Observar, intuir y crear
Con respecto a los colores utilizados, María nombra más de
catorce tonalidades dispuestas en el anverso y reverso de la
billetera, las cuales se habrían ido destiñendo con el paso
del tiempo y el uso. El interior se inclina hacia los tonos mati-
zados de rojo, mientras que en el exterior juega más con los
contrastes.
La elección de estos habría provenido de un riguroso trabajo
de observación, que le permitió a su creadora intuir el color
siguiente a bordar. Proceso lento y hermoso, de profunda
compenetración con la labor que está realizando: “Uno le va
poniendo el hilito, cuando va a hacer un bordado, y lo pone
ahí y lo mira, y si ve que va a quedar vistoso con eso lo hace”.
El rol de cierre y unión de todos los elementos está a cargo de
la cinta de seda, la cual enmarca este artefacto a través de un
verde profundo que combina perfectamente con las hojas y
tallos de algunas de las flores. Este tipo de cintas ya no se ven
en los bordados actuales, porque ahora suelen ser de raso.
Para María, el secreto de la belleza de esta billetera sería el amor
por su oficio, por ese hacer constante que permite dominar la
técnica e ir más allá. “Aquí, lo que uno más tiene que ponerle es
amor, con ganas. Uno tampoco es tan experta en esto, sino que
lo hizo todavía cuando no sabía hacerlo muy bien”.
Hacia el año 2020, después de la producción del documental
Bordadoras del Baker, cuenta que volvió a entusiasmarse con
el oficio del bordado y a recordar la antigua vida familiar en el
campo. Así, con sus 60 años recién cumplidos y la vista algo
más frágil, María dio vida a dos paños bordados a dos hebras,
con pájaros y chilcos sacados de su imaginación, tal como
solía hacerlo doña Elisa. Quiso regalárselos a sus padres,
“como un recordatorio”, por eso los llevó al Cementerio Mu-
nicipal de Cochrane y dejó allí “un bordadito para cada uno”.