A los 22 años se casó y se fue a vivir al lago Vargas con
su marido, don Octavio Vargas, donde se quedaron para
siempre. “Allí siguió su bordado, con su soledad que era
pura montaña, todo muy triste”. Sus hijas cuentan que
en esos años la vida en este sector era muy aislada y soli-
taria, apenas habían familias pobladoras. Cochrane
recién comenzaba a forjarse como un pequeño pueblo.
“Sin embargo, había una inteligencia en la mujer que le
rebuscaban por todos lados” impregnando ese ejemplo
en la vida de todas sus hijas, quienes reconocen su
legado en las enseñanzas que practican día a día. “La
mamá está presente en cada momento de la vida. Está
presente en todas las cosas que a uno le enseñó y que
muchas veces lo reprendieron porque no le gustaba
hacer. Yo le agradezco a ella todo lo que sé hacer”,
emocionada relata su hija Luisa.
Los hilos y las agujas de Elisa se convirtieron en compañe-
ros invaluables en medio de la solitaria rutina del lago
Vargas. “Nunca dejó de lado su bordado, y de ahí des-
pués nacimos nosotros”, recuerda Luisa. Con el pasar de
los años, ella y sus hermanas comenzaron a seguir a su
mamá, poniendo atención a todo lo que hacía. La crianza
y los trabajos de la casa no le dejaban mucho tiempo para
enseñarle a sus hijas este arte textil, pero ellas se las arre-
glaban para observarla, mientras le bordaba a su marido
o a sus hijos, ensayando puntos que terminaban convir-
tiéndose en coloridas tabaqueras.
El amor de Elisa por las flores era genuino, y transmitió a
sus hijas su particular modo de traspasar al textil una flor
COLONOS DEL
LAGO VARGAS