A lo largo de su vida, Eloísa nunca ha dejado de
crear, en el más amplio sentido de la palabra, lo
que la ha convertido en toda una artista. Com-
binando talentos y habilidades que fue desa-
rrollando muchas veces en forma autodidacta,
observando, experimentando y practicando
con toda su sensibilidad. Desde dibujar su
entorno natural, bordar, coser a máquina,
pintar en género, tejer a telar y cocinar con
todo lo que tiene a mano en su campo, hasta
bailar al compás de los ritmos patagones, tocar
valsecitos en guitarra, jardinear, esquilar con
tijerón e “hilar la lanita de las ovejas”. Pero en
Cochrane, doña Eloísa es, por sobre todo,
reconocida por ser la más antigua de las maes-
tras bordadoras. Un don que heredó de su
madre, Luisa; que comparte con sus hermanas,
Erminda y Elisa, y que ha ido transmitiendo a
El don de las Montecino
aguja delgada y los hilos de algodón de
antaño, sino que usa lanas más gruesas y colo-
res brillantes, las cuales va tejiendo a croché y
uniéndolas cuidadosamente a la superficie de
la tela. De alguna manera, es como si los bor-
dados hubiesen decidido posarse sobre la tela
en vez de entrar y salir de esta. Pensamientos,
clavelinas y otros bellos y coloridos ramos de
flores invitan a los integrantes de la familia y a
quienes andan de paso por estas tierras, a sen-
tarse y a detenerse por unos segundos en este
sofá. “El que se apura en la Patagonia pierde el
tiempo”, dice la tan renombrada frase que se
escucha frecuentemente en estas latitudes. Y
así parece ser.