E
n las alturas cordilleranas del río Maitén, en un cajón de
la casa de Ubaldino Urrutia, descansa una tabaquera de
género de más de cuarenta años de antigüedad. Recuer-
da haberla comprado, “antes de que llegara la patrona”, en los
tiempos en que vivía solo y le gustaba fumar arriba del caballo.
Luego, Ester Jeannette Hernández llegaría a su vida y los bor-
dados inundarían su impecable vestimenta gaucha.
“Ahora está vieja ya la tabaquera”, comenta “Nano” –como
todos lo conocen en el Baker– mientras va mostrando las heri-
das textiles que ha dejado el paso de los años. La tela azul
comenzó a desteñirse, la cinta roja a deshilacharse y la rosita
rosada –que algún día adornó coquetamente la fachada de la
tabaquera– se desprendió repentinamente.
En la parte exterior de la tabaquera sube con fuerza un ramo
formado por una rosa de tonos rosados y un clavel de rojo
brillante y matizado. Le hacen compañía delicados pétalos
verdes, que sutilmente rodean las flores sin restarles protago-
nismo. Abajo, en lila, un sencillo lazo ata la base de los tallos
otorgándole orden a la composición.
Las puntadas escogidas para rellenar este motivo se despliegan
orgánicamente, así, hilos diagonales van y vienen generando
movimiento y liviandad en cada pétalo, sobresaliendo de la tela
de fondo donde se posa el bordado.
La tabaquera destaca por sus motivos florales, pero no puede
dejar de advertirse la alusión a lade todos modos el ojo no
puede dejar de lado la sensación patria que insinúa el juego de
la combinación de azul, blanco y rojo de la pieza textil. En su
interior, dos bolsillos bordados con flores más pequeñas deco-
ran la parte baja. El blanco de la lengua, por su parte, le regala
brillo a la zona alta y estiliza su figura. Mientras, una cinta de un
elegante y vivo rojo enmarca el ruedo de esta tradicional pieza
textil y hace resaltar aún más los bordados. Las arrugas de la
cinta, consecuencia del trajín y del paso de los años, se contra-
ponen a la delicadeza de las puntadas y a la viveza de sus colo-
res, que siguen intactos.
Al contemplarla, inevitablemente surge la pregunta de quién habrá
sido la autora de estos elegantes bordados. “La señora Elena Rial es
pariente lejana de nosotros y también vecina aquí en el campo. Yo
sabía que ella bordaba, y su mamá también, doña Sara Parada (...)
Ella la andaba trayendo para venderla, entonces yo le dije: “Yo te la
voy a comprar”. Me costó 10 lucas, era plata en esos años”, relata.
Quizás a eso se deba la falta de iniciales, porque no fue pensada
para Ubaldino, sino probablemente para otro cliente arrepentido.
Los andares de esta tabaquera se reflejan en su estado de conserva-
ción. “Cuando salía de paseo, siempre la sacaba, para no salir con
una tabaquera tan rústica, hecha de vadana de bota. Cuando iba a
otro pueblo, a Bertrand, Guadal o Chile Chico”, cuenta, orgulloso,
de su infaltable compañera. “Linda tabaquera, decían”, cuando la
sacaba del bolsillo en la fiesta costumbrista u otro evento, donde
Ubaldino llegaba siempre de punta en blanco con bombachas y
pañuelo al cuello bordado, camisa, gorra, alpargatas y rastra (cintu-
rón adornado con monedas y cadenitas de plata).
A pesar de su desgaste, esta añosa tabaquera aún cuenta con vida
útil para seguir recorriendo la cuenca del río Baker. Y, quizás, otros
lugares que a voluntad de su dueño le esperan por conocer.