Bordados con historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1

Esto queda en evidencia en las flores, que adquieren
un carácter tridimensional.


Para el paso final, utiliza su plancha de fierro, la cual es
imposible de regular. Su experiencia patagona la ha
hecho identificar el minuto preciso en el que está lista
para usarse, “que no esté muy caldeada”. La clave,
dice, es que no tiene que “chirriar”, sino quema la
tela; un fatídico accidente que echaría a perder en el
último momento todo el dedicado trabajo.


“En buenas manos”


“Borde solamente de día”, le habría recomendado
una señora en ese entonces; por lo que tuvo que
encontrar momentos de paz alejados del candil, para
instalarse a afanar. “En veces bordaba afuera, en el
corredor de la casa, al solcito”.


Una vez que la tabaquera estuvo lista, se la entregó a
su marido. “Que bonito, nunca pensé que iba a tener
un regalo tan lindo”, recuerda las palabras de él, como
si fuera ayer. Había tardado cerca de un mes en este
bordado. “Tenía que atender a los chicos, hacer la
comida, a ratitos tenía tiempo para bordar, después
del almuerzo y de la cena”. No era fácil dedicarse a
este querido oficio.


Pero Germán Arratia no sería el último dueño de esta
tabaquera. “Cuando vino “El Malebo” (cantautor
aysenino), como el año 81, por ahí, vino a cantar y
estuvo en la casa con nosotros (en Cochrane).
Germán le dijo: ‘¿Le muestro un trabajo que me hizo
mi señora?’, ahí le mostró, y el Malebo dijo: ‘Que
cosa más linda, te la compro’. ‘No’, dijo, ‘se la regalo,

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