Bordados con Historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1

“Va a ser la más


inteligente de todas”


No fue fácil la infancia de Eloísa y sus nueve hermanos,
entre ellos recuerda con cariño a quienes apodaba el león,
el zancudo y el capón guacho, con esa ironía que tiene a flor
de piel. Eran los tiempos de la colonización de la Patagonia,
allá por los años treinta. De madre argentina y padre chile-
no, su familia decidió viajar hasta Cochrane desde el otro
lado de la frontera. A sus 5 años, le tocó cabalgar “al anca”.
Recuerda que se vivía “una pobreza en esos años, y qué
comer, yo con la Erminda (hermana menor) hervíamos
avena y ni el azúcar se conocía... Nos criamos con un cami-
són hasta los pies y a pata pelada. ¿Quién iba a pensar que
yo iba a llegar a los ochenta y más años? Nunca”.

El arte del bordado le daría muchos momentos de distrac-
ción durante su niñez. Tenía cerca de 10 años cuando
comenzó a enamorarse del oficio que la acompañaría toda
su vida. “Por esos años no había cómo bordar, no había
hilos, nada”. Solía conseguirlos de prendas recicladas, las
cuales deshilachaba dedicadamente hasta toparse con el
color que quería ocupar, tarea que realizaba a escondidas
porque si la pillaba su mamá sacando una hebra de un
saquito de trapo, cuando eran tan escasos, no le iba a ir
nada bien. La aguja había que conseguirla: “mamá, deme
una aguja para costurar la poca ropa que tenía y me dio
po”. Ella se la dio, pero advirtiéndole que no la fuera a
perder, porque también escaseaban y había que cuidarlas.
“En esos años, mija querida, usted no me irá a creer mucho.
Una aguja, un pedacito de trapo, ¡a dónde! Ni bolsas
salían. Se hacían pocas las bolsas de estas. Parece género,
pero es una bolsa harinera”, rememora Eloísa sobre los
tiempos de pobreza en estos rincones tan apartados.

“Los pañuelos de mi papá con los que se limpiaba las nari-
ces”, fueron los primeros textiles de su vida. “Yo le aga-
rraba los pañuelitos a mi finao’ papá, de mano se llaman...

Su rincón creativo de la casa es su mesa, donde la
ventana deja entrar con fuerza la luz del sol y la
vista colorida de su jardín. Ahí se sienta a dibujar y
a bordar, entre plumones, hilos y lanas que va
posando sobre el floreado mantel de hule. “Así no
más, a pura cabeza”, va creando. Sin moldes, sin
bastidor. A mano alzada, sus diseños son sobre
todo una oda a la naturaleza que rodea su espacio
doméstico. Si de combinaciones de colores se
trata, cuenta que aprendió “así solita no más” y
que sus preferidos son “el rosado y el morado”. A
la hora de bordar, no hay orden que mantenga:
“Por todos lados picoteo. Las dejo a medio hacer
(las flores) y voy por ahí y de ahí vuelvo y las sigo
otro poco”, no se complica. Tampoco cuando se
trata del reverso del bordado: “¡Que quede como
quiera!, que hay un nudo, no importa”, excepto si
las piezas son pañuelos, en estos se preocupa de
que el bordado quede bien tanto por el frente
como por el revés.


Puede que su vista ya no sea la misma de antes,
pero pareciera que la memoria artística dejó graba-
das las puntadas y los trazos en sus manos. Tan
arrugadas como rítmicas, mantienen su don para el
bordado. Todos los días, después de su sagrada
siesta, suele regalarse un momento de pausa, de
creatividad y relajo, en medio del silencio, que
solo se interrumpe con el crujir de la casa o de la
leña ardiendo en la cocina.


emprender el vuelo. “Es parecido a uno al que le doy el
arroz allá afuera, chingolo se llama. Más flacuchento eso sí,
no tan panzón. Hay de varios colores y conmigo son mansi-
tos”, describe con ternura.


Al acercarse al textil, los detalles sorprenden. Cada parte
del cuerpo está cubierta por puntadas que acentúan su
forma, dando como resultado una combinación de colores
y texturas que dotan a cada pajarito de personalidad. Bien
podría ser una pareja de zorzales o de pitíos (quienes con
su canto suelen avisar que hay visita segura). Eloísa tiene su
propia manera de entenderlos e interpretarlos, para ella
cada pájaro se expresa sobre el paño.


Los bordados de esta maestra destacan por la belleza con
que logra fusionar lápiz y aguja sobre la tela. De algún
modo, sus bordados son un reflejo de una danza fluida y
constante entre ambos medios artísticos que ha ido cons-
truyendo con los años, utilizando puntadas sueltas a modo
de líneas y otras veces –coloreando– con puntos que le
permiten rellenar y dar mayor protagonismo a alguna de
las áreas del dibujo textil.

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