Bordados con historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1

J


unto a una ventana con vista a las montañas nevadas y escuchando el viento correr
por la pampa, suele sentarse a bordar en su casa. La luz natural llega directo a sus
dedos y las puntadas corren armónicamente entre colores tierras, una escena que se
repite cada día en sus rituales textiles. “Esto del bordado, como todo lo que puedas hacer
con tus manos, viene con uno”, comenta Ester Jeannette Hernández Jara (1968), en medio
de una postal de silencio, que como ella misma dice: “se nota, se vive y se agradece”.


En las alturas cordilleranas del norte de Cochrane, vadeando el río Maitén, vive junto a su
marido Ubaldino. Después de casarse, un día 30 de mayo de 1988, cuenta que llegó a este
sector rural “y me recibió un paisaje muy nevado, de una tranquilidad impresionante, a
diario estaba únicamente con Ubaldino, lo pasabamos bien, trabajábamos, hicimos una
buena dupla, pero la soledad era muy grande, los vecinos están muy distantes, no se veía
gente prácticamente en semanas. Cuando nació Manuel, mi hijo, él fue mi compañía. Ubal-
dino salía al campo, yo me quedaba con mi hijo, le enseñaba sus primeras letras, todo fue
más fácil y llevadero”, va recordando Jeannette –como le gusta que la llamen– sobre esos
primeros años formando familia con su único hijo.


Para esta coyhaiquina, “criada en la novena región y retornada a la región (de Aysén) a los
18 años”, no fue fácil llegar a trabajar el campo. “Cuando yo me vine acá yo no sabía que
las ovejas se esquilaban, por ejemplo. No distinguía entre un color de caballo y otro. Menos
sabía ensillar un caballo, enyugar un buey, ni idea. Y eso lo aprendí todo con Ubaldino”. De
a poco, y con empeño, aprendió toda clase de oficios: desde arreglar cercos, sacar las
tropas con “su viejo” (como de cariño llama a su marido), arreglar pilcheros y, cómo no, a
andar a caballo. Incluso hoy reconoce que “yo soy muy de afuera de la casa... el trabajo
con la motosierra me encanta, poder hacer la leña, postes, todo ese tipo de cosas”.


Los inviernos más duros, aquellos en los que nevaba desde mayo a octubre, han ido que-
dando atrás. “Las condiciones han ido mejorando con los años”, como la conectividad,
“hoy un bus subsidiado te permite ir y volver a Cochrane y retornar al día siguiente”. La
señal de teléfono, con todas las intermitencias rurales, ya llegó a El Maitén. Sin embargo, a
pesar de estos avances, la vida sigue corriendo al ritmo de las estaciones del año y los
oficios se adecuan a ello, tal como ocurre con los quehaceres creativos.


“Yo prefiero no bordar en invierno porque la luz no es la mejor, pero por ejemplo hilo la
lana de nuestras ovejas, de nuestra crianza, en las noches o en los días de lluvia. También
tengo mis tejidos a croché y a palillo, me encanta tejer flores”, relata Jeannette convencida
de su vocación textil.

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