Bordados con historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1

“M


i mamá bordó hasta la última hora”, recuerdan sus hijas. Por
diversos rincones del territorio cochranino se escuchan histo-
rias sobre los bellos bordados de doña Elisa Escobar Monteci-
no (1930-2008). Madre de seis hijos, tres hombres y tres mujeres. Ellas,
todas bordadoras y campesinas: Luisa, María y Carmen Vargas Escobar.
Cuentan que era tal el talento de Elisa, que ninguna de las tres encontra-
ba sus bordados lo suficientemente prolijos como para regalárselos a su
mamá. Sin embargo, cada vez que las niñas le mostraban lo que estaban
haciendo, ella las felicitaba amorosamente y las incentivaba a seguir bor-
dando. Fue así como se convirtieron en talentosas exponentes locales
de esta tradición textil.

Elisa nació en la estancia Río Oro, en la frontera argentina. Cuando tenía
siete años se vino a Chile con su familia cabalgando –por días y días–
hasta llegar al antiguo Cochrane. Fue más o menos en esa misma época
cuando Elisa aprendió a bordar junto a su mamá, doña Luisa Montecino,
quien vivió más de 100 años y era conocida en estas tierras por su talento
para el bordado y el jardín. “En su juventud su mamá (Luisa) bordaba. Así
que, de ahí ella salió bordadora también. Bordaba muy bonito mi mami
(Elisa), con hilachas de colores, haciendo pequeñas flores para las servi-
lletas, todo eso”, cuenta su hija María, recordando con alegría las histo-
rias de su madre sobre aquellos primeros pasos en el oficio textil.

Las tres hijas de doña Luisa, llamadas Elisa, Eloísa y Erminda, aprendie-
ron a bordar en su casa del lago Juncal, “abajo del puente Los mellizos,
allá estaba su campo donde se crecieron a la orilla del lago”, tras su
llegada desde Argentina hasta Cochrane. En los años de juventud, solían
bordar muchos pensamientos y claveles, esas eran sus flores favoritas.
Era toda una tradición bordar las puntitas de los pañuelos de mano o de
cuello. “Con eso ella (Elisa) hacía platita”, comenta María. “Le manda-
ban a bordar pañuelitos cuando todavía estaba soltera”. Por esto, sus
delicadas creaciones se esparcieron por los campos de la zona y, segura-
mente, se conservan como tesoros de antaño en muchos baúles y cajo-
nes de las familias patagonas.
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