Corría el año 2020, Eloísa se recuperaba de un cáncer al colon
–que sigue combatiendo con sus “yuyitos” y la quietud de su
vida campera– cuando se propuso bordar el centro de mesa
que le encargó Iván. Siempre a su ritmo. “Yo lo bordaba
cuando me levantaba, cuando estaba bueno el día y después
lo dejaba. Tenía que hacer almuerzo, hacer pan. Y ahí después
de que terminaba de cocinar, bordaba”. Entre la casa del
campo y la casa de Cochrane, iba avanzando. “Estaba medio
negrito el mantel de tanto andar para arriba y para abajo”.
Con “papel de calcar” fue marcando los motivos del centro y
después de bordarlos se dedicó a los bordes, descansando la
vista de tanto en tanto. Para este paño, eligió combinar distin-
tos diseños de flores que atesora en su carpeta de dibujos. Su
vecina Yoli, del lago Brown, le compartió algunos, al igual que
su hija que vive en Temuco, Olga, que también borda y le trae
dibujos para que siga inspirándose.
El modo de disponer los ramos de flores –pensamientos,
copihues y vasitos– sobre la tela responden a un ojo
de textilera que sabe cómo utilizar el blanco del fondo
Arcoiris de flores y pájaros
Su marido Alberto, con quien lleva casi cincuenta años de
matrimonio, tiene la suerte de poder escoger, según la oca-
sión, entre varias tabaqueras hechas por doña Eloísa. ”Las
tengo guardadas para el 17 de marzo (aniversario de Cochra-
ne) o para el 18 de septiembre”. Hoy en día “son novedad las
tabaqueras, (porque) ya no se ven” dice el patagón, luciendo,
con orgullo, estos artefactos salpicados de flores multicolores.
En un baúl de su ranchito, ubicado afuera de la casa, descan-
san las tabaqueras, mientras solo una acompaña a su dueño
en los quehaceres diarios de la vida y el trabajo.