El Mundo - 21.08.2019

(ff) #1
EL MUNDO. MIÉRCOLES 21

HOJA Nº (^24) AGOSTO DE 2019
D E V E R A N O
L I T E R AT U R A
POR MANUEL
LLORENTE
Jacques Vaché pasó por la
literatura con las manos en
los bolsillos. En realidad ni
siquiera fue un escritor
sino más bien un tipo
ingenioso, alguien a quien
le inscribieron en la
nómina de la escritura sin
pedirle permiso. Lo que
otros buscaban con ahínco
él lo tenía sin buscarlo.
A Jacques Vaché (1895-
1919) no le dio tiempo a
casi nada, casi ni a que le
creciera ese bigotillo que,
entrevisto ahora, parece
que alguien hubiera
dibujado. Pero Jacques
Vaché tuvo la suerte de que
lo hirieran en la Gran
Guerra, aquella hecatombe
que despertó al mundo del
letargo del XIX, y que en el
hospital de Nantes
conociera, a comienzos de
1916, a un enfermero que
se llamaba André, se
apellidaba Breton y, de
segundo, Surrealismo (o
algo parecido). Y a Breton,
que andaba a vueltas con el
psicoanálisis, le vino como
anillo al dedo la gavilla de
cartas que el enfermo le
fue enviando desde el
frente meses después.
Encontró sin buscarlo un
diamante puro. Si no, cómo
puede entenderse este
fragmento de la segunda
epístola: «Pero a pesar de
todo, a pesar de todo, ¡qué
vida! No tengo
(naturalmente) a nadie con
quien hablar, ni
libros para leer ni
tiempo para
pintar–En suma
tremendamente
aislado – I say,
Mr. the
Interpreter– Will
you... Disculpe,
¿qué camino
lleva a? Have a
cigar, sir?– Tren
de aprovisio-
namiento,
habitantes,
alcalde y ficha de
alojamiento–Un obús que
afirma y lluvia, la lluvia, la
lluvia– lluvia–lluvia–lluvia–
200 camiones en fila, en
fila –en fila».
Los Harold Bloom de la
literatura consideran que
las 14 cartas de guerra de
Jacques Vaché fueron
suficientes para que se
proclamara que el
surrealismo había nacido.
Vaché, si hubiera tenido
ambición o menos pereza,
hubiera podido decir le
surrealisme c’est moi. Pero
lo que le faltaba, le
sobraba a su amigo
Breton, que ya tenía
reservado un billete para la
Historia. Breton era un sol
a falta de satélites. «Breton
necesitaba a Vaché (a
cierto Vaché, a su Vaché);
lo rodeó, lo aisló, lo destiló
(...) Lo que Vaché no tenía,
el propio Breton lo
inventó». Esto es lo que
sostienen Miguel Ángel
Frontán y Carlos Cámara
en el prólogo a Cartas de
guerra (Ediciones de la
Mirándola) y también sus
traductores.
Jacques Vaché desdeñaba
casi todo, se conducía como
si la vida no fuera con él,
como si la guerra supusiera
una incomodidad: «Hace un
calor lleno de moscas y de
olores de latas de conserva
entreabiertas». Le traía sin
cuidado el arte con
mayúsculas. Y que se
contradijera:
«Definitivamente estoy muy
lejos de una infinidad de
literatos–incluso de
Rimbaud, me temo querido
amigo–EL ARTE ES UNA
TONTERÍA– Casi nada es
una tontería y un poco
fastidiosa–eso es todo–Max
Jacob–muy rara vez–podría
ser U-MO-RE».
Vaché, claro, es un
personaje muy villa-
matiano, de esos que si no
hubieran existido los
habría inventado. Un artista
sin obra. Así se llama,
Artistas sin obras. I world
prefer not to (Acantilado),
el libro en el que Jean-Yves
Jouannais agrupa, según el
escritor barcelonés, «una
amplia lista de dandis o
elegantes creadores que
habían optado por la no-
creación (...) Allí estaban,
de entrada, Vaché y
Duchamp encabezando
una amplia sucesión de
artistas perezosos, con
poca obra o ninguna». El
libro se lo leyó Vila-Matas,
contó él mismo en una
conferencia en la Biblioteca
Nacional en 2012, de un
tirón en una noche en el
«horrible Hôtel de la
Opera» de París en marzo
de 1998.
La guinda del caso Vaché
llegó con la muerte: ¿se
suicidó? Cierto es que su
cadáver apareció el 6 de
enero de 1919 en una cama
del Hôtel de France, de
Nantes, muy pasado de
opio. Yacía junto a su amigo
Paul Bonnet.
Qué y cómo le bullía a
este joven el despropósito
de una osadía atiplada es
difícil saberlo, pero dejó
escrito estos aerolitos:
–Actualmente sueño con
llevar una camiseta roja, un
pañuelo rojo alrededor del
cuello y botas de caña alta –
y con ser miembro de una
sociedad china sin objetivo
alguno y secreta en
Australia.
–La máquina de arrancar
sesos funciona con gran
estrépito, y tengo no lejos de
mí un establo para
TANQUES–animal muy
úbico, pero desprovisto de
alegría.
–Me harían falta unos
buenos trajes de arpillera
verde agua, y un chaleco
blanco de barman–y esas
mujeres de disolvente olor a
ropa interior sucia y
perfumada.
La insolencia, la
provocación, el juego por
el juego, esa herencia que
recibió de Alfred Jarry, ese
inventar palabras, esa risa
en la oscuridad, le venían
del descreimiento, de
haber viajado y visto
demasiado y demasiado
pronto. De esto se da fe en
el librito Parad la guerra o
me pego un tiro (El Nadir),
que recopila tres textos
adolescentes que escribió
para la revista Le Canard
Sauvage.
Qué se puede esperar, a
dónde se puede llegar
cuando se ha escrito esto:
«Luego, por la tarde, un
tanque en excelente estado
de salud ha venido a tomar
el té con nosotros y dado
media vuelta con toda clase
de ruidos y cloqueos
infernales, aplastando con
calma las alambradas de
espino y trepando con
soltura los taludes. No podía
dar crédito a mis ojos, había
visto marchar tanques, pero
nunca sueltos en su entorno
natural».
Tenía 23 años. Quizá ya lo
había dicho todo.
AUTORES DE UN SOLO LIBRO
Próxima entrega:
Helene Haff
A U T O R E S D E U N S O L O L I B R O
JACQUES VACHÉ
CARTAS DE GUERRA
‘Cartas de guerra’
(Ediciones de la Mirándola)
recoge los 14 textos que envió
durante la I Guerra Mundial
a André Breton. En ellas ‘inventó’
palabras, se rio de la literatura
y despreció a Rimbaud. ¿Mucho?
¿Poco? Dicen que suficiente
“HOY, UN TANQUE VINO
A TOMAR EL TÉ”
NOMBRE: Jacques
Vaché (Lorient, 1895 -
Nantes, 1919).
LIBRO: ‘Cartas de
guerra’. La edición más
conocida en español es
la de Anagrama (1974),
con traducción de
Alberto Manzano y con
los ensayos de André
Breton, el corresponsal
de Vaché que
interpretó e hizo suya
su creatividad.
EN
SERIE

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