“Me gusta bordar, yo estoy pensando en el bordado, y se
me borra todo, me entretengo, me trae muchos recuer-
dos”, cuenta Fresia, quien es una de las bordadoras cochra-
ninas más antiguas.
Practica este oficio hace muchísimos años, desde que llegó
a vivir a Cochrane junto a su papá, en marzo de 1950. Venía
desde su tierra natal: Quilleco, en la cordillera de la región
del Biobío, donde recuerda haber visto, más de alguna vez,
a sus tías, Mercedes y Flora Riquelme “bordar muy bonito,
sábanas, carpetas, pañuelos y fundas de cabecera”. Pero
las tabaqueras las vio por primera vez en tierras bakerinas.
“Al norte (en el Biobío), no se escucha nombrar la “taba-
quera”, relata Fresia.
No recuerda si tenía 12 o 13 años cuando aprendió a bordar
este artefacto gaucho. La misma edad en que comenzó a
trabajar. Cocinaba, lavaba, planchaba, ordeñaba, sembraba y
criaba aves, en el campo de doña Chela Gallardo, en el valle
Grande, donde su papá había sido contratado como “ovejero”
y para otras labores campesinas. “Se hacía de todo, pero había
de todo también. Porque doña Chela mandaba a sus peones a
Argentina a buscar la mercadería y traían de todo... Yo encar-
gaba las cintas para las tabaqueras y los hilos para bordar”,
cuenta Fresia.
Como la dueña de casa sabía bordar, invitaba a esta joven a par-
ticipar. “Allá nos juntábamos con otras mujeres, éramos todas
solteras en ese tiempo, y nos poníamos a bordar, a ver qué hizo
una y la otra”, recuerda con gran afecto. Sin embargo, su faceta
de bordadora luego siguió caminos más solitarios, cuando vivió
en diversas estancias ganaderas a este y al otro lado de la fron-
tera, galopando y trabajando. A sus 20 años, ya casada, comen-
zó a confeccionar ropa a mano: bombachas, pantalones de
mezclilla, pijamas de franela, delantales, camisas y vestidos de
percala para vestir a su familia. En su faceta de mamá, siempre
intentaba encontrar momentos de calma, para seguir con el
oficio del bordado que tanto la apasiona y que quisiera preser-
var en el tiempo. Pues, quién sabe, quizás entre sus once hijos e
hijas o sus nietos, más de alguien herede el talento de dibujar y
bordar flores de su propio universo creativo.
Hacía ropa a mano: bombachas, pantalones de mezclilla, pija-
mas de franela, delantales, camisas y vestidos de percala para
vestir a su familia.
BORDANDO
ENTRE FRONTERAS
los motivos que dibuja Dominga a mano alzada, permiten
apreciar distinciones orgánicas entre cada uno, especialmen-
te luego de ser bordados. Al observar con detención, es posi-
ble percatarse de una flor única, listada de naranjo, burdeo,
rojo y negro que -cual luz- acentúa una de las esquinas La
blonda calada del mismo tono que el fondo recorre ondulan-
te todo el borde de la pieza sumándole movimiento al diseño.