corresponden a Rosamel Romero Cepúlveda,
pareja de su querida abuela Luisa. Él sería el
afortunado dueño de este objeto y quien le
habría encargado el trabajo personalmente a la
bordadora. “En esos años, el viejito fue al
Vargas y llevó ese cuero porque sabía que mi
mamá bordaba”, rememora María, mientras
observa el protagónico ramo de claveles ador-
nado por una corona de nomeolvides, que le
regala colorida vida al orgánico cuero de ñandú.
El punto liso utilizado en esta pieza, es caracte-
rístico de esta familia de mujeres bordadoras.
Con este subdividen las figuras de mayores
dimensiones en corridas de puntadas, siguien-
do la forma de la flor y modificando los colores
entre cada fila. “Los pensamientos se parecen
mucho a los que hago yo (dice Carmen). Ella nos
enseñó a nosotros, y ese es el punto que
usamos. Punto relleno parece que se llama”.
Esta técnica dota al clavel de una particular
textura que lo hace sobresalir del resto. El verde
oscuro elegido para el tallo, sube cual enreda-
dera desde la base, vinculando cada flor y
extendiendo el ramo hacia arriba, para alinearlo
con las lenguas de la tabaquera.
El otro lado, donde se posan los pensamientos,
fue hecho de manera colectiva. “Ahí estoy
mirando un pensamiento que hice yo”, dice
Luisa apuntando la flor con pétalos morados.
“Más abajo hay uno que hizo mi hermana, la
María”, afirma resuelta, esta vez indicando el de
tonalidades azules. Sin duda, los pensamientos
son los protagonistas de este ramo compuesto
por diversas florecillas. La cantidad de colores y
cómo estos se equilibran llaman profundamen-
te la atención, y da cuenta de la nutritiva paleta
de colores que manejaban las tres mujeres
involucradas en este textil.