Bordados con historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

(franvidalv) #1
Por la orilla de uno de los brazos del Baker, en el sector del
lago Vargas, nació Rosa. Hija de Julia Sandoval Fuentes y de
José Santos Vargas. La mayor de nueve hermanos, todos
hombres, a excepción de su hermana Apolinaria, con quien
aprendió a bordar a los 8 años, aproximadamente.

“El bordado yo lo aprendí sola, porque como los hilos eran
escasos, así que cuando una tenía hilos, veía a los otros que
bordaban”, cuenta Rosa recordando esos tiempos mozos.
Apolinaria aprendió en la escuela de Cochrane, “ella traía
los bordados y nos poníamos las dos a bordar... Como noso-
tras éramos dos no más nos llevábamos bien, compartía-
mos”. Cada una iba eligiendo sus propios motivos y su
paleta de colores con los preciados hilos que viajaban desde
Argentina. “Usted hacía una flor y brillaba... El rojo se usaba
mucho, porque se usaba para hacer los claveles, después el
morado para los pensamientos, el rosado y el verde. El verde
andaba en todos los bordados. Los tallos, las hojas, los pali-
tos”, cuenta sobre el uso del color en su trabajo textil.

A su mamá también le gustaba bordar y a veces las tres se
sentaban a acompañarse entre puntadas. Les gustaba plas-
mar pajaritos y flores sobre tabaqueras, también creaban
“fundas y cabeceras, todo eso, porque parece que si uno no
le hacía un bordado no se veía bonito”, cuenta, trayendo a
la memoria cómo lucía su hogar de infancia.

Las mujeres de su familia llevan el bordado en la sangre. “Yo
miraba a mi tía Elisa Escobar, la mamá de las chicas (Carmen,
Luisa y María Vargas). Ella sí que bordaba bonito”, afirma.
Rosa era mayor que sus primas, quienes aprendieron a
bordar tiempo después, siendo hoy destacadas referentes
textiles en la zona.

SU COMPAÑERA


TEXTIL: APOLINARIA


Prolijidad pura. Cada pequeña crucecita resalta de la
siguiente puntada. Así, sucesivamente, cada una parece
vibrar en su respectivo espacio y color, formando –todas
juntas– un bello ramo de pensamientos. Capullos azules
coronan la figura, mientras que las tonalidades verdes
dotan la pieza de tridimensionalidad y elegancia. En cada
pensamiento, una especie de estrella naranja dirige la
mirada hacia el centro, acompañada de sinuosas puntadas
amarillas, que dan contorno al interior de cada flor.


Observando a otra bordadora, aprendió esta técnica de
punto cruz. Rosa decidió preguntarle qué tipo de materia-
les estaba usando, para luego adquirirlos y emprender
sola la aventura de rellenar la rígida esterilla, materialidad
básica de este tipo de bordado. El orden de la puntada es
muy importante en esta técnica: “Va todo primero para un
lado (la puntada). Yo los empiezo y los voy terminando al
tiro los cuadritos”, explica sobre su técnica para rellenar
cada agujero de la tela.


En Cochrane ella es de las pocas bordadoras que han
desarrollado esta minuciosa técnica de bordado. Requiere
mucha perseverancia y rigor, ya que la poco amable este-
rilla una vez que comienza a bordarse debe rellenarse por
completo. Pero el resultado amerita el esfuerzo. Es un
trabajo muy cansador “uno tiene que estar muy preocupa-
do” mientras lo hace, afirma. Antes de comenzar a bordar
dibuja con lápiz los motivos florales, ya que si no es fácil
perderse en la esterilla. Para ello utiliza su imaginación y
su archivo visual, desarrollado a través de años de obser-
vación de la naturaleza, que le permiten inventar sus pro-
pios motivos sin seguir patrones establecidos.


“Hice las puras flores y después lo rellené”, durante seis
meses, terminaba con una flor y seguía con la otra duran-
te. Así, una esterilla común se tradujo en una pieza textil
que encierra una sumatoria de “ratitos” de las largas
noches de Rosa, los que quedaron plasmados en un bello
paño decorativo que brilla en una de las paredes de su
nueva casa.

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