amino a Caleta Tortel, en medio de un bosque de ñirres, cipre-
ses, coigües y canelos, corre un colorido brazo del río Baker. En
estas tierras húmedas, vírgenes y lejanas, decidió vivir Carmen
Gloria Vargas Escobar; hija de los pioneros Octavio Vargas y Elisa
Escobar. “Siempre tuve ganas de ‘poblarme’ en esta parte del
campo. Me gustaba, es linda y tranquila, y buena para ordeñar, sem-
brar, para todo”, cuenta Carmen. Para llegar a estas tierras, que
heredó de sus papás, debe ir a caballo y con pilcheros desde la pasa-
rela del río Vargas y luego navegar en su bote hasta la casa, cargando
todo lo necesario para los meses más duros: petróleo, gas, alimentos
e insumos para sus animales.
De boina roja, voz y sonrisa alegre, Carmen se hace el tiempo para
dedicarse a todos los oficios que uno pueda imaginar. A sus 59 años,
le sobra energía. No solo borda y teje en telar mapuche; hace quesos
artesanales, cría chanchos y gallinas; tiene una huerta de frutillas e
invernaderos con toda clase de verduras; esquila y carnea sus corde-
ros; hace mermeladas y conservas; cultiva su propio jardín y, además,
aserrea madera de ciprés para construir y hacer mejoras en su propio
campo. Antes también construía balsas a la usanza patagona, pero
ahora prefiere usar su tiempo en otras labores.
“Trabajar el campo es hacer patria día a día”, y es tan cierta esta frase
que quiso grabarla en su billetera, bordándola con hilo rojo junto a
un caballo, una herradura y flores de su jardín. En la tela, la puntada
se hace letra enviando un mensaje claro, mientras que el resto de los
diseños bordados por Carmen comunican su amor por la naturaleza
que la rodea y por la vida campesina.
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