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ecuerdo de la señora Malla” se lee en la parte supe-
rior de un bordado, hecho sobre un trapero de
algodón, que cuelga en la pared de una casa de
campo. Es la casa de Malla, seudónimo de Magdalena
Cruces Meza, con el que todos la conocen en Cochrane y
con el que firma sus bordados. Algunas de sus creaciones
textiles se han convertido en regalos para sus seres queri-
dos, como este paño que bordó para Chicho, su sobrino,
compañero de tantas faenas campesinas por el valle Colo-
nia, en la ribera sur del río Baker. Otras las hace especial-
mente para ella, para decorar su día a día, o son encargos de
las vecinas del pueblo.
A sus 84 años, vive en el fundo familiar, conocido como Lago
Seco, sin señal de teléfono ni radio, a dos horas de distancia
en bus de Cochrane y rodeada de vecinos de antaño que la
apoyan en algunas de las labores más esforzadas, como
juntar leña. “Estoy tan acostumbrada a vivir sola”, cuenta
Malla, aunque esa soledad se endulza con la compañía de
sus gatos y perros que tanto ama y cuida. El campo siempre
ha sido su lugar. Las gallinas, los pollos, el invernadero, las
vacas, los cercos –que de tanto en tanto le dan más trabajo
del que quisiera– y los oficios textiles, un remanso de paz y
relajo.