El Mundo - 13.08.2019

(Grace) #1

2 EL MUNDO. MARTES 13 DE AGOSTO DE 2019


OPINIÓN i


SIGO con interés extremo las declaracio-
nes de la futura presidenta de la Comuni-
dad de Madrid. La mía es una lealtad ex-
pectante a cada una de sus entrevistas.
Esta mujer, Isabel Díaz Ayuso, nunca de-
frauda. La entrevista es un género demo-
ledor para la mediocridad. Cuando ésta
existe la despliega fieramente y no hay
gotelé que oculte el rodal. Yo al verano se
lo acepto casi todo, incluso el repertorio
gaseoso de esta política de derecha/dere-
cha que tiene por referente a Isabel la Ca-
tólica (afinadísima elección, tira millas).
El verano mental es otra forma de estar
en el mundo, capaz de reducirlo todo a
una condición psíquica infraleve.
Conviene no olvidar que cualquier po-
lítico siempre lo es a nuestra costa. Por
eso en algunos me detengo extremada-
mente, disfrutando. Aunque depender
como ciudadano de ciertos modelos hu-
manos aumenta la inquietud. (Y esta vez
no lo digo solo por los prendas de Vox).
Conducir a la Comunidad de Madrid sa-
na y salva hasta el de fin de semana es
un oficio de alto riesgo si quien pilota di-

ce cosas como las que le leo a cada en-
trevista. Quiero decir: palabras que no
añaden nada a la nada. Vivimos tiempos
débiles para ciertos cargos fuertes.
Luego está el presunto impago del IBI
durante cinco años, las cosillas que la
acercan a la trama de la Púnica (corrup-
ción a saco), el mamoneo de los pisos, el
posible trato de favor en los chiringuitos
del PP... El estiércol acostumbrado. Pero

de eso, ante la ausencia de explicaciones,
se encargarán los jueces. Lo que a mí me
fascina (dentro de los límites del Código
Penal) es el helio de algunas frases suyas
que nos cambian la voz al leerlas incluso
callados: «Vamos a combatir a los populis-
tas y a los nacionalistas». En la Comuni-
dad de Madrid hay nacionalismo que

combatir, pero no es exactamente el que
esta mujer entiende. Y así todo. Es muy
poco edificante empeñar tiempo en leer o
escuchar para no extraer más conclusión
que la elemental: estamos una vez más
vendidos a los oportunistas de última hor-
nada, a repolludos de saldo aupados por
una reata de socios dudosos. Gloria bendi-
ta, que exclaman por estas tierras del sur.
No recuerdo que la frivolidad tuviera

tanto paso franco en la sede de la Comu-
nidad de Madrid (y aquí hemos visto co-
sas que no creeríais), pero ya que ruge
imbatible (y tan desacomplejada) al me-
nos que sirva para unas risas. Es lo úni-
co que puede aliviar tanto desencanto.
Nunca Madrid fue tan kilómetro 0. La
vamos a gozar. Qué remedio.

LOS BAUTIZOS civiles han hecho una
discreta entrada en las conversaciones
de playa. Al menos, en el Norte, donde
aún suscita comentario el avistamiento
de un top-less. A veces se me hacen tan
largas estas tardes de los baños de ola
idénticas a las de la infancia que fanta-
seo con que aparece Salvini y, rodeado
de sus bacantes y de sus viriles palmea-
dores de espalda, pincha Avanti ragazzi
di Buda. Salvini DJ confiere un nuevo
sentido al concepto de la marcha, que
pasa a ser sobre Roma. Eso es llenar de
propósitos las fiestas desesperanzadas
de Gambardella, cuyos trenecitos no
iban a ninguna parte.
Perdón por la digresión. Estábamos
con los bautizos civiles, anunciados en
Gijón, pero que no constituyen una nove-
dad. En tiempos de Zapatero hubo un in-
tento de convertirlos en liturgia alternati-
va, más o menos cuando a la Navidad se
la empezó a llamar Fiesta del Solsticio –el
Sol Invicto–. Pedro Zerolo, al oficiar el
bautismo civil del hijo de una actriz, rela-
cionó todo aquello con el Culto al Ser Su-

premo de Robespierre, un mejunje de in-
fluencia masónica y enciclopedista que,
en pleno Terror, tuvo un día de fiesta ofi-
cial celebrado en las Tullerías con el pro-
pio Robespierre actuando de pontífice.
No se pudo repetir porque lo guillotina-
ron un mes largo después.
Aunque en Francia perduran los bau-
tizos republicanos, en los que Marianne
adquiere una aureola helénica como de

altar, Robespierre tuvo que inventar lo
del Ser Supremo porque el culto revolu-
cionario anterior, el de la Razón, era de-
masiado prosaico, frío, y no daba res-
puestas a la gente acerca de la angustia
por el destino del alma. En aquella épo-
ca, se hizo inscribir en los cementerios
la frase de que morir era dormir para

siempre, y punto, lo cual no procuraba
alivio a ciertas preguntas que el ser hu-
mano se hace desde que se volvió cons-
ciente de su finitud. Por más que uno
intente descristianizar los ritos de ini-
ciación, hay que dotarlos de ciertas tras-
cendencias, y esto no es posible encon-
trarlo en una religión cuyo Dios es el
Estado ni en un concejal que se ha traí-
do escritos unos versos de Benedetti y

que da la bienvenida al bebé a una fe
tan poco emocionante como la de la de-
mocracia que entre todos nos hemos
dado. Si es que hasta la mafia tiene más
logradas la liturgia, la escenografía y la
trascendencia de sus propias ceremo-
nias de bautismo, en las que se punza
sangre y se queman estampitas.

HASTA el 5 de agosto el presidente Donald
Trump había realizado 12.019 afirmaciones
inciertas, según el factchecker del Post.
Dado que ese fue su día 928 en el cargo,
Trump falsea los datos de la realidad una
media de 13 veces por día. Es una cifra
extraordinaria. Más que por la capacidad
de fabular, por la bulimia verbal. Trump
miente menos que habla. Y los medios le
corresponden: de las seis columnas
destacadas ayer en la web del Post cuatro
llevaban en el título la palabra Trump. En
diciembre el periódico hizo una encuesta
para averiguar hasta qué punto la gente
creía al presidente. Los resultados fueron
alentadores... ¡según se mire!: 7 de cada 10
no le creían. En el caso de los republicanos,
6 de cada 10. Debe de haber millones que
no le creen y le votan.
Tanto la exuberancia falseadora como la
relativa indiferencia del público aconsejarían
un –difícil– estudio comparativo que no
tengo noticias de que se haya hecho. En
primer lugar sobre la frecuencia de sus
intervenciones públicas respecto a la de
otros presidentes; y en segundo lugar sobre
el número de mentiras. Sería de interés
proyectar el aparato de comprobación del
Post sobre los mandatos de Nixon o Clinton,
por poner dos intencionados ejemplos.
El escrutinio pondría en aprietos a muchos
políticos americanos. Y no solo americanos,

desde luego. Hace un año seguí con cierta
disciplina el debate que llevó a Pedro
Sánchez al Gobierno. Aunque sin mayor
rigor metodológico, fui fijándome en
aquellas frases del presidente que me
parecieron falsas o al menos engañosas.
Sospecho que una verificación al modo del
Post habría dejado su discurso en cueros.
Baste recordar, aunque solo sea desde el
punto de vista cualitativo, el papel que jugó
esta mentira redonda, inequívoca y
desvergonzada: «El Pp ha sido condenado
por corrupción» en el éxito político
de Sánchez. Una mentira nuclear que
sigue repitiendo con su impavidez
acostumbrada, la última vez en su fallida
investidura parlamentaria.
La presión de los medios y la conversión
de la mentira en la señal de identidad de su
presidencia no ha arredrado a Trump. Su
promedio de mentiras diarias sube a 20, si se
cuenta desde abril. Puede que dejar de
mentir le suponga el implícito e indeseable
reconocimiento de haber mentido: como si
de pronto el pez supiera qué es el agua.
Del minucioso trabajo del Post se sigue la
exigencia de una democracia donde se diga
la verdad. Pero la abrumadora falta de recato
de Donald Trump no debe encubrir hasta
qué punto tal exigencia es una novedad.

Una democracia


de verdad


La abrumadora falta de
recato de Trump no debe
encubrir hasta qué punto
la exigencia de decir la
verdad es una novedad

AL ABORDAJE


DAVID
GISTAU

Iniciación


¡QUIA!


ARCADI
ESPADA

EN JUNIO de
1979, a raíz del
30 aniversario
de la RDA, los
líderes
comunistas
Honecker y
Breznev sellaron la solidaridad
socialista con un beso de los que
ahogan. Ambos sabían que su
alianza tenía los años contados, tal
como se encargó de demostrar la
‘perestroika’ de Gorbachov. La
pintura de este beso fraternal es la
que cada día fotografían miles de
turistas en el East Side Gallery de
Berlín. Hoy se cumplen 58 años
desde que se dio la orden para
construir el muro. El alambre de
púas de sus 43 kilómetros no solo
evoca la franja fronteriza que
separaba ambas orillas, sino el
testimonio de la cárcel a cielo
abierto que fue la URSS. El muro
cayó en el 89. La abyección
comunista no debería ser reducida
solo a mero ‘souvenir’. RAÚL CONDE

EL APUNTE
GRÁFICO

El beso de
la infamia

OMER MESSINGER / EFE

CABO SUELTO


ANTONIO
LUCAS

Madrid,


kilómetro 0

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