El Mundo - 09.09.2019

(National Geographic (Little) Kids) #1

EL MUNDO. LUNES 9 DE SEPTIEMBRE DE 2019


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OTRAS VOCES
i


OBITUARIOS


CARMEN GRIMAU^


Enterramos a Angelita Grimau, co-
mo se la conocía en París, en el Ce-
menterio Civil de Madrid el pasado
tres de septiembre. En la tumba de
su marido, Julián Grimau. Como
quería ella. Sin aspavientos, ni rui-
dos, ni símbolos, sólo con una rosa
roja que cada allegado iba echando
sobre el granito de la tumba.
Como muchos de su generación a
los que les pilló la guerra siendo muy
jóvenes, Angelita vivió entre clandes-
tinos y, por ello, tuvo varias vidas tro-
ceadas. Diferentes países, diferentes
nombres. Apodos: para «los viejos
del monte», Angelita era Marcela.
Vivió varias vidas y de todas ellas
se salvó por su fortaleza, que era na-
tural en ella. Ángela era la más joven
de toda una generación ya desapare-
cida. Todo su mundo se había esfu-
mado. Era consciente de ello y no
sentía nostalgia del pasado.
Vitalista, mi madre quiso apartar-
se del dolor. Del dolor primero cuan-
do fusilaron a su marido en 1963.
Guardaba dentro, para sí misma, su
aflicción. Nunca la expuso. Había en
ella una clara voluntad de alejarse de
los focos mediáticos, para poder
abrazar la vida, la vida de los otros y
comprenderlos. Sin renunciar a lo vi-
vido. O lamentar lo padecido.
Nunca pidió nada a nadie, ni re-
clamó nada. Nunca pensó que se le
debía algo. Tampoco recibió nada de
nadie. «Hicimos lo que creíamos que
teníamos que hacer». Lo que creí-
mos bueno entonces. Conservaba
ese rasgo tan clandestino de la extre-
ma prudencia. Escuchaba, porque
sabía escuchar y también sabía ca-
llarse. Y se callaba incluso cuando
pudieron ofenderla. Mi madre care-
cía de cinismo o de rencor. Sólo deci-
dió apartarse de la efervescencia po-
lítica de la Transición.
Comprendía su pasado, su trabajo
en el Partido Comunista, su vida con

Julián y nunca se arrepintió, sólo que
vivió una retirada discreta ante una
presión siempre insistente para con-
vertirla en una víctima más. Era una
mujer libre, libre de cargas. Vivió de
su trabajo, de su sueldo, lejos de pre-
bendas políticas.
Tras la amnistía de 1977, Angeli-
ta cambió su pequeño piso del ba-
rrio obrero de las afueras de París
por un pequeño piso en Caraban-
chel. Por la casa de París habían
desfilado los amigos comunistas
que venían del interior, y algunos jó-
venes de Madrid. Así, una tarde del
otoño de 1972 Angelita abrió la
puerta a un joven filósofo melenudo
que se presentaría como Guillermo
pero que se llamaba en realidad Ga-
briel, Gabriel Albiac. A partir de ese
momento una amistad incondicio-
nal les unió hasta el final. En París
como en Madrid su comedor era
idéntico: libros de memorias, cua-
dros, recuerdos de países que hoy
no existen. Y fotos, como la de Ga-
garin junto a ella. Toda su larga vi-
da cabía en ese pequeño espacio.
Conocía París al dedillo desde su
juventud, cuando pateaba sus calles
con maletas que venían de la fronte-
ra española en los tempranos años


  1. Amó París porque allí conoció a
    Julián, 19 años mayor que ella.
    Mi hermana Lola y yo siempre la
    recordaremos con sus ojos azules,
    casi cristalinos, con su sonrisa abier-
    ta, con sus manos extraordinaria-
    mente bellas, con su elegancia inna-
    ta incluso en el final de su vida.
    Se ha ido sin ruido. Sin ser inte-
    lectual nos dio una lección de es-
    toicismo, es decir de aceptación ra-
    cional de que «esto se acaba», co-
    mo decía ella.
    Para espantar los efectos de la
    morfina, ya con paliativos, en el co-
    medor cantábamos a Piaf, desa-
    fiando la muerte: No, nada de na-
    da/ no lamento nada/ ni el bien que
    me hicieron/ ni el mal/ todo está pa-
    gado, barrido, olvidado.
    Moría libre, sin atadura, junto a
    sus nietos, Miguel, Samira y Ku-
    mari.


MARCOS ANA

La última


clandestina


FERNANDO PALMERO^


«No siempre es bueno avivar», dice
un canalla en sus Memorias de cua-
tro Españas (Planeta), «la célebre
memoria histórica, sobre todo
cuando existen recuerdos más con-
ciliadores». Los criminales y sus
cómplices prefieren el silencio y el
olvido, combustible del coche oficial
del que nunca se bajaron. Fraga y
Robles Piquer. El primero ratificó
en el acta del Consejo de Ministros
del 19 de abril de 1963 la condena a
muerte de un dirigente del PCE,
dictada en base a una ley retroacti-
va que juzgaba comportamientos
políticos. En aquella sesión, escribe
en Memoria breve de una vida pú-
blica (Planeta), «se examina a fon-
do la encíclica Pacem in Terris, cu-
yo análisis realista me tocó realizar.
Pero el tema del día era si se indul-
taba o no a Grimau (...) predominó
la tesis negativa y la sentencia se

cumplió a las seis de la madruga-
da». Ninguna valoración ética sobre
lo que el entonces ministro llama
burocráticamente «el tema Gri-
mau». Al fin y al cabo, como el se-
gundo, su cuñado, director general
de Información, actuaban para «de-
fender al Estado y a su gobierno».
A Robles Piquer le correspondió
redactar un panfleto digno de un
régimen dictatorial levantado sobre
decenas de miles de cadáveres
ocultados en las cunetas y que se
jactaba ahora ante las protestas del
mundo entero de completar su osa-
rio con un cuerpo destrozado por la
tortura. Aquel folleto, «al que titulé
¿Crimen o castigo?», presume el ca-
nalla, «demostró, creo, que Grimau
no había sido aquel inocente que la
propaganda comunista y sus com-
pañeros de viaje estaban presentan-
do». Y dice más: «El juicio fue injus-
to, según algunos, aunque dispuso
de un defensor militar y de un abo-
gado civil». Pero Robles Piquer sa-
bía cuando publicó su libro que en
1966, el fiscal del consejo de guerra
que sentenció a Grimau, Manuel

Fernández Martín, había sido con-
denado por impostor. Ni siquiera
era licenciado en Derecho. Sobre
esa certeza, Ángela Martínez pre-
sentó en 1988 un recurso en la Sala
Militar del Tribunal Supremo. Co-
mo en 1967 hiciera el Consejo Su-
premo de Justicia Militar, fue recha-
zado. En esta ocasión, por «cohe-
rencia jurídica». La democracia
también tiene sus miserias. Y su
desvergüenza: la de unos partidos
que utilizan la Ley de Memoria His-
tórica para conseguir votos pero se
niegan a anular las infames senten-
cias de los tribunales militares per-
petradas por la dictadura. «Más va-
le olvidar», asentiría el canalla.
El martes, se descorrió la lápida
del enterramiento de Julián Grimau
en el cementerio Civil de Madrid,
donde fue llevado en 1973 después
de pasar años en una fosa común.
Junto a sus restos, se depositaron
las cenizas de Ángela Martínez.

Ángela Martínez Lanzaco nació en
Zaragoza en 1930 y murió en Madrid
el 1 de septiembre de 2019.

Criminales


y cómplices


El día 1 moría en Madrid,


a los 89 años, la viuda de


Julián Grimau, por cuya memoria luchó toda su vida


sin poder lograr la anulación de una condena injusta.


IN MEMORIAM
ÁNGELA MARTÍNEZ
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