Estos bordados colaborativos la habrían preparado para empren-
der uno de sus primeros proyectos personales, confeccionar
desde cero una tabaquera. Haciendo memoría de cómo fue que
aprendió a hacer este tradicional artefacto de la Patagonia,
comenta: “Me acuerdo que saqué el molde no más. Una tabaque-
ra vieja que tenía mi papi, que cuando falleció quedó acá en la casa
y de ahí la lavé yo y la guardé para aprender a cortar”. A punta de
observación y dibujo, Eloísa habría dado con el secreto de fabri-
cación de este objeto y comenzado a recorrer un camino en el arte
de pintar con hilos.
“La ropa que sobra, esa es la que sirve para sacar cosas para
bordar”. El ingenio, que nace de la necesidad, la habría llevado a
reutilizar géneros que iba encontrando por los rincones de su casa.
“Esa es una cintita que tenía yo, que le ataba el pelo a las chicas.
No me alcanzaba el billete para hacerme de materiales nuevos”,
cuenta Eloísa al describir la cinta del contorno de una de sus taba-
queras más antiguas. “Esa es una blusa que me dió la mamá, que
ella cortaba ropa y sobraban pedacitos”, cuenta mientras recuerda
el origen de la tela de otra tabaquera.
Rememorando los bordados de su mamá, Eloísa recuerda:
“Ella no bordaba mucho... hacía iniciales más que nada”,
además de una tabaquera que le habría bordado al papá de
Eloísa, “pero nada más”, agrega.
Durante su infancia, continuaron los bordados entre madre e
hija, en su mayoría artefactos para el hogar. “Ella hacía las
servilletas a mano y yo las bordaba. Las calaba con aguja, mar-
caba la forma y las bordaba en punto cadena”, dejando entre-
ver lo sencillo que le ha resultado siempre encomendarse a un
trabajo de este tipo.
La primera de muchas
tabaqueras