S
in apuros, pacientemente, y al ritmo de los
meses fríos en la Patagonia, Margarita del
Carmen Troncoso Escobar (1955) bordó esta
carpeta en su casa de Cochrane. Es una obra
reciente, que quiso crear casi al cumplir sus 60
años. Fue pensada para cubrir alguna mesita o
superficie poco agraciada, como la combustión a
leña cuando está apagada, la cual suele desapare-
cer bajo la tradición de un pañito bordado. Pero,
finalmente, su destino fue otro. Margarita prefirió
guardar cuidadosamente este bordado, para que
la cotidianeidad no deje su paso sobre él.
El sello de su madre y maestra, Eloísa Escobar
Montecino, se asoma en esta carpeta. Obra suya
fueron los ramos de flores ornamentales que
dibujó a pulso, como suele hacer para los borda-
dos de todas sus hijas bordadoras, a quienes se ha
encargado de traspasar sus dotes de artista textil.
“Mi madre dibuja a ojo no más. En cambio yo no
me atrevo, prefiero calcar”, relata Margarita. Des-
pués de dibujar la tela, Eloísa le dio el mandato:
“Toma, ahora los tienes que bordar”. No quedó
otra que hacerse cargo y enhebrar aguja.