textiles a otras mujeres de la comunidad. Hoy ya nada podría separarla
de este oficio tan querido. “Yo voy a bordar hasta el final (...) Me gustan
los colores de las flores. Me gustan las flores. Por eso es que a mí me
gusta bordar”, explica.
La elección de dónde sentarse a bordar no es azarosa. A sus 63 años
solo borda con luz natural. “Me duele la vista sino”, comenta, así que
toma todas las precauciones que le permitan continuar con este oficio
por más tiempo.
“No soy vaqueana
para dibujar”
“Este fue el trabajo más grande que hice”, relata
mientras observa con ojos fijos la tabaquera de don
Ramón. Años atrás, recuerda, había bordado otra
tabaquera de cuero “pero de nonato de ternero, que
parecía de cogote de choike”. Fue un regalo para su
hermano menor, Octavio.
Así como existen materialidades diversas para una
tabaquera, también hay distintos modos de enfrentar-
se a la construcción de una. Cada bordadora tiene su
orden y técnicas para hacerlo. Ernestina comienza por
el traspaso del motivo a la tela. “Yo no soy vaqueana
para dibujar. En cambio la señora Eloísa Escobar, y su
hermana Erminda, pueden así a lápiz y dibujan lo que
ven. Yo no puedo”, comenta, recordando a dos desta-
cadas bordadoras de la zona, reconocidas por dibujar
a mano alzada sobre la tela. Ernestina, en cambio, se
las habría ingeniado de otro modo para resolver este
asunto.
Lo primero es traspasar los ramos escogidos sobre un
papel. “Yo ponía el dibujo arriba del papel de calco y
lo calcaba en ese papel en que vienen envueltos los
zapatos en las cajas. Ese finito, finito, finito. Entonces
yo marcaba desde allí y después lo hilvanaba pa’ acá
y así iba marcando”. De esta forma, en vez de utilizar
la tinta del papel calco directo sobre la tela, la usa
para que la imagen del ramo quede impresa en el
papel delgado, el cual meticulosamente hilvana,
uniendo así papel y tela.
“El papel estaba ahí y yo lo iba bordando encima''
describe, trabajo que tomaría muchas horas en su
ejecución. “Y después sale el papel”, teniendo este