Bordados con historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1

para darle aún más vida a sus diseños. Los ramilletes parecen
tener la soltura de las enredaderas, que trepan y recorren
libremente cada superficie que tocan. Mientras, desde las
esquinas, dos pequeños pajaritos contemplan este jardín de
flores.


Sin duda, el color es protagonista en este artefacto. Un ramo
puede estar bordado hasta con trece colores diferentes. “Un
tono medio verdecito”, “rojo vino colorao”, “granate jaspia-
dito” y tonalidades de morados, son algunos de los colores
que se entremezclan en el paño. Este dominio cromático se
ha vuelto un sello en los bordados de Eloísa, quien pareciese
tener una veladura de arcoíris sobre los ojos, que le permite
arrojar a sus trabajos las más bellas e intrincadas combinacio-
nes.


Primero se bordan las flores, comenta Eloísa, y luego se
termina con los tallos. Punto arbolito (relleno) en su mayoría,
nombre que afirma “lo escuché de mi mamá” y punto
cadena, en uno que otro motivo, rellenan los dibujos de este
paño. Otra peculiaridad de su estilo es la manera en que va
dividiendo algunos motivos, como las hojas, a través de blo-
ques de puntadas, lo cual genera una rica textura, que
cuando es hecha en tonos matizados, esplende y da mayor
vida al ramo.


“Hice todos los bordados y después le puse la blonda”,
señala. Una blonda calada, traída desde Coyhaique, que
adorna en tonos azules el perímetro del futuro centro de
mesa. Está cosida prolijamente a través de una sencilla pun-
tada de hilván en “punto máquina”, con tonos que van


variando cada cierta distancia. “Yo los fui cambiando”, dice.
Imperceptible minucia que demuestra el nivel de detalle que
Eloísa pretende gobernar en su trabajo textil.
Pasan y pasan los años y su talento para bordar sigue intacto.
Al igual que su prolijidad. “Yo si te hago una cosa tengo que
terminarla, porque si me queda mal la desarmo y la hago de
nuevo”. Lo mismo pasa con el revés de su trabajo, cuyas
terminaciones podrían incluso confundirse con el derecho de
la pieza.

En un mes y medio bordó casi la totalidad de la pieza que hoy
extiende sobre la mesa para contemplarlo. Solo le queda una
pequeña parte por terminar, mientras espera que su dueño,
Iván, viaje desde San Fernando a buscarlo. “Si algún día viene,
si no se lo mando”, comenta esta mujer resolutiva, acostum-
brada a desenredar los problemas cual textilera su madeja.

En la casa del pueblo, sobre el ropero, una caja con ropa vieja
espera su próxima función, la cual, sin duda, doña Eloísa halla-
rá con parsimonia. Convertirá añosos paños en espléndidos
textiles que volverán, en gloria y majestad, a habitar rincones
de una casa o a recorrer estancias dentro del bolsillo de un
pantalón.
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