El Mundo - 02.09.2019

(C. Jardin) #1

P A P E L


EL MUNDO. LUNES 2 DE SEPTIEMBRE DE 2019 HOJA Nº 29


C I N E

El catalán Enric Auquer
ha hecho de todo. Teatro,
series de TV3, algún
papelillo en el cine. Pero
todavía sigue siendo un
desconocido. Al menos
hasta el pasado viernes,
fecha del estreno de
Quien a hierro mata, de
Paco Plaza, película que
debería poner su nombre
en boca de todos. Su
encarnación de Kike, el
hijo más joven de un capo
de la droga gallego es
sencillamente
memorable. No sólo por
su carisma y su talento,
sino porque actualiza el
género creando al narco
de ultimísima generación,
completamente
contemporáneo, que va
por ahí en chandal
blanco, medio rapado y

con trap a todo trapo en
los cascos. Ha nacido el
narco trapero, y de paso
quizás una estrella.
La suerte quedó echada
cuando Auquer formó
filas con la Quinta del
Biberón en el espectáculo
In Memoriam, de Lluís
Pascual. La directora de

casting Arantza Vélez le
esperó a la salida del
Teatro María Guerrero y
le dijo que tenía algo para
él. Una curiosa elección
para dar vida a alguien
que ha crecido entre
percebes y bogavantes.
Aunque al ver Quien a
hierro mata nadie diría
que Auquer nació, hace
31 años, en Rupià, un
pueblecito del Ampurdà.
«Me curré mucho el
acento. Cuando recibí el
guion, no sabía ni qué
eran las rías. Así que me
fui para ahí con Àlex
Monner, que además de
ser un gran actor también
es mi mejor amigo, y nos
pusimos en contacto con
el mundillo. Me hablaron
de los hijos de Laureano
Oubiña, que son un poco
así. Chavales un poco
complicados, sin
demasiados estudios, que
han crecido en el
ambiente. El tipo al que
conocí, me pidió mucha
discreción, pero me
enseñó como iba el
negocio». Pone acento
gallego, y grita, imitando a
su anfitrión: «¡Esto es
zarpa! ¡Esto es un espejo,
que llega un fardo y yo me
veo! ¡Que esto es una
roca, y para hacerme una
raya tengo que utilizar un
cuchillo! ¡Lo que os metéis
en Barcelona es una
mierda!».
«Me pasé como una
semana con aquel tipo, y
cuando, por fin, salí de su
coche, tuve que gritar. No
podía más de oír hablar de
droga, de putas y de
dinero. Era un tipo de
humanidad que se me
hacía demasiado
extraña»,
recuerda el actor.
Así pilló el
acento, se
sumergió en el
ambiente de la
zona de Arousa,
y empezó a
sentir «la energía
del personaje».
Y luego, de
remate, Yung Beef, el
astro del trap. «Paco y yo
teníamos muy claro que
iba escuchar trap, porque
es lo suyo. No suele ceder
temas, pero le pedimos
Ready pa morir, para la
escena del cementerio, y
enseguida dijo que sí. ¡Me
encanta Yung Beef!»

He visto la película
de Tarantino. ¿Has
visto la de
Tarantino? Voy a
ver la película de Tarantino. Se
diría que todos los españoles, al
volver de las infinitas playas,
arrojamos nuestras maletas al
parqué de nuestras casas y
corremos a ver Érase una vez en
Hollywood, incluso antes de
pasar por el súper para reponer
la nevera. En la barra de un bar
–de los de torreznos y patatas
alioli–, escuché, nada más
regresar, un ardoroso elogio
salival de la película. En los
bares de la esquina no se suele
oír hablar de directores de cine.
Tarantino es el nuevo
Hitchcock, todo el mundo
conoce su nombre y reconoce su
rostro. El parroquiano se
inflamaba de entusiasmo ante la
brutal violencia –caras
estrelladas contra la pared- del
tramo final de la película.
Tarantino y la violencia, ay.
Cuesta esfuerzo separar en la
memoria al uno de la otra. Con
razón. Y no es del todo justo.
Tarantino, tan malote, tan
coreógrafo del mamporro, el
tiro, la cuchillada y la sangre –y
por excesivo, tan bromista-,
cuando quiere –y quiere poco,
lástima– es capaz de otra cosa.
Tarantino elude, con sentido y
sensibilidad, mostrar el
asesinato de Sharon Tate y sus
amigos, y da un conmovedor
retrato –¿también excesivo?– de
la actriz inocente y angelical
cuando la muestra, ingenua e
ilusionada, acudiendo a un cine
para verse, emocionada e
incrédula, en una de sus
películas, La mansión de los
siete placeres. Gran momento.
También la prodigiosa
conversación entre la niña
actriz, de diez años, Julie
Butters y Leonardo di Caprio, y
la posterior escena de rodaje
entre los dos. Gran cine, con
ternura y delicadeza, que
Tarantino, al servicio del
espectáculo y el entertainment,
se obstina en no prodigar.

Érase una vez en
Hollywood, con su
larga duración, es
más que una
película. Es una experiencia.
La experiencia de una
inmersión en un mundo
sensorial, visual y sonoro,
obviamente. Quentin Tarantino

no hace que veamos su
película, sino que ingresemos
en ella. Lo normal es ser
capturado. Para bien o para
mal, depende de lo que
llevemos dentro –en nuestra
cabeza y en nuestros nervios–
al ingresar en ella. Podemos
tener un buen viaje o uno malo,
como el que tiene al final –
ácido mediante– el personaje
de Brad Pitt. Tarantino
continúa fabricando su
apoteosis operística, su
refinada geometría estética,
homenajeando, con nostalgia, a
lo peor del cine y la televisión
de los años 50-60. Debería
inquietarnos que un creador de
su talento, lejos de reconocer lo
mejor del cine del pasado, se
empeñe en sublimar y servirse
de lo que el canon
cinematográfico y cultural
había dejado en la cuneta: la
ficción televisiva de medio
pelo, el spaghetti-western, la
serie B... Ahora va a resultar
que el genio de la de la época
era Sergio Corbucci. Es una
actitud cínicamente
posmoderna, gamberra e
irresponsable por tanto. Pero
ahora gusta la reivindicación
de la basura –ya lo hizo Tim
Burton con Ed Wood hace
veinticinco años– y el silencio,
el rechazo o la indiferencia
hacia la excelencia. Esto no
nos habla del cine actual, que
también, nos habla del mundo
en el que vivimos.

Paréntesis: acabo de
leer una novela
tremebunda, tan
tremebunda como
extraordinaria, Mejor productor
(Libros Walden), del aquí apenas
conocido James Robert Baker.
Hablaré de ella en mi blog de El
Cultural. Se publicó en 1988.
Tarantino todavía no había
debutado con Reservoir Dogs
(1992). Tiene mucho, muchísimo
que ver con Tarantino, con sus
temas –violencia, sexo, drogas,
películas, Hollywood, rock– y
con sus técnicas de escritor.
Trata de la espantosa vida de un
director y productor de cine
desde su nacimiento en 1950
hasta su no menos espantosa
muerte en 1988. Grandísima
novela, como pocas que haya
leído en los últimos años. Aviso
de que Tarantino es un niño de
escolanía comparado con Baker.
Aviso de que hay que tener cuajo
para leerla. Aviso de que,
después de Tarantino y Baker,
me vuelvo a plantear una duda
que me acompaña desde hace
algún tiempo: aunque pueda
resistir el envite, ¿tengo ganas
ahora de meterme en vena
novelas y películas tan tóxicas,
oscuras y turbias cuando, por
otro lado y profilácticamente,
acabo de dejar de ver los
telediarios?

Pero existen otros
mundos, que
resultan ser –aunque
no lo pretendan
expresamente, o sí– salutíferos
antídotos. Así como hay personas
que no pueden hacer dos cosas a
la vez, hay muchas otras que no
pueden ver la película de
Tarantino y también la de Jonás
Trueba. Una pena. Muy lejos del
Hollywood de hoy y, por tanto,
muy cerca del viejo ideal de
belleza, bondad y verdad como
cualidades constitutivas de una
actitud de inspiración y aspiración
en el arte y en la vida, está La
virgen de agosto, una de las
mejores películas de cualquier
parte que he visto este año.
Lamento la tosca mezcla de
Tarantino con Trueba –que quizá
no haga un favor al segundo–,
pero es que he visto sus dos
películas en días consecutivos.
«He venido a hacer el trabajo del
diablo», dice un asesino de la
panda del siniestro Charles
Manson. ¿Y para qué quiero yo
ver el trabajo del diablo?, ¿para
informarme? Prefiero bañarme en
el río e ir de verbena madrileña
con Eva –luminosa Itsaso Arana–,
sus amigos y sus amigas de La
virgen de agosto. Sin dudarlo.

ROPA TENDIDA


TODOS


HABLAN DE


QUENTIN


TARANTINO


POR MANUEL


HIDALGO


MOMENTO


SHARON


TATE


UN VIAJE


BUENO O


MALO


JAMES


ROBERT


BAKER


Tarantino. El director, en la première de
‘Érase una vez en Hollywood’ en Japón. EFE

Cine. Sería una
sorpresa que la
Academia de las Artes
y las Ciencias
Cinematográficas de
España se olvidara de
él para el Goya al
actor revelación

ENRIC


AUQUER


SE REVELA


EN ‘QUIEN


A HIERRO


MATA’


POR PHILIP ENGEL
BARCELONA

MEJOR


JONÁS


TRUEBA


“ME HABLARON DE LOS


HIJOS DE OUBIÑA, QUE SON


UN POCO ASÍ: CHAVALES


UN POCO COMPLICADOS,


SIN ESTUDIOS”

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