Bordados con historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1

“D


onde hay una Escobar hay flores, así dicen”, cuenta Yessica
Arratia Escobar, mientras relata cómo los jardines se han
convertido en una tradición entre las mujeres de su familia,
comenzando por su abuela Luisa, siguiendo por su mamá, Eloísa,
sus tías, sus primas del lago Vargas, sus hermanas y ella misma.
Todas aman sembrar semillas de pensamientos, claveles, rosas,
jarritos y “chinitas”, y saben esperar pacientemente que las flores
crezcan, llenen de alegría sus espacios e inspiren sus creaciones
textiles. Porque otro de los reconocidos oficios de las Escobar es el
bordado, talento que se hereda y se comparte.

Doce hermanos tiene Yessica, la más pequeña de esta gran familia
de bordadoras. Como un regalo para Margarita –una de sus herma-
nas mayores—, dio vida a este servilletero bordado que solía usarse
colgado en la cocina. Su función era la de guardar, en un bolsillo, las
servilletas de género y, en el otro, los pañuelos de mano. Estos
objetos de antaño, han caído en desuso con el paso del tiempo, por
eso casi ya no se ven servilleteros como estos en las casas de
Cochrane. Yessica tenía 12 años cuando la bordó en el campo del
lago Chacabuco, al sur de Cochrane, donde vivía junto a sus papás:
Eloísa Escobar y Hernán Arratia.

Muchos de sus bordados llevan la huella de su madre y maestra,
y este artefacto es un fiel ejemplo. Los diseños fueron dibujados
a mano alzada y el borde costurado a máquina por doña Eloísa.
Mientras que Yessica se hizo cargo del bordado. “Bordo primero
todo lo que es verde, los palos y las hojas, después las flores, del
centro hacia afuera. Bordo siempre igual. Luego los pajaritos y, al
final, las frases”, relata. “Recuerdo de su hermana Yesica Arratia
E. para Margarita T.E”, escribieron y bordaron juntas en este
servilletero familiar.
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