El Financiero - 29.07.2019

(C. Jardin) #1

NACIONAL POLÍTICA Y SOCIEDAD Lunes 29 de Julio de 2019 EL FINANCIERO 59


La retórica de la austeridad


L


a austeridad es un dardo


envenenado. No me refiero


al principio de ética pública


que exige especial moderación en


el uso y aplicación de los bienes


y recursos públicos por parte de


representantes electos y agentes


del gobierno, sino a su manipu-


lación demagógica. Al discurso


que demoniza el gasto público


y, desde ahí, cuestiona la perti-


nencia de ciertas instituciones,


funciones públicas, derechos o


deberes. La trampa que somete


la racionalidad de la inversión y


gasto públicos a la tensión binaria


entre derroches o necesidades.


Esa retórica que sirve lo mismo


para repudiar las cargas fiscales


y la presencia del Estado en las


relaciones económicas y sociales,


que para desplazar prioridades


públicas a discreción del poder.


Es esa persuasiva insinuación de


que el dinero público estaría me-


jor en cada bolsillo, ya sea porque


nunca debió salir de ahí o porque


es más justo repartirlo en partes


iguales. La peligrosa seducción


de los populistas libertarios de


derecha y de los populistas des-


pilfarradores de izquierda.


La retórica de la austeridad cari-


caturiza la complejidad de la asig-


nación de bienes y recursos por


definición escasos. Se aprovecha


dice la cifra en sí misma? ¿Cómo


ponderar la utilidad económica


y social de 100 o 1,000 millones


con información imperfecta y


sesgos cognitivos? ¿O qué es más


justo? ¿Asignar 4 mil millones


de pesos al año para financiar el


funcionamiento de los partidos


políticos o crear 67 mil nuevas


plazas para estudiantes universi-


tarios en la UNAM? ¿Sostener al


Poder Judicial de la Federación, al


Congreso, al INE o pagar menos


IVA? ¿Mantener sueldos públicos


o recibir una transferencia men-


sual de dinero público?


Después de un largo ciclo de


derroches, de absurdos privi-


legios en el servicio público y


de corrupción tolerada y alen-


tada desde el poder, los gestos


presidenciales de medianía y


desapego dotaron de cierta legiti-


midad y credibilidad a la retórica


de austeridad. Pero más allá de


los viajes en vuelos comerciales,


la frugalidad gastronómica o la


sobriedad en la apariencia per-


sonal, es difícil ubicar un autén-


tico sentido de ética pública en el


discurso de austeridad del nuevo


gobierno. Recortar a diestra y


siniestra para reasignar discrecio-


nalmente fondos a otras priorida-


des o caprichos no es austeridad,


sino una coartada para evadir la


ley y, en particular, para bur-


lar el destino determinado por


la representación popular en el


Presupuesto de Egresos. Es, en


realidad, la ruta de apropiación


del instrumento más relevante


de poder después del monopo-


lio de la fuerza física legítima: la


capacidad material de mover o


retraer al Estado, de vitalizar o


anular la economía, de garanti-


zar derechos o vulnerarlos, de


hacer efectivos los contrapesos o


capturarlos.


El reciente caso del Coneval


desnudó la retórica de la auste-


ridad. Para el Presidente medir


objetivamente la pobreza y eva-


luar la eficacia y la eficiencia de


los programas sociales no es una


función que deba ser financiada


con recursos públicos. No se justi-


fica, sugiere, gastar 443 millones


de pesos si el INEGI o alguna de


sus dependencias pueden hacer


lo mismo pero más barato. ¿Para


qué un edificio, investigadores,


viáticos para estudios de campo,


agua, luz e Internet, si con la en-


cuesta ingreso-gasto del INEGI o


con sus propios datos podemos


conocer la condición socioeconó-


mica de los mexicanos y la nueva


felicidad en la que viven? Me re-


sisto a aceptar que el Presidente


no sabe cuál es el mandato del


Coneval, que no ha reparado en


las implicaciones de su transición


hacia la autonomía constitucio-


nal y, también, que la ofensiva


desplegada en contra del órgano


no está motivada por el riesgo


político que representa que una


institución evalúe los resulta-


dos concretos de su fórmula de


combate a la pobreza. Creo, por


el contrario, que la austeridad ha


sido invocada, de nueva cuenta,


para deshacerse de un incómodo


contrapeso. ¿En cuántos nobles


propósitos podemos invertir


esos 443 millones de pesos que


no sirven más que para advertir


de la duplicidad, regresividad,


ineficiencias, sesgo clientelar o


corrupción en los más de 8,000


programas sociales que despliega


el Estado mexicano? Levante la


mano el que prefiera Dos Bocas,


el Tren Maya, Santa Lucía o la


pensión universal de los adultos


mayores.


La retórica de la austeridad es


el dardo envenenado del des-


mantelamiento institucional.


La mordaza de ignominia para


los que se duelen u oponen a


la forma en la que se asigna el


dinero público. El estigma al ser-


vicio público para colonizar el


aparato del poder. La compuerta


para sustituir beneficiarios por


clientelas. El ayuno forzado que


provoca la debilidad anímica o la


muerte por inanición del com-


plejo entramado de equilibrios


de la democracia constitucional.


La firma en la chequera que re-


cuerda aquella máxima popu-


lar sobre el poder: el que paga,


manda.


CRONOPIO


Roberto


Gil Zuarth


Opine usted:


[email protected]


@rgilzuarth


Abogado


de las comprensiones imperfectas


de orden y magnitud de las perso-


nas con el propósito de capitalizar


políticamente falsas relaciones de


justicia. Desde cualquier expe-


riencia común, no es fácil asimilar


qué significan 5 billones de presu-


puesto público federal. ¿Qué nos

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