta
coger el titular que abría ayer El País:
«Esperanza Aguirre, imputada por controlar
la caja b del PP madrileño». La dimensión
moral y técnica de este sucio titular solo
podría advertirse en toda su pureza si dentro
de seis años seis el mismo periódico y a
tamaño idéntico se viera obligado a publicar:
«Esperanza Aguirre, absuelta por controlar
la caja b del PP madrileño».
El que piense que mediante una argucia
retorcida trato de metaforizar sobre el
fracaso ético de nuestra prensa estará en lo
cierto, pero solo en parte. Porque, metáforas
aparte, este es –justamente, fácticamente–, el
plan que escandalosamente ejecutó ayer El
País al dar cuenta en su web noticiosa de la
absolución del PP. Al lado de la sentencia, un
veterano cabecilla de la facción más sectaria
del periódico deyectaba impertérrito: «Una
grosera destrucción de pruebas». ¡De
pruebas! Adviertan cómo olía el tercer
párrafo: «Aquella maniobra [la destrucción
del disco duro] tenía el aroma [¡!] de un
intento desesperado de eliminar cualquier
prueba que pudiera agravar las sospechas
sobre la financiación ilegal del PP durante
casi 20 años».
No es ya que el periodismo influya, como
lo hace –y estruendosamente–, en el ánimo
del juzgador, mediante todo tipo de chantajes
directos e indirectos. Es que el periodismo
sencillamente ya no acata. Su faro incesante,
que barría la noche del mundo y surtía de
protección y consuelo a los ciudadanos, se ha
convertido en el más irresponsable
distribuidor de injusticia de nuestro tiempo.
Faro infame
El periodismo ya no
acata. Se ha convertido
en el más irresponsable
distribuidor de injusticia
de nuestro tiempo
¡QUIA!
ARCADI
ESPADA
EL EJEMPLO de lo que Pedro Sánchez
trataba de evitar cuando condujo al fra-
caso su propia investidura es el experi-
mento de Madrid. Un gobierno agónico
desde su formación, lleno de antagonis-
mos internos y de aspiraciones contradic-
torias, cuya presidenta no nombró ni
puede esperar lealtad de la mitad de su
gabinete. Y en el que uno de los partidos
coaligados aspira al mismo tiempo a sa-
car tajada del poder y a desgastar al so-
cio/adversario como si aún ocupara la ga-
rita de la oposición para seguir destru-
yéndolo, esta vez desde dentro.
Los seguidores del canal de National
Geographic, que tantas emociones he-
mos pasado con las migraciones de los
ñus, podríamos explicarnos esto dicien-
do que una relación que debía ser simbió-
tica derivó enseguida a otra parasitaria.
No ayuda el eterno retorno de la corrup-
ción que sugiere que este PP, que intenta
con denuedo abrir una distancia genera-
cional con los innumerables «casos aisla-
dos» de apandadores, tiene el futuro
construido sobre el cementerio indio de
Spielberg. La barba que le brotó a Casa-
do para no tener un aspecto tan inter-
cambiable con el de Rivera parece de
pronto que se la tuvo que dejar porque
los espectros de la corrupción le hacían
un poltergeist en el baño cada vez que in-
tentaba arrimar a la mejilla la cuchilla de
la maquinilla desechable.
Dada la precariedad de Casado, que
necesitaba como fuera presentar un tro-
feo de caza en Madrid del que dependía
en parte su propia continuidad, el PP tu-
vo que agarrarse a este gobierno volátil
e imposible de ahormar. En una situa-
ción parecida, pero con el partido más
apaciguado y, al fin y al cabo, con Mon-
cloa ya ocupada mediante la moción,
Sánchez prefirió dejar pasar una oportu-
nidad que lo habría abocado a convivir
con extraños hostiles como hace Ayuso.
Todo esto se puede comprender. Como
también es posible entender todos los
paripés que hay que hacer para llenar de
contenido estos días absurdos que se ex-
tenderán hasta el 23 de septiembre. Los
van a tener a ustedes pendientes de una
negociación que no existe: mejor pásen-
se al National Geographic, que los ñus
viven en serio. En esta situación, sólo
una cosa cabe pedir para no seguir infli-
giendo al país daño institucional: sálten-
se las consultas del Rey, no lo sometan al
ridículo otra vez, pues bastante tiene el
hombre con haber roto la neutralidad
para hacer una apuesta personal contra
la repetición de las elecciones.
AL ABORDAJE
DAVID
GISTAU
Ñus
Un sol ‘people’
CIUDAD ABIERTA
DAVID JIMÉNEZ
TORRES
RICARDO