EL MUNDO. VIERNES 2
HOJA Nº (^26) AGOSTO DE 2019
D E V E R A N O
H I STO R I A
mutuamente el triunfo
igual que la derrota. El
hermano del triunfador le
dice «sé quién eres, sé qué
trampas has hecho para
llegar hasta allí», mientras
que el hermano del
derrotado ve en él un
presagio siniestro.
En el caso de Daniel y
Humberto Ortega importan
los motivos número tres y
cinco porque no parece que
haya mucho que decir
contra los padres del
presidente de Nicaragua y
de su antiguo ministro de
Defensa. Al contrario: una
de las últimas veces que se
ABELES Y CAÍNES
Próxima: LOS DRÁCULA
Algunos motivos por los
que los hermanos se odian:
- El agravio en relación
con los padres («para ti
todo fue más fácil, tú fuiste
el favorito»). 2) El reparto
de las herencias. 3) La
interferencia de terceros
(habitualmente cuñados)
que quiebran la lealtad al
clan. 4) El recuerdo de
infancias traumáticas. Y 5)
El éxito y el fracaso. Los
hermanos compiten y
después se reprochan
vio a los hermanos juntos
fue en el funeral de Lidia
Saavedra, su madre. Sus
dos amorosos hijos pagaron
su entierro cada uno por su
lado, de modo que dos
coches fúnebres llegaron a
la catedral de Managua con
la orden de llevarse el
féretro a cementerios
diferentes. Ante la tumba,
los hermanos discutieron
ruidosamente. El cardenal
Obando medió y Daniel
impuso su criterio. Cuando
alguien sienta tristeza
pensando en lo que lo
separa de sus hermanos,
que se consuele con la
historia de los Ortega.
Humberto y Daniel
Ortega nacieron en
Managua, en una familia de
clase media, mal arraigada
y crítica con la dictadura de
Somoza, de izquierdas
aunque también cristiana.
Estudiaron con los
salesianos, igual que el hijo
del tirano, y en sus aulas se
deslizaron a la disidencia.
Los dos estuvieron en el
primer núcleo duro de la
Revolución Sandinista y los
dos participaron en la lucha
armada. Humberto se llevó
algo de metralla en un
brazo. Daniel pasó siete
años de cárcel y tortura que
lo convirtieron en un ser
reconcentrado e insondable.
El preso 198 es un libro
de Fabián Medina (editado
por el diario La Prensa) que
narra la vida de Daniel
Ortega a partir de su
experiencia carcelaria.
Algunos datos: Daniel sólo
confía en los amigos que
hizo en prisión. Allá donde
ha tenido su despacho ha
habilitado cuartitos oscuros
e inaccesibles, celdas en las
que se encierra a... No se
sabe a qué. Sus momentos
de cólera e inseguridad
remiten también a las
torturas en prisión.
Daniel no era el hermano
brillante. Miope y delgado
fue un combatiente patoso,
igual que un político
inexpresivo y dogmático.
Sin embargo, la suerte
conspiró en su favor. A
medida que la revolución se
acercaba a la victoria, la
rivalidad entre sus líderes se
volvió un problema grave.
Entonces, la jefatura de
Daniel, el patito feo de la
Revolución, apareció como
un mal menor, como un
empate a cero al que los
príncipes sandinistas
(incluido Humberto)
podrían resignarse.
Empezaban los años 80.
Nicaragua era la nueva
Cuba, enfrentada a Estados
Unidos y a los Contra, y
Ortega aprovechó la
emergencia nacional para
afianzar su liderazgo. Su
ministro de Defensa fue
Humberto y su
vicepresidente, el escritor
Sergio Ramírez, del que se
dice en El preso 198 que
hacía todo. Ramírez tiene su
propio libro sobre aquellos
años, Adiós, muchachos,
pero su relato es bondadoso,
del tipo «algunas cosas
salieron mal, la vida es así».
Ramírez es un caballero
que omite piadosamente la
transformación de Daniel
en un personaje temible y
extravagante que mandaba
a su guardia personal a
saquear heladerías, que
aprendía a conspirar y a
manejar las bases del
partido y hablaba como un
bolchevique por la mañana
y halagaba a las élites por la
tarde, acompañado por su
pareja, Rosario Murillo, la
Elena Ceaucescu de
Centroamérica.
El tema de los cuñados se
nos quedó en el tintero. En
resumen: Daniel y Rosario
parecen una de esas parejas
unidas por un proyecto de
poder. Cuando Daniel
perdió las elecciones de
1990 estaban separados. O
casi. Tras la derrota,
renovaron su sociedad y se
juraron un desquite que
incluía a todos sus rivales
dentro del sandinismo,
todos aquellos líderes más
brillantes que Daniel, desde
Sergio Ramírez hasta su
hermano.
No hay que pensar que
Humberto sea el inocente
de esta historia. El otro
Ortega también ha vivido
obsesionado con su propia
carrera, sólo que su
estrategia ha sido la del
pragmatismo y no la de la
imposición. Cuando Violeta
Barrios de Chamorro venció
en 1990, Humberto quedó al
mando del Ejército. Daniel,
traicionado, lo llamó «peón
de la oligarquía». Durante la
reciente revuelta popular
contra Daniel, Humberto le
devolvió las críticas.
Sólo falta tocar el caso de
Zoilamérica, la hija de
Rosario Murillo, que
denunció que Daniel abusó
de ella desde los 11 años. Su
caso se consideró prescrito
y Zoilamérica hubo de
exiliarse. Humberto la
respaldó, igual que
respaldó a Sergio Ramírez
cuando fundó un partido
sandinista disidente. El
propio Ramírez bromeó
con aquel fracaso: se
presentó a las elecciones de
1996 y consiguió 15.000
votos. Diez años después,
Ortega volvió al Gobierno
con Rosario a su lado para
ser los nuevos Somoza.
POR LUIS
ALEMANY MADRID
Abeles y Caínes. Daniel Ortega no estaba
destinado a ser el líder de la Revolución
Sandinista. Ese papel podría haberle tocado
antes a su hermano Humberto. Sin embargo,
la suerte y el instinto cambiaron la historia
EN
SERIE
UNA NOVELA DE TIRANOS
CON CUÑADA Y DESQUITE
HUMBERTO FUE
PRAGMÁTICO Y
COLABORÓ CON
VIOLETA DE
CHAMORRO. SU
HERMANO NUNCA
SE LO PERDONÓ
HERMANOS
ORTEGA