El amor por los oficios textiles le recuerdan a su abuela materna.
“Era muy inteligente, como la gente antigua. Ella era sastra,
hacía pantalones, camisas, etc. También era zapatera... Si mi
abuela lo hacía, ¿por qué yo no podía hacerlo?”, se preguntó
Audolina. Siguiendo sus pasos, cuenta que a los 15 años encar-
gó su máquina de coser. “Aprendí a coser, a cortar por mi
cuenta, nadie me enseñó”. De acuerdo a su filosofía, “el mejor
computador que hay en el mundo es el de uno, si tú lo sabes
desarrollar, no precisas nada de nadie”, y así es como también
aprendió a tejer a telar, a crochet y a curtir cueros.
Aunque no era común entre las mujeres, quiso heredar de su
padre el arte de la elaboración de sogas con cuero de animal,
un oficio que comparte con sus hermanos y que también traspa-
só a sus hijos: Nelson y Celso. “Todos llevábamos monturas,
pero había que hacerle los aperos (para el caballo), así que yo
dije ¿por qué no? aunque sea la única mujer. Entre toditos
hacíamos lo que mi papá nos enseñaba, y él nos enseñaba a
todos a trenzar”. El campo siempre fue lo suyo, y las sogas eran
esenciales para el trabajo con los animales. “Me gustaban las
carreras (a la chilena), ayudar a rodear, lasear y marcar, era un
hombre más”.