La tabaquera es fruto de un trabajo creativo que comienza en
su propio jardín: un verdadero laboratorio natural. Mientras
Carmen trabaja en ella, va memorizando las siluetas de las
flores, paletas de colores y minúsculas texturas.
“Siempre me ha gustado el pensamiento, es una de las flores
más antiguas”. Cuenta que en su casa siempre hubo y que para
ella es una flor especial: “Uno la va a mirar y como que ellos la
están mirando a una, es como una carita con ojitos”. Inspiradas
por su mamá, relata que “todas las hermanas teníamos nues-
tros jardínes, tenía que estar bonito, arregladito, sin pasto ni
nada”. Tal como lo mantiene en su actual casa, lleno de colo-
res, con ramos grandes y firmes, gracias a las semillas que
Carmen sembró cuando se instaló aquí, en plena primavera.
Llegó el año 2015, sola, después de haberse separado y de
haber deambulado por otros campos. Quería una vida tranqui-
la y sabía que este lugar se la daría. “Llega el día en que uno
tiene que tomar una decisión, ¿cierto? Sino uno se queda allí
esperando, como le pasa a muchas mujeres, que pasan los
años y de repente no se animan a enfrentar la vida... Da lo
mismo que uno trabaje y trabaje, porque no se avanza nada
con alguien que es tomador. Ese era su peor defecto”. Carmen
estuvo 18 años casada con el hombre a quien le regaló la taba-
quera de choike, el padre de sus dos hijos. “Está casi destruida,
porque la andaba trayendo toda mojada y así se echan a
perder las cosas. Yo la lavé después y allí se empezó a hacer
pedazos. El maltrato, eso es”.
Entre las pocas cosas que rescató de su antigua vida matrimo-
nial, está la tabaquera de su juventud, de sus noches de
verano, de sus dedos heridos, de sus flores imaginadas. “Él la
dejó abandonada como cosa que no valía nada. Entonces yo
dije: ‘Mi tabaquera me la llevo yo no más, porque es mi traba-
jo’. Era algo que me pertenecía. Algo mío”.
Semillas para
una nueva vida