El Mundo - 02.09.2019

(C. Jardin) #1
EL MUNDO.

HOJA Nº (^26) P A P E L LUNES 2 DE SEPTIEMBRE DE 2019
E N P O R T A D A
POR RAÚL
CONDE MADRID
Poco antes de las ocho y
media de la mañana del
26 de febrero de 1924,
Adolf Hitler hizo su
entrada en la sala, en
pleno centro de Múnich,
donde iba a ser juzgado
por alta traición. El
acusado vestía un traje de
color negro con dos
condecoraciones
prendidas en la
americana: una Cruz de
Hierro de primera clase y
otra de segunda. Lucía un
flequillo peinado hacia la
izquierda con gomina y
un bigote recortado en
forma de cuadradito. El
diario berlinés Vossiche
Zeitung publicó que su
apariencia enjuta
«imponía mucho menos»
que la proyectada en las
imágenes divulgadas por
el aparato de propaganda
del Partido
Nacionalsocialista. Hitler
era entonces una figura
política relativamente
menor, pero el acusado
usó el proceso para
erigirse en referente
nacional.
La descripción de la
mezcla de inteligencia,
habilidad, oratoria y
arrogancia con la que
Hitler aprovechó su paso
por el banquillo de los
acusados para forjar su
liderazgo político
conforma el grueso de El
juicio de Adolf Hitler (Seix
Barral), el último libro del
historiador y escritor
estadounidense David
King. En este volumen,
que se pone a la venta en
España mañana, el autor
indaga en la personalidad
atormentada de quien
luego propició la
devastación del continente
europeo, pero también en
la atmósfera política –con
acopio abundante de
datos, personajes y
diálogos– que desembocó
en el ascenso de los nazis.
El autor, cuyos libros se
han traducido a más de
una docena de lenguas,
desmenuza de forma
prolija la asonada
ejecutada en la
Bürgerbräukeller –una
cervecería situada al sur
de la capital bávara–, el
juicio por alta traición a
Hitler y el
encarcelamiento posterior
de éste. Son 639 páginas
cuajadas de rigor,
exhaustividad y una prosa
seca y brillante que
convierte la labor
historiográfica en un
relato festoneado de
alardes literarios.
«El juicio no fue tanto el
desencadenante de la
llegada de los nazis al
poder, pero sí facilitó que
ese gatillo se apretara»,
sostiene David King. «Las
autoridades tenían a
Hitler en sus manos. Fue
declarado culpable de alta
traición. Admitió su culpa
y, de hecho, se jactó de
ello. La ley estaba del lado
de la acusación. Si el
tribunal hubiera seguido
la ley, habría sido
encerrado en prisión y
luego deportado del país.
En cambio, abandonó la
sala como un enemigo
mucho más peligroso que
cuando entró. El juicio fue
una catástrofe».
Hay que ponerse en la
tesitura que atravesaba
Alemania en los albores
de la década de los años
20 del siglo XX para
entender el impacto que
generó este proceso. Del
polvorín de la República
de Weimar, el periodo
posterior a la Primera
Guerra Mundial que
determinó el futuro de
Alemania y de Europa
entera, surgió una potente
creación cultural,
fermento de una sociedad
en perpetua convulsión
política, económica y
social. La abdicación del
káiser Guillermo dio paso
a la proclamación desde el
balcón del Reichstag de
una república
socialdemócrata
asaeteada por ataques
extremistas de toda
índole. Entre 1919 y 1933
Alemania tuvo 14
cancilleres.
Esta inestabilidad vino
dada por las inasumibles
condiciones de pago de
deuda de guerra que
impuso el Tratado de
Versalles, el colapso
económico y la escalada
de la inflación: una barra
de pan llegó a costar
trillones de marcos en



  1. Sin la paz de la
    vergüenza no se entiende
    el triunfo nazi. Tampoco
    la decadencia de Múnich,
    una metrópolis
    «efervescente» –tal como
    la califica King–, que pasó


de acoger a Picasso,
Thomas Mann y Bertolt
Brecht a incubar el
movimiento reaccionario
y xenófobo que erradicó
la vanguardia modernista.
«Versalles –afirma King–
fue lo suficientemente
duro como para humillar
a Alemania, pero no lo
suficientemente duro
como para neutralizar una
amenaza potencial. Hitler
aprovecha durante su
juicio toda la carga de ira
y amargura del pueblo
alemán. Su especialidad
era prosperar en tiempos
de caos».
Eric Weitz, en su
canónico La Alemania de
Weimar (Turner), señala
los tres acontecimientos
que precipitaron el ocaso
de Weimar: el asesinato de
Walter Rathenau, ministro

de Exteriores de origen
judío, la invasión franco-
belga de la cuenca del
Ruhr y la intentona
golpista en Múnich. King,
que enseñó Historia
Europea en la Universidad
de Kentucky (EEUU),
parte de ésta última para
abordar los pormenores
de un juicio en el que
Hitler se enfrentaba, en
caso de ser declarado
culpable y en aplicación
del artículo 81 del Código
Penal alemán del
momento, a la pena de
cadena perpetua. «No se
puede decir con certeza
que una sentencia más
dura hubiera impedido
que los nazis llegaran al
poder. Sin embargo, lo
que sí se puede sostener
es que habría evitado el
ascenso de Hitler».

Cautivos De izda. a
dcha., Adolf Hitler,
Emil Maurice,
Hermann Kriebel,
Rudolf Hess y
Friedrich Weber
retratados en prisión
tras su fracasado
golpe en Múnich
(1923). BERLINER
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