pero ella tenía el arte... yo le decía: ‘Ya mamá, ayúda-
me a hacer un perro ’”. Y así, con aguja fina y siguien-
do las puntadas que tantas veces practicó junto con
sus hermanas, bordó primero la escuelita, después
fue trazando el Cerro Jaramillo, los caballos, el pasto
y los ñirres con sus verdes intensos. Así fue aparecien-
do “el profesor en la entrada de la puerta recibiendo
a la gente”, y los perros y las personas –de boina y
bombacha– “que iban a dejar sus chicos”.Todo esto para lograr recrear y preservar una querida
escena de su niñez: los primeros días de escuela. En la
época en la que bordó el cuadro, sus hermanos y sus
padres estaban vivos, lo que probablemente también
contribuye al tono de añoranza y a la pacífica alegría
que se desprende de su voz al describir la historia
detrás de esta obra textil.La casa de la escuela es, sin duda, el elemento princi-
pal de esta composición, la cual divide la naturaleza y
las montañas, de las actividades cotidianas represen-
tadas por los pobladores del sector. Retratándola en
amarillo, utilizando un denso bordado de punto
cadena, y con un vistozo techo anaranjado, Luisa le
rinde homenaje a este lugar que marcó positivamente
su vida y, seguramente, a muchos de quienes asistie-
ron allí.
Para estos toques de color, cuenta que buscó “los hilos
más o menos apropiados”. Lanas acrílicas naranjas,
rojas, azules y amarillas que iba deshilachando de las
chombas. “Era la única forma de poder tener los hilos,
porque no había de dónde sacar”. Aún así, Luisa se las
ingeniaba para conseguir los materiales necesarios. Su
vida creativa no se detenía por la escasez.
Bordando su cotidiano