El Mundo - 21.08.2019

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EL MUNDO. MIÉRCOLES 21 DE AGOSTO DE 2019
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OTRAS VOCES


NO SE LE puede negar el valor y el arrojo a John
Elliott: a sus ochenta y muchos años ha publicado lo
que será sin duda la obra más polémica de su extensa
bibliografía, el libro sobre los catalanes y los escoceses
(en la versión original inglesa la primera palabra del tí-
tulo es scots, escoceses; en la española, la primera es ca-
talanes), un ejercicio de historia comparada que, preci-
samente por sus evidentes virtudes, va a satisfacer ple-
namente a muy pocos. El nacionalismo es una
convicción política firmemente anclada en los fondos
más emocionales e irracionales del alma humana, por
lo que cualquier intento de abordar sus problemas con
espíritu ecuánime y desapasionado provoca inevitable-
mente el rechazo iracundo de unos y otros. Si además
se trata de un estudio sobre dos nacionalismos, no uno,
y llevado a cabo por un historiador británico, inglés por
más señas, cuya especialidad es España y, dentro de
ella, Cataluña, el fuego cruzado va a venir de todos la-
dos, pese al respeto que la figura y la obra de Elliott ins-
piran, tanto en Gran Bretaña y España como en el mun-
do intelectual en general. Sir John es hombre muy ave-
zado y sensato, que no se sorprenderá ni de las críticas
ni de los silencios con que su obra es acogida. Hay que
decir que incluso las reseñas menos favorables expre-
san ese respeto al que antes me refería. Lo que sí sor-
prende bastante, sin embargo, es que la crítica más hos-
til y peor informada de su libro se publique en la presti-
giosa revista donde el propio Elliott escribe con una
cierta regularidad (la New York Review of Books) y sea
obra de un historiador escocés que ha adoptado la cau-
sa del separatismo catalán como propia.
En la página 255 de Scots and Catalans (cito la ver-
sión original inglesa, que es la que he leído, pero traduz-
co al español las citas tanto de Elliott como de su rese-
ñador, Neal Ascherson), Elliott hace referencia a las es-
cenas televisivas
exhibidas en todo el
mundo sobre las refrie-
gas entre policías y mani-
festantes con motivo del
referéndum de 1 de octu-
bre de 2017, y habla del
«bombardeo de imáge-
nes manipuladas e infor-
mación falsa» que tuvo lugar, incluyendo algunas «imá-
genes ampliamente difundidas de votantes ensangren-
tados [que en realidad] provenían de otros reportajes
sin ninguna relación con el referéndum de 2017». Y en
este contexto, añade: «La verdad no importaba. Muchos
periodistas extranjeros, pocos de ellos bien al corriente
de la situación interna en Cataluña o del trasfondo del
movimiento secesionista, aceptaban sin reparo las imá-
genes y las historias circuladas por los independentis-
tas». Pues las frases de Elliott se aplican perfectamente

a su reseñador, cuyo artículo en la New York Review of
Books (Abril-Mayo, 2019, pp.33-36) vale la pena comen-
tar, entre otras razones porque demuestra el éxito inter-
nacional que ha tenido la propaganda del separatismo
catalán, que ha logrado lavar el cerebro de este estable-
cido historiador británico, entre muchos otros.
Según Ascherson, que inicia su texto con un panegí-
rico de Clara Ponsatí que para sí lo quisiera Juana de
Arco, el «derechista» Rajoy «entró en pánico» ante el re-
feréndum ilegal «y se comportó como si fuera un rey
del siglo XVIII afrontando una rebelión armada». Estos
fragmentos ya revelan hasta qué punto el reseñador ha
hecho suya la argumentación de los separatistas cata-
lanes. Y resulta curioso observar que el profesor esco-
cés argumenta con más energía contra Elliott al tratar
de Cataluña que al tratar de Escocia. Así, afirma que «la
imparcialidad de Elliott le abandona» cuando aborda el
conflicto actual y llega a decir que el discurso de Felipe
VI el 3 de octubre fue «para la mayor parte del resto del
mundo [...] una diatriba desastrosa e intransigente
[porque] ni siquiera insinuó excusas ni concesiones».
Uno se pregunta leyendo esto a quién le ha abandona-
do la imparcialidad. Resulta muy extraño que un histo-
riador (y uno británico especialmente) no advierta que
un Rey constitucional no puede ofrecer concesiones po-
líticas, y que el que pidiera excusas porque el Gobierno
hubiera reprimido un acto público masivo ilegal e in-
constitucional, organizado por un Ejecutivo autonómi-
co de una región que es parte de España, estaría total-
mente fuera de lugar y sería humillante para el Estado
y el pueblo españoles, aparte de que produciría un gra-
vísimo enfrentamiento
entre el Jefe del Estado y
el Gobierno. Y, como co-
lofón, Ascherson no ha-
ce referencia a las dos
manifestaciones masivas
en contra del separatis-
mo y en apoyo al Rey
que tuvieron lugar en
Barcelona en las sema-
nas siguientes a lo que él
llama «diatriba desastro-
sa» y que, según Elliott
(p. 255) fue seguido de
«un resurgir del senti-
miento nacional español
por todo el país».
Resulta incomprensi-
ble que el autor de un ar-
tículo sobre un libro co-
mo el de Elliott dé mues-
tras de una ignorancia
tan profunda sobre las
complejidades de la his-
toria española y catala-
na. Algunos errores son
espectaculares, como
cuando informa al lector
de que la rebelión de
Franco tuvo lugar en
septiembre de 1936, con
lo cual no sólo demues-
tra no haber leído nada
sobre la Guerra Civil es-
pañola, sino no haber
leído tampoco el libro
que está reseñando, que
en la página 215 correctamente –y naturalmente– sitúa
la rebelión en julio. Lo cierto es que lo que haya leído
Ascherson del libro de Elliott parece haberle aprovecha-
do muy poco. Por ejemplo, éste se refiere repetidamen-
te a lo muy dividida que ha estado siempre (o muy a
menudo) la sociedad catalana, haciendo referencia a las
guerras campesinas y urbanas del siglo XV, al carácter
intestino que tuvieron las guerras de Secesión y de Su-
cesión, a las guerras carlistas, etcétera. Ascherson no
parece haberse enterado y suscribe enteramente los mi-
tos nacionalistas de una Cataluña unida que habla con
una sola voz, que es precisamente la de los separatistas.
Así, se refiere repetidamente a «los catalanes y su cau-
sa», su «victimización constante», la «lucha de los cata-
lanes», como si esa mitad larga de los que resisten con-
tra el viento y la marea del separatismo no existieran.

El obnubilado Ascherson, desde luego, no se ha entera-
do de su existencia. Tampoco parece saber que los ca-
talanes votaron por mayoría aplastante la Constitución
española de 1978, que hoy los separatistas violan todos
los días sin que el represivo Gobierno español haga na-
da por restaurar allí la legalidad.

OTROS ERRORES de bulto que comete Ascherson
incluyen el llamar a Barcelona «el último bastión de la
República» en la Guerra Civil, como si Madrid, Valen-
cia y Alicante no hubieran resistido dos meses largos
más tras la caída de la Ciudad Condal. También afirma
erróneamente que la Semana Trágica de 1909 se debió
al intento de introducir el servicio militar en Cataluña.
Se equivoca en casi un siglo. La Semana Trágica se ini-
ció con una protesta contra el envío de tropas a la gue-
rra de Marruecos. También afirma, pintorescamente,
que ser catalán en tiempos de Franco era «una identi-
dad clandestina». Es evidente que Ascherson se ha for-
jado una extraña idea de España en general y de la Es-
paña franquista en particular, y que habría que reco-
mendarle que leyera otra vez y con atención a Elliott;
tampoco le vendría mal ojear detenidamente alguna
historia de España, de las que hay muchas y buenas en
inglés, antes de meterse de hoz y coz en jardines que le
son desconocidos. Y, si no, véase la siguiente perla: con-
cluye diciendo, refiriéndose a España, que «en Europa
Occidental, una autoridad central que sólo se sostiene
por medio de la represión debe cambiar de conducta o
perecer». Ni Puigdemont lo diría mejor.
Como afirma Elliott, muchos periodistas mal infor-

mados difunden noticias falsas sobre España y Cata-
luña. A mí me duele que la New York Review, de la
que soy suscriptor casi desde su fundación, y que ha
sido modelo para tantas otras excelentes publicacio-
nes, haya decaído tanto desde la muerte en 2017 de
su legendario director Robert Silvers que, estoy segu-
ro, no hubiera dejado pasar la legión de gazapos his-
tóricos que Ascherson ha colado en este artículo. Los
suscriptores en general, y John Elliott en particular,
nos merecemos mejor trato. Y él, desde luego, no se
merece este fuego amigo.

Gabriel Tortella es economista e historiador. Sus últimos
libros son Capitalismo y Revolución y Cataluña en España
(con J.L. García Ruiz, C.E. Núñez, y G. Quiroga), ambos
editados por Gadir.

Ascherson suscribe
enteramente los mitos de una
Cataluña que habla con una
sola voz, la de los separatistas

JAVIER OLIVARES

El autor lamenta


que en medios internacionales se


publiquen toda clase de falsedades


sobre el ‘conflicto’ en Cataluña, casi


siempre en consonancia con los


planteamientos del nacionalismo.


TRIBUNA iPOLÍTICA


Catalanes,


escoceses y sir


John Elliott


GABRIEL TORTELLA

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