Las manchitas imborrables y los pequeños hoyitos
de su tela son el testimonio del paso del tiempo
junto a la cocina a leña. Discreto y bello, un paño
blanco para tapar el pan yace doblado sobre una
fuente enlozada. En este, dos delicados ramos se
miran desde una esquina a la otra. Una rosa amari-
lla contorneada, con centro morado y rojo, se
posa sobre un lado del paño. Los tallos y pétalos
que se desprenden de ella extienden invisible-
mente el motivo hacia distintas direcciones. Mien-
tras tanto en el otro costado, un ramo de copi-
hues, como Irma les llama, apuntan hacia arriba en
dirección a la rosa. Ambos motivos comparten un
gran espacio vacío en el centro que los hace aún
más protagónicos. Los colores empleados, la pun-
tada diagonal y el trazo orgánico de la composi-
ción le brindan elegancia y naturalidad a la pieza.
Este paño para cubrir el pan es el único bordado
que Irma utiliza para decorar su hogar. “Voy a
tener que hacer bordados para tener en la casa”,
comenta con entusiasmo, comenzando a soñar
con nuevos proyectos textiles. En la misma cocina
llama la atención otro bordado personal de Irma.
Colgada en una de las sillas de madera, descansa
su cartera de cuero bordada con diminutas flores
llenas de sutileza, talento y color. Cuenta que le
gusta usarla para ir a hacer sus compras y trámites
a Cochrane, recorriendo juntas el trayecto desde
el lejano valle Colonia.